domingo, octubre 13, 2019

GENERACIONES CONOCIERON NUESTRA HISTORIA EN LOS RELATOS DE WALTERIO MILLAR



La clase de historia de Chile que versaba sobre la carrera política y militar de Bernardo O’Higgins estaba por terminar esa mañana lluviosa de junio de 1955. Agotados de tantos datos —que no eran tantos, pero así lo sentíamos— en torno a la vida del prócer, sólo queríamos oír la campana del inicio del recreo. Íbamos leyendo trozos del texto por turnos, según nos lo indicara el señor González.  Sin darnos cuenta, el talán-talán resonó en el aire. Esa señal era una cosa sagrada así que apenas alcanzamos a cerrar nuestro libro «Historia de Chile Ilustrada», de Walterio Millar y salimos disparados.
         Entre los gritos de alegría por el término de la clase oí a un compañero que no logré identificar: Bernardo O’Higgins nació en Chillán, comió porotos y le hicieron mal. Risas. Más risas y el refrán se transformó en coro. ¿A quién culpar por esa ofensa al padre de la patria entre los 42 alumnos del 3ero básico? Eso es imposible si consideramos que al unísono todos lo decían; nadie individualmente era el culpable. En el pasillo central la chanza se olvidó rápido por el desorden mayúsculo de niños de todas las edades jugando con toda la energía de la juventud. Esa masa de cuerpos más enjutos que obesos, esas cabezas de pelo corto y esas ropas impregnadas de humedad o simplemente mojadas, levantaban un vaho pegajoso, tibio y viciado en todo el ambiente de encierro. El  pasillo de piso de madera se alineaba con el eje del centro del techo de ese caserón que era la antigua escuela 31. Cómo haber tenido un espacio mayor para matar el recreo como Dios manda. Y afuera, la lluvia y el viento.
Este es uno de los dibujos que aparecen en el libro de historia. Representa la audacia de Manuel Rodríguez de abrir la puerta al gobernador Casimiro Marcó del Pont, sin que éste lo reconociera. 
       El tañido de nuevo dispuso el regreso a las salas. Carreras en todas direcciones de niños buscando las puertas de cada cual para ingresar, apretujones, quejidos, risas, taconeos, pisotones. Chumaco, quizá con un año más de edad que el promedio del curso, ingresó con el resto, y en voz alta cantó el estribillo: «nació en Chillán, comió porotos y le hicieron mal». Varios le celebraron el canto. Pero, con mala suerte porque el señor González estaba en la sala y lo vio en esa acción. Lo había individualizado. Nos sentamos en nuestros puestos. Y el profesor dijo: «Jones venga aquí a mi escritorio». El niño se presentó con cara de interrogación mirando sorprendido al resto de sus compañeros y pensando ¿de qué se me acusa? La respuesta la tuvo de inmediato: «En vista de su falta de respeto, le enviaré una comunicación a su apoderado y me la trae firmada mañana». En realidad fue lo más suave que le ocurrió a Chumaco, teniendo en cuenta que ese profesor era bastante estricto con la disciplina y perfectamente pudo haberle aplicado un buen coscacho. Todos quedamos advertidos por la reprimenda por lo que nadie se atrevió ni en broma a repetir el refrán.
WALTERIO MILLAR (Wikipedia).
       En el nivel básico, los alumnos contábamos con la historia de Chile en el maravilloso libro de Walterio Millar, una creación suya, con textos livianos, comprensibles, con buena cronología, sin descuidar los episodios serios de nuestro pasado histórico y el correspondiente aderezo de  anécdotas que hacían llevadera la introducción en las materias más densas. El autor nació en Yungay al sur oriente de Chillán en 1899 y murió en la capital de Ñuble en 1978. Fue historiador, caricaturista, dibujante, periodista e ilustrador. Su «Historia de Chile Ilustrada» la lanzó en Concepción en 1929, y en poco tiempo se convirtió en un manual. Después con el concurso de la editorial Zigzag se masificó. De suerte que millones de adultos hoy en día niños de entonces, aquellos que no siguieron estudiando después de la enseñanza básica, se quedaron con los relatos históricos escritos por don Walterio. Por eso debemos reconocer y agradecer como se merece su provechosa forma se contar, con dibujos a mano alzada trazados por él mismo, los acontecimientos más significativos de nuestra historia. Millar entendió que ese estilo de narración con ilustraciones servía de cebo para interesar a los niños en conocer el pasado y leer más.

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