NOTA DE LA REDACCIÓN: La foto superior tiene una interpretación que explicamos en las próximas líneas, con el aporte de amigos pencones, en particular de Manuel Suárez Braun y de la señora Nora Riquelme Araneda. Las fotografías actuales que complementan la nota y que se refieren a los lugares de los números sobreimpresos, fueron producidas por Jaime Robles Rivera, presidente de la Sociedad de Historia de Penco. Esta colaboración entusiasta, que agradecemos, nos permite observar las diferencias del pasado con el presente pencón.
UNA IMAGEN DICE MÁS QUE MIL PALABRAS puede ser una afirmación acertada, pero en este caso hay que complementar. La foto de Penco de más arriba debería corresponder a inicios de los año 30, a mi entender por las siguientes razones: se observan muchos sitios baldíos. Estos espacios urbanos ya tenían casas en los 50, años que tengo en el recuerdo. Los sitios abiertos que se observan servían para criar animales de trabajo y de corral. La casa esquina de la familia Aburto (N° 3) se ve que remata en ángulo recto, seguramente se dañó con el terremoto de 1939 y la esquina se reedificó cambiando el ángulo por una reconstrucción semi circular, como lo conocimos hasta el 27/f. (Así se veía, como se aprecia en la foto de abajo con la Elbita Aburto en el ángulo derecho).
Sin embargo, hagamos un recorrido por la foto, siguiendo el orden numérico. N° 1 Este cerro hoy en día está poblado completamente, alguna vez la gente lo llamó el cerro La Cruz. El fotógrafo que hizo la imagen tuvo la buena idea de escalar un poco, alcanzar el plano superior y así obtuvo esta interesante perspectiva. N° 2 La foto muestra los tejados de la casa esquina de la Rosita Bravo, hoy en día hay allí un centro para dializados. N° 3 corresponde a la casa de la familia Aburto, en la esquina de Las Heras con Alcázar conocida por los vecinos como la casa de la Elbita. Este edificio completo fue demolido después del terremoto de 2010. N° 4 sitio vacuo en Freire con Alcázar donde después del 39 se construyeron los pabellones de emergencia. N° 5 la manzana de Freire con Alcázar y Cochrane. En ese espacio a finales de los años 50 se levantó la población Perú. N° 6 la enorme edificación que se observa y su chimenea correspondieron a la industria de propiedad de Gildemeister, en la esquina de Yerbas Buenas con Blanco. Allí se procesaban huesos para la obtención de subproductos, entre ellos la cola de pegar para carpintería. La fábrica tenía una entrada para el ferrocarril. Dicha variante estaba en la esquina de El Roble con línea férrea. En ese lugar se construyeron en los años 70 los edificios de departamentos Lord Cochrane. N° 7 Esquina de Yerbas Buenas con Las Heras. N° 8 Cerro Bellavista donde actualmente se encuentra el monasterio de Las Trinitarias. Y N° 9, se ve el muelle de la Refinería que se iniciaba en la calle Talcahuano.
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EN LA IMAGEN superior, la antigua casa de los Aburto. La persona que va en bicicleta es don Manuel Jesús Aburto, hijo del dueño de la propiedad del mismo nombre. En el óvalo derecho, Elba Aburto, hermana de Manuel Jesús. (Info, Nora Riquelme). La foto de abajo, la misma esquina en la actualidad. |
Nota de la Editorial: el siguiente texto es un cuento de mi autoría, a propósito de la actividad de tener que ponerle fechas a fotos muy antiguas y lo escribí aprovechando también el tiempo que me dispensa la cuarentena.
La ficción está ambientada en Penco y confieso que me divertí mucho mientras la escribía.
EL SECRETO DE LAS FECHAS DE LAS FOTOS
Una apuesta, no otra
cosa, era datar esas fotografías que la gente facilitó al museo
para la nueva colección que se exhibiría durante el verano. Ninguna
de ellas incluía fecha, así que situarlas en una línea temporal
significaba eso, un juego de apuestas. Los viejos del equipo
encargado de seleccionar las mejores imágenes para la muestra
andaban más cerca con el año de cada foto que los jóvenes del museo
quienes también se la jugaban. Una fotografía sin datos podría ser
de tal año por esto, por eso o por aquello. Así, a tientas iban
armando la exposición. La palabra salvadora para estos casos
indescifrables provenía del latín: circa, que significa más o
menos, alrededor de, por ahí por.
Para apoyar el circa y no cometer
un error grosero se aplicaban algunas técnicas de datación: como
por ejemplo, reconocer el papel de la foto y saber entre qué años
se usaba, el corte de los bordes si cortaban con guillotina o tijera
con filos de blonda, los timbres de fabricación del papel
fotográfico impreso al reverso, si la superficie de la imagen era
brillante o granulada, el milimetraje de la lente de la cámara, el encuadre. Esas
consideraciones relativas al soporte de la imagen se tenían en cuenta
cuando se buscaba la fecha aproximada. Difícil igualmente.
Los más viejos también
tenían ventajas cuando se trabajaba sobre la temática de esas
fotos: la construcción tal no existía, esos árboles de allá
tampoco, todos los hombres usaban sombrero, las mujeres vestidos
largos. Eso que se ve en la fotografía servía para un circa. Una de estas personas mayores del equipo del museo, dijo con tono de queja: «¡Ay, si
Irineo no se hubiera muerto!».
Los otros lo miraron y se quedaron en silencio. El dicho trajo al
tapete la habilidad de un pencón ya ido y que nadie recuerda.
Irineo, un muchacho del
pueblo, tenía la afición de interpretar las sombras producidas por
los objetos iluminados por el sol, una técnica difícil de aplicar
en general, como el propio Irineo lo reconoció una vez. Si usted
quiere, era una manía –nadie
podía sacarlo de eso–
consistente en observar el paso del sol por la bóveda celeste de
Penco. En eso se lo pasaba días enteros. La actividad no podía ser más aburrida, pero la hacía en forma meticulosa. Miraba concentrado la proyección
de la luz y su incidencia en los objetos. Concluyó empíricamente que cada día era único de
comienzo a fin, ninguno igual a otro debido a esto de la luz y de las
sombras. Por sus observaciones hizo un boceto lleno de líneas curvas que representaban las inclinaciones sombrías y lo acopló al calendario.
Irineo también había trabajado con las horas de cada jornada del
año teniendo en cuenta que ninguna hora era igual a otra. Así llegó a acertar el
día del año y la hora, cada vez que sus vecinos le mostraban fotos
familiares para saber cuándo habían sido hechas. Nunca fallaba, bueno eso decían.
Irineo tampoco usaba reloj, se sabía las horas y los minutos de cada día,
mirando la sombra que su dedo índice levantado proyectaba sobre la
palma de su mano teniendo en cuenta, eso sí, el día del año.
La vez que Irineo llegó
a dominar plenamente esta cuestión, pensó en el paso siguiente: determinar el año, sabiendo que ningún año era igual a los demás.
Se tuvo que meter con cosas mayores, como por ejemplo formarse una
idea clara de la órbita elíptica terrestre, sus afelio y perihelio,
la eclíptica planetaria, las coordenadas exactas de Penco, el
fenómeno cíclico de las manchas solares, los eclipses. Cuando logró
comprender todo eso, bastante complicado por lo demás, le pudo apuntar
sin errores al año exacto de la fotografía sobre la que le
preguntaban y él añadía –a
mayor abundamiento– el
día y la hora en que fue captada.
Irineo murió joven, tal
vez 40 años, allá por 1960. Solamente sus vecinos de calle Membrillar
supieron de la habilidad tan curiosa de este observador del sol y de
su lumbre. También recuerdan que respondía preguntas
relacionadas con fotos antiguas de Penco, su lugar de observación, nada más.
No podía datar imágenes de otras partes, porque quiérase o no, la
luz y las sombras tenían sutiles variaciones, dependiendo del lugar
geográfico.
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El argumento de este relato de ficción --que en esencia es una humorada-- se inspiró en el cuento «Funes el Memorioso», de Jorge Luis Borges.
Las fotos actuales de esta crónica las produjo Jaime Robles Rivera, presidente de la Sociedad de Historia de Penco.
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