lunes, noviembre 25, 2019

LA PORFÍA DE PITICOY

Obtenida de foursquare.com

       Piticoy tenía una paciencia de ésas para aclarar cada vez la confusión de su nombre. Pero, la incomprensión persistía por la malicia. Hoy lo llamaríamos bullying. Trabajaba en Fanaloza y el club de su barrio Villarrica lo incluía los domingo para jugar al fútbol. Reconocido era en la cancha de Gentemar. Bajito, moreno, pelopincho, buen físico. Pura fibra. Desde la tribuna del borde de la línea del tren, sus conocidos y vecinos del cerro lo avivaban cuando llevaba la pelota. ¡Buena Piticoy! ¡Chutea Piticoy!
         Cuando terminaba el partido, los jugadores se vestían a la orilla de la playa luego de bañarse en pantalón corto en las frías aguas penconas y regresaban a sus casas. Cuando pasaban por detrás del arco sur, los abordaban los amigos, esos mismos que los habían apoyado y avivado durante el match. En una de esas oportunidades, Piticoy fue el último. Llevaba su bolso deportivo en la mano y por la cara todavía le corrían gotas del agua salobre del mar. Tenía buen humor. Buena Piticoy, te mandaste el medio partido, le dijo uno de los muchachos. Y entonces Piticoy se detuvo, lo miró sonriente, porque tenía sentido de humor, y le dijo: te lo he dicho tantas veces. Me llamo Villacoy, José Villacoy. 
         Y se fue, luego de cruzar la línea siguió su camino por Alcázar en dirección a Villarrica. ¡Qué paciencia, diosmío!

1 comentario:

Micheal Alexander dijo...
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