jueves, enero 06, 2022

LA TEMIDA BARRERA DE CHILLANCITO

         Por los años 40 o 50, incluso en los 60, Chillancito era un barrio bravo de Concepción en particular en la ribera del río Andalién, donde pandillas de pelusones o gente de mal vivir molestaban con dudosa intención a personas que pasaban por ahí. Pero, hoy Chillancito es una excelente zona residencial sin esos bolsones delictuales de años ha. Digamos que por entonces también había otros barrios temidos como La Pampa, por ejemplo, Chillancito no era el único, pero esto no viene al caso.  Importa referir a modo de introducción de este relato que el Andalién pasa bordeando la ciudad en su avance hacia el mar en Penco para desembocar en el sector de Playa Negra. A quien no conozca la geografía de la zona, baste decir que gracias al Andalién existe una conexión fluvial entre Penco y Concepción, aunque hoy por la escasez de agua, río arriba la vía es más bien teórica.
        El texto que viene es un cuento breve de mi autoría, una ficción para pasar el rato, entrenerse y quizá sonreír. Se sitúa en los tiempos en que había servicios de trenes de pasajeros los que, casi como el agua, ya quedan muy pocos y la trama se desarrolla cuando Chillancito tenía mala fama. Algunas de las fotos ilustrativas de los lugares donde ocurre la acción imaginada son un aporte de mi amigo y colaborador del blog  Abel Soto Medina. Gracias.

LOS LONGIES
EL ANDALIÉN en su desembocadura en Penco.

          Una cosa es que se nos ocurra algo y otra es realizarlo, aunque se den las condiciones naturales y se disponga de recursos. Veamos las siguientes escenas:

        «No recuerdo a nadie que se le haya ocurrido de ir de Penco a Concepción en bote. Hay que remar duro y en algunas partes vas tocar fondo, si te quedas varado en la arena sería el ridículo completo.  Además, ojo con los longies* de Chillancito te pueden agarrar a piedrazos. ¡Habrase visto! Ese viaje es una mala idea».

         Don Floro, el añoso pescador del sector la Cata de Lirquén, no tuvo otras palabras de advertencia para el Braian, su sobrino y compañero de oficio, pero quien a la vez estudiaba humanidades en el liceo de Tomé y que quería correr el riesgo de intentar el viaje deschavetado. Le faltaba personalidad al viejo para pararle los carros en seco a su pariente con típica chifladura de niño, a pesar de sus 17. El Braian oyó decir, lo leyó en alguna parte o se le ocurrió que penquistas de la colonia que se fueron de Penco a fundar el nuevo Concepción, allá por el 1780, metieron sus muebles pesados en lanchones para el traslado y que subieron por el Andalién para llegar a la Mocha. Según él los lanchones eran tirados por yuntas de bueyes a lo largo del rio desde ambas riberas. Puras ocurrencias. Aunque la idea de una minga** de ese tipo pareciera factible no hay registros ni nunca se ha hablado en serio de eso en ningún círculo a los que he accedido. El muchacho le decía a su tío que probaría la realidad de aquella experiencia pretérita y supuesta. Tenía el argumento para justificar su capricho de ser el primero en nuestros días de viajar a Conce a puro remo. Si lo conseguía podría ufanarse con sus amigos de Lirquén entre quienes ejercía liderazgo. Cuando alguna vez lo conversó con uno de ellos, aquel en broma le comentó que si lo lograba podría inscribir su hazaña en el Guinness*** ¿Cómo sabís? El Braian quedó pensándolo.

       Para terminar con la porfiada insistencia, el viejo le prestó el bote más chico de fondo plano que usaba para sacar machas. Por si acaso le pasó también una de las varas macheras para, presentada la necesidad, con ella pudiera apoyarse en el lecho del rio y así empujar la embarcación allí donde los remos estorbaran. Y quién sabe si la vara le podría, incluso, servir para defenderse de los longies. Valga decir que Floro tenía, en el fondo de su alma algo de cabro chico, porque le hubiera gustado acompañar al Braian. Pero, no se embarcó. El aventurero salió temprano esa mañana de primavera, llevó un bolsón con unos chelecos de lana, pan y bebidas. Se despidió de su tío con una sonrisa indecisa algo ramplona. El viejo pescador movió la cabeza incrédulo. El mar en la bahía estaba calmo.

EN EL REMANSO del río, protegido
del viento, los boteros de
Playa Negra fondean sus botes.
(Bella foto captada por María Ana
Palma y publicada en FB).

      Rema-que-te-rema el Braian cruzó en una hora el tramo de mar desde el muelle viejo de Lirquén hasta pasado el muelle de la Cosaf en Penco. Desde ese punto giró al este, como lo hacen los boteros de Playa Negra cuando van a fondear sus botes en el remanso del río, cerca de los humedales. Remando con harto empeño atravesó la zona de fuertes y caóticas corrientes de la desembocadura. Para no entramparse en los pajonales del delta cargó la boga apegado a Rocuant, la vía precisa del cauce principal. Así entró en el Andalién. Ya estaba en camino a Conce viajando en un medio no tradicional y por una ruta no convencional. Llegaría a la ciudad penquista remontando el río en un bote, un desafío deportivo si se quiere para que el proyecto tuviera así sentido o alguna justificación. Aunque, convengamos, una locura liviana no tiene por qué andar presentando excusas.

        Se alejó del mar y se vio rodeado de campo. El olor campestre llenó sus pulmones. El graznido de las gaviotas se mezcló con los trinos de los chincoles, los zorzales y las estridencias de los treiles. El Braian calculaba llegar cerca de la una de la tarde a su destino donde dejaría el bote escondido, ése era su plan, y se iría a dar una vuelta al centro de Conce.¡Qué tal! Hacía sus cálculos cuando se dio cuenta que ya estaba en el sector la Ballena. Uno que otro vehículo circulaba por el viejo camino de tierra del fundo Playa Negra; más acá vio pasar un tren de pasajeros, el tomecino de las 10:30.

          El río se hizo estrecho y más bajo en una curva al este donde el cauce se acercó a los cerros. Playa Negra quedó fuera de su vista por el meandro. Pero se le apareció Cosmito. Pasada la pequeña angostura el campo se abrió de nuevo. Siguió remando. Hasta que vio a los primeros seres humanos dentro de su recorrido, eran trabajadores que sacaban papas en una chacra del fundo. Levantaron la cabeza y se sorprendieron por la presencia de un bote amarillo zurcando el río hacia Conce. Raro. Recibió el saludo de algunos agitando sus brazos. Uno de ellos que estaba más cerca le preguntó a voces: «¿Se le perdieron los pescados, amigo?» Risas. «¡No, viene arrancando del tsunami!», respondió otro de más allá, más risas. Le dolieron las pullas, porque una ironía sólo se puede responder con otra ironía y no estaba de humor para inventar tallas cuando su idea era llegar a Conce. Lo que no imaginaba era lo que le esperaba más adelante. Comprobaría en carne propia la enorme diferencia que existe entre ser un inocente y entusiasta mariscador de Lirquén con la turbia personalidad de los longies de Chillancito como veremos.
        En Lirquén Floro también hacía sus cálculos y no se sentía en paz. Por eso al mediodía tomó una micro a Conce, para comprobar si el Braian seguía vivo. Se bajó a la entrada de Chillancito y regresó corriendo hacia el puente, para mirar a la distancia desde la baranda porque el bote amarillo con matrícula de Lirquén ya debería estar a la vista, según sus estimaciones. Nada.       


      En el sector del fundo de la Universidad, el río no era más que un espejo de agua, muy bajo, por lo que el Braian notaba que no podía hundir los remos lo suficiente sin tocar el fondo. El bote rozaba las arenas del lecho ante sus movimientos bruscos y si se descuidaba quedaría varado. Cada día el río traía menos agua. No era como antes. Le entró la preocupación más aún cuando los tupidos arbustos de la orilla ocultarían a cualquier molestoso. De pronto ¡cataplum! la embarcación recibió el golpe de una piedra, era un proyectil lanzado por alguien escondido en los matorrales, una señal de que ingresaba en una zona inamistosa donde era un intruso. El pedazo de ladrillo del golpe quedó arriba del bote. Desde entre las ramas le comenzaron a gritar «parece que estaba fuerte el oleaje en Penco». «¿A cuánto vendís la pescá?». «Estai haciendo agua, capaz que te hundai». «Oye gil, ¿cuánto cobrai por un paseo en bote por la arena?». «Ahueca el ala tú solo porque te vamos a quemar el bote». Entre burlas y risotadas le lanzaron otra lluvia de piedras que afortunadamente no lo alcanzaron. El Braian lamentó no haber traído una honda para contrarrestar el ataque, pero la circunstancia no era para combatir ni responder el fuego, sino para buscar refugio. Estaba muy complicado, casi encerrado, a merced de estos pandilleros. No podía seguir expuesto ahí ni arrancar a pie porque perdería el bote. ¡Qué angustia! Enfrentaba un verdadero asalto de piratería terrestre, ninguno de sus atacante mostraba la cara y él avanzando a duras penas.

MAPA DE ORIENTACIÓN a la izquierda. A la derecha el antiguo
puente ferroviario.

       La salvación se la dio el tren chillanejo, porque había un par de pelusones arriba del puente ferroviario de Chillancito esperando que se acercara para impedirle continuar con nuevas pedradas desde lo alto. El pitazo de la locomotora que se acercaba los obligó a despejar la vía, momento preciso para que el Braian usando la vara machera para apoyarse en el fondo empujara su bote, pasara seguro por debajo del puente y se arrimara a la orilla contraria. Eran las 12:30. El tren tomaba muy lentamente el cruce por el puente de hierro por prevención. Eso le dio tiempo al remero incluso para mirar hacia la ciudad. Fue así como descubrió que su tío estaba parado en el puente carretero y que le hacía señas con las manos apoyado en la baranda unos doscientos metros más hacia Conce. ¡Ya no estaba solo, el viejo lo ayudaría! El corazón del Braian latía agitado por el miedo, el agotamiento y la emoción. Nunca se había visto tan apercollado. Floro bajó del puente al río y subió al bote. El Braian se le echó a los hombros y en un abrazo se puso a llorar. Su orgullo estaba herido, el temor, la humillación y las amenazas delictuales de los longies habían mellado su resistencia. Ahora junto a su tío serían dos los que regresarían esquivando a los pandilleros, luchando contra los bajos del río y en la esperanza de llegar a Lirquén a última hora de la tarde...
        Don Floro pensaba sobre lo mal que lo pasó el muchacho, «ojalá haya aprendido la lección. Simpre le dije que esto era un disparate». Con los remos y la vara machera ambos condujeron el bote hacia aguas más profundas en el viaje de vuelta.

                                                   FIN
                                               
EL PUENTE carretero viejo sobre el Andalién
a la entrada de Concepción.

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* Longie: hombre joven, diletante, a veces inclinado a integrar pandillas, cometer delitos y por lo general falto de educación.

** Una minga es un trabajo colectivo y gratuito con fin social o comunitario. En sentido más acotado significa traslado de una casa, por ejemplo, por vía terretre o acuática con la colaboración de la comunidad.

*** Guinness World Records, o libro de récords de Guinness.



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