Penco, ni Lirquén ni Cerro Verde estuvieron libres de los perreros una suerte de saqueadores de los vagones descubiertos del ferrocarril que transportaban carbón mineral. Sin embargo, al parecer había más de estos saqueadores en la llamada zona carbonífera: Lota, Coronel, Schwager, Curanilahue. De cara a la sociedad en general, no era ningún orgullo pertenecer a esa categoría. Nadie hubiera querido recibir el mote de perrero. Pero, de seguro que entre ellos debió ser una choreza.
Para mejor comprender, veamos un poco la intrahistoria, ésa que no se escribe en caracteres de imprenta, de los años 30, los 40 y los 50. Hasta antes del cierre de la mina de Lirquén era posible encontrar pedazos de carbón mineral en las playas. El fenómeno era abundante en Cerro Verde. Las corrientes marinas cubrían de carbón mineral el tramo de litoral que se ubica entre el antiguo Refugio y la ranfla. Las piedras oscuras, lavadas por el mar, brillantes, relucientes y de diversos tamaños invadían la arena empujadas por las olas. Jóvenes y niños recogían el producto para el uso casero, labor que también contribuía, aunque sin proponérselo, a la limpieza del sector. Así el carbón fósil era un don más del mar aparte de los mariscos, las algas y los peces. Era un proceso de nunca acabar, aprovechar el carbón que botaba la ola.
LA PLAYA DE CERRO VERDE donde por años se depositó el carbón de desecho. Al fondo de la foto, está el actual patio de acopio que resultó de rebajar el cerro la tosca. |
El combustible fósil provenía del cerro la tosca en cuya cima el catango de la mina de Liquén arrojaba el material neutro procedente del frente de laboreo en las profundidades. En el material de desecho iba carbón aunque en un porcentaje muy bajo y una buena porción de las piedras negras caía directamente al mar cuyas corrientes terminaban depositándolas en el lugar que hemos mencionado.
Por otra parte hombres y mujeres de Cerro Verde en botes se acercaban a la base del cerro para surtirse de ese carbón que quedaba en la falda del cerro artificial y que no caía al mar. En esa actividad corrían el riesgo de recibir un piedrazo o varios si no se protegían durante la maniobra de vaciamiento del catango. Para la recolección llevaban sacos, de un tamaño menor que el clásico de 80 kilos, y en ellos cargaban el carbón eliminado por la mina. Ese saco chico recibía el inapropiado nombre de perra o perra de carbón.
Esa gente vendía el excedente de su cosecha. En carretones ofrecían el carbón mineral por las calles de Penco, donde había familias que preferían este producto para temperar y cocinar. Gracias al potente calor que emitía se lo consideraba muy superior al carbón vegetal que venía de los campos. Sin embargo, contaminaba más y el aire en las habitaciones se volvía pesado y venenoso. Adoptadas las precauciones de ventilación, se lo usaba igualmente.
VISTA AL SUR OESTE de la playa de Cerro Verde adonde varaba el carbón. |
En los dos casos que hemos mencionado el carbón se obtenía en inocentes tareas recolectoras, una en la falda del cerro la tosca y la otra, orillando las playa de Cerro Verde. Pero, había una tercera forma, más osada y en absoluto plausible: robar carbón desde los trenes de carga en marcha. A los protagonistas de este delito se los llamaba perreros. Los perreros lanzaban a la vía los trozos de carbón para recogerlo después y echarlo a los sacos-perras. Un tren de carga no se desplazaba velozmente, hecho que facilitaba abordarlo y los carros carboneros eran abiertos. Aunque muchos actuaban en solitario, los perreros integraron una especie de cofradía, con absoluto hermetismo de sus nombres, los que, en los tiempos del carbón fósil, abundaron en las zonas carboníferas de Lirquen y el golfo de Arauco.
VAGONES como el de esta foto tomada de internet eran el objeto de los perreros. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario