domingo, mayo 31, 2020

TRADICIÓN LOCERA DE PENCO VIENE DE ANTES DE LOS ESPAÑOLES


En el Día Nacional de Patrimonio año 2020,
Un homenaje al
PENCO ALFARERO
Por Jaime Robles Rivera, Pdte. Soc. Historia de Penco

JAIME ROBLES
No se puede comprender el itinerario histórico de Penco, sin la relación estrecha que desde su más remoto origen tuvo nuestro territorio con la tierra, y aquí me refiero literalmente a la tierra, a los minerales que ésta nos regala, los compuestos arcillosos: en lo particular la greda y el caolín.
En el Penguco ancestral, el actual Penco, anterior a la irrupción de la hueste de conquista, hacia 1550, la alfarería estaba totalmente integrada a la vida cotidiana del pencoche originario.

En prácticamente todas las culturas primigenias los recursos de la naturaleza han sido pródigamente usados para distintos fines, tanto en lo utilitario como en lo ceremonial. Más aún cuando esos recursos se encuentran en abundancia, y ello ocurre hasta nuestros días, con respecto a la greda, en Penco.
Además, la greda se convierte en un punto de convergencia entre el peninsular y el aborigen, dentro de lo distinto que son, de lo extraño el uno para el otro, la alfarería al menos es conocida por ambos.
Los españoles andaluces la elaboran finamente gracias a la influencia árabe de 700 años, botijas y tinajas llegan a América, y acá son incorporadas al repertorio de la naciente artesanía criolla.

Es tan evidente y estrecho el vínculo de Penco con el mineral arcilloso, que una de sus más emblemáticas poblaciones lleva el nombre de "Población La Greda", ubicada en el camino hacia Concepción, antes de llegar a Cosmito.

En el más incipiente desarrollo industrial, de la alfarería pencona, podemos encontrar alguna primera reseña, la que se remonta a los principios del siglo XIX, hacia los estertores de la guerra de Independencia. En 1822 visitó Chile María Graham, viajera y escritora inglesa. Quien compartió tertulias con O'Higgins y Lord Cochrane, en su escritos de viaje hace una referencia a los artículos que se venden en un mercado de Valparaíso.
Relata María Graham:
... la gente del pueblo expone en venta ponchos, sombreros, zapatos, tejidos, útiles de greda y algunas veces jarros de greda fina de Melipilla o de Penco y tacitas del mismo material para tomar mate..."

Junto al uso utilitario doméstico, los primeros emprendimientos en Penco, asociados a la greda, fueron la elaboración de tejas y ladrillos, lo que se acentúa hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Esto resulta natural para una ciudad que debe volver a ponerse de pie después de una seguidilla de terremotos Además del cataclismo del 25 de mayo de 1751, que obliga a Concepción a buscar otro emplazamiento, alejado de los maremotos, estaba reciente en la memoria el terremoto de 1835, que terminó por echar al suelo, lo que el anterior había ignorado a su paso. 
Ese mismo año del terremoto 1835, la firma Briges y Cía. de Valparaíso, compra una pequeña fábrica de ladrillos y cal, ubicada en un extremo del pequeño villorrio de Penco. Su intención fue ampliar el rubro y fabricar además tejas, adornos para jardines y vasos de tierra cocida.
 
En lo que se refiere a la cerámica, la primera industria de este tipo en Penco, se llamó "Fábrica de loza i artefactos de arcilla de Penco" Su impulsor fue el empresario penquista Roberto Lacourt, hacia 1888.
Al poco andar le faltó capital y debió vender la empresa a los inversionistas de Valparaíso: Agustín Edwards y Carlos Van Buren, proyectándose una nueva sociedad que mantuvo el nombre inicial de la industria e inyectó los recursos necesarios, comenzando con una política de adquisición de terrenos eriazos en Penco para utilizarlos, luego, como yacimientos de minerales para la fábrica.

Un nuevo tropiezo se presenta al emprendimiento locero: La guerra civil de 1891, que termina dramáticamente con el gobierno del presidente Balmaceda.
Pasada esta enorme crisis institucional, recién se vuelve a retomar el proyecto empresarial alfarero de Penco, en los primeros años del siglo XX.

En 1905, la empresa fue comprada por la sociedad constituida por Juan Gotelli y José Kemn, ceramista industrial de Los Sauces. 
Ellos lograron darle un gran impulso a la empresa con la vajillería de loza, llamada en Europa “Porcelana dura”.
Veremos que la consolidación de una industria locera en Penco, tomo décadas, muchas voluntades y mucho cambios de dueños... 
Gotelli y Kemn, deciden vender a la firma Weir Scott; que la adquiere más con fines especulativos, ya que al poco tiempo también la enajena, a favor del empresario pencón de origen italiano Luis Mancinelli. 
Mancinelli era un reconocido comerciante de Penco, pero no pudo manejar bien la industria, y por tanto, también la vende en 1927.
Ese año, el de 1927, marca un antes y un después en la historia de la fabricación de loza en Penco. 
Debieron pasar 40 años, y muchos traspasos de propiedades, desde el primer emprendimiento locero, para que al fin se pudiera afianzar.

Aparece en escena el ciudadano español Juan Díaz Hernández, quien la compró a fines de 1927, inaugurándola como:
Fábrica Nacional de Loza” aparece entonces, por vez primera la recordada e icónica marca "FANALOZA"; de ello, hace ya 93 años.
De ahí para adelante, todo es crecimiento y consolidación. Juan Díaz involucra en el negocio a toda su familia, a sus 7 hijos.
Hacen estudios en Europa, para conocer de primera fuente todos los entretelones de la elaboración de cerámica fina. Así, junto con la elaboración de la loza funcional y utilitaria, van apareciendo con el paso de las décadas, áreas de producción de piezas decorativas o también de uso domestico pero con un notable sello artístico.

En ese sentido, sus máximos logros fueron las icónicas líneas Sussex Bone China, Walter Stark y el ya famoso Plato Willow, además de floreros, vasos, platillos y jarrones. 
Pero la relación de Penco con la industria de la loza, no se queda sólo en la elaboración de piezas cerámicas de la más alta calidad, de reconocido prestigio más allá de las fronteras nacionales. 
Fanaloza lograría una verdadera simbiosis con los pencones, que generación tras generación irían siendo parte de la empresa, de padres a hijos se traspasaría el talento y la mística para el trabajo locero. 

Hasta nuestros días, dentro de la comuna se reconoce que una alta proporción de nuestros vecinos, son parte de la llamada "Familia Locera". Es que junto a la empresa hicieron sus vidas, formaron sus familias, criaron a sus hijos; y la empresa, Fanaloza, a la par, fue entregando a la comunidad progreso y bienestar.

Desde un teatro, que en 1933 inauguro el Presidente Arturo Alessandri, hasta el Hogar Sindicato Industrial reinaugurado en 1945, ya que el anterior había sido destruido por el terremoto del 39; Fanaloza, irá cada vez más identificándose con Penco y su gente.
Así se desarrollan proyectos habitacionales para sus trabajadores, en diciembre de 1948, el presidente de la época, Gabriel González Videla inaugura la primera población locera de Penco, y en homenaje a su fundador, fallecido en 1932, pasó a llamarse población "Juan Díaz Hernández", hoy la conocemos como población Fanaloza. 

En enero de 1963, se inaugura una segunda población locera, a la que se le dio el nombre de Facundo Díaz, en recuerdo de uno de los jefes fallecidos, quien puso en marcha la planta de azulejos y sanitarios, y uno de los hijos del fundador de la fábrica.
Junto a el desarrollo habitacional, se dio un gran impulso al aspecto deportivo y cultural. 

En Penco, como en toda ciudad industrial, se mantenía una sana y permanente pugna entre los talentos deportivos de las distintas fabricas, y en Penco, los clásicos rivales fueron Fanaloza y Refinería Crav. 
Las Olimpiadas permitían poner a prueba las capacidades de los atletas, en las diversas disciplinas, y los laureles eran compartidos, según el merito de cada equipo, en bregadas competencias, que se acompañaban con el himno oficial del deportivo Fanaloza, que en uno de sus versos pregonaba:
¡Viva el Fanaloza! ¡Viva con Honor! / será este grito que vibre en la canción.
 
Un periódico también circuló al interior de la planta de Fanaloza, y a la comuna entera, ya que en cada familia pencona al menos había un locero, que llevaba un ejemplar al hogar.
Como señalaba al inicio de éstas breves líneas, Penco y Fanaloza han ido más allá del inicio y término de una razón social empresarial. Esa relación se incorporó y arraigó en la gente de Penco, es parte consustancial del Patrimonio local.

Por ello que en los relatos, en las calles, en las poblaciones, en los objetos y en la mesa de cada familia pencona, estará eternamente presente Fanaloza. 
Para los hijos de Penco, un verdadero tesoro cultural e histórico a preservar y difundir.
                                    Jaime Robles Rivera
                                Sociedad de Historia de Penco






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