domingo, septiembre 11, 2022

SIGUIÉNDOLE LA PISTA A UN TREN

UN TRENCITO de madera de casi 50 años tiene harto que contar.
 

            En Penco hubo maestros artesanos en madera dedicados a hacer juguetes para la venta. Eran pocos. Si tratáramos de contarlos nos sobrarían dedos de una mano. Otros artesanos clasificaban como carpinteros, mueblistas o bien reparadores de muebles. Sin embargo, en fechas próximas a Navidad, algunos mueblistas dejaban sus rutinas para concentrarse únicamente en fabricar juguetes y aprovechar la temporada. Así la lista aumentaba un poco debido a la oportunidad. Pero después todo seguía como siempre.  La demanda bajaba bastante, pero igualmente padres y madres buscaban juguetes con frecuencia para regalarles a sus hijos chicos o sobrinos, etc. En la memoria de entonces, hay un registro de al menos tres jugueteros que se dedicaron 24/7 a esa tarea y que los mencionaremos más adelante.

             El músico pencón, Andrés Urrutia Riquelme, en su círculo conocido como Andy, guarda una curiosidad (foto de más arriba), casi una reliquia: un juguete de madera, un tren, regalo de sus tíos José y Ana Riquelme, quienes lo compraron a uno de esos artesanos en madera allá por 1975. Cuando estaba nuevo el trencito contaba con locomotora, ténder (carbonera) y alrededor de seis vagones, hechos con tablas compactas y con todos sus detalles primorosamente pintados. El trabajo artesanal calificó perfectamente como un atractivo juguete porque entonces conquistó a Andy de inmediato. No era el mejor trencito del mundo, ni tampoco que hubiera salido de las manos de Geppetto, el célebre juguetero de ficción quien fabricara con tanto amor a Pinocho, ese cuento moralista de la marioneta animada que los niños adoran. Pero, el trencito de Andy era en sí más que suficiente para jugar con la locomotora y su convoy de coches durante horas conduciéndolo por las veredas del pasaje Tomás Jones, de la población Perú.

        Decíamos que Andy nunca se deshizo de él, aunque maltrecho por el uso, lo guardó igualmente como un recuerdo presente de su niñez. El tiempo inexorable y el trato infantil hicieron su trabajo, algunos vagones se perdieron y lo que quedó se deterioró. (La foto de arriba lo dice todo). Sin embargo, el mal estado fue un desafío para su vecino José Alarcón quien le ofreció restaurarlo. Así siguiendo la línea original de las piezas, imaginando las ausentes y estudiando los colores, el restaurador recobró la vida del trencito. La sorpresa de Andy la compartió con su familia y sus amigos, el juguete de madera, como nuevo recién aceitado podría volver a transitar por los carriles imaginarios de las veredas del Tomás Jones.

                                 Geppetto le da una manito de pintura a Pinocho.

                 Pero, volvemos sobre estos artesanos jugueteros cuyos trabajos resultaban mágicos para los niños de Penco de esos años inspirados por los cuentos infantiles, en especial Pinocho y Geppetto. Quizá uno de los pocos mueblistas que no hizo juguetes –que hasta aquí sepamos–, pero que sí sus muebles gozaban de harto prestigio, fue Roberto Fernández, conocido como el Rube. Tenía su taller en su casa de los pabellones de Alcázar y Freire. Otro artesano de las maderas y que ocasionalmente hacía juguetes era José Rodríguez, apodado el Chepo. También practicaba atletismo y fue dirigente deportivo. Sin embargo, harto itinerante resultó ser el Chepo mudándose constantemente. Pero, su taller marcaba la diferencia porque contaba con un torno eléctrico y podía fabricar ruedas de madera. Hacía monopatines con buenos resultados para su bolsillo. Muchos aún lo recuerdan, algunos sin ocultar intenciones, pero nadie ha dicho y justo es reconocer que el Chepo fue un tipo de buen corazón. Otro juguetero menos conspicuo de apellido Bustos aprovechaba el taller de muebles de su hermano Félix en la calle Robles para atender pedidos. Producía camiones y autos de juguete muy apreciados. Sus camiones tamaño mediano resistían cierta carga y podían conducirla, empujados por niños de unos 7 años, dotados –eso sí–, de buena imaginación porque sin ese ingrediente el juego no tenía ningún significado.

         Por último ¿quién de estos personajes que hemos mencionado, émulos reales del ficticio Geppetto, fabricó en Penco el trencito de Andy? ¡Ninguno de ellos! El juguetero en cuestión tenía su taller en calle Las Heras, entre Talcahuano y San Vicente por la vereda norte. Pero, este dato no es tan simple de corroborar porque hay opiniones dispares. Gente mayor de ese barrio, que ha vivo en el sector por décadas, no recuerda en esa cuadra un negocio de juguetes o un taller, sino sólo casas particulares y sitios desocupados. Añaden que un maestro de por ahí cerca, en calle San Vicente, reparaba sillas, al que le decían el Viruta, pero que ni por afición fabricaba juguetes. Solamente una última cita recogida indica que hará unos 20 años, hubo un artesano joven en esa cuadra que trabajó en maderas por un tiempo y que después se trasladó a Temuco para proseguir su actividad. Fabricaba mates, emboques. Pero, surge un problema de incompatibilidad con las edades. Para cuando los hermanos Riquelme compraron el trencito en 1975 este último artesano debió ser un niño, hecho que no calza en el relato.

La cuadra de calle Las Heras donde vivía el juguetero por la vereda de enfrente.

                   Hasta aquí el juguetero resultaría ser alguien misterioso; los vecinos del barrio San Vicente no guardan una imagen de taller artesanal en alguna dirección de Las Heras en los 70. Quizá, agregan para no descartar de plano la posibilidad, alguien pudo tener un taller interior con un disimulado pasadizo a la calle. Pero, es una suposición. ¿Quién era pues aquel juguetero de los años 70 y adónde se fue? ¿Existió verdaderamente o fue pura imaginación?

            Hay otros testimonios según los cuales la juguetería de esa cuadra se llamó «Caracol». Justamente el restaurador del trencito, don José Alarcón, recuerda que cuando él estudiaba en la escuela República de Italia, de regreso del colegio pasaba por allí con el único propósito de mirar o admirar los juguetes de madera en exhibición. Otra vecina de Penco, la señora Gladys Martínez le contó a
Andy que ella recuerda el taller y que, a mayor abundamiento, conversó en una oportunidad con un señor de apellido Moncada (QEPD) quien le dio el nombre del mentado juguetero. La señora Gladys le dijo a Andy que era un tal Ribler o Ripel o algo así, no lo recuerda bien debido a que en la conversación el nombre se lo llevó el viento y Moncada ya no está para volverlo a consultar.

           
               
             A pesar de los puntos de vista opuestos, hay realidades concretas para que esta historia no sea un mito y es la existencia del juguete restaurado, lo que dijeron Alarcón y Gladys Martínez  y la confirmación de la mamá de Andy, Nora Riquelme quien dio fe de que sus hermanos José y Ana, ambos fallecidos, lo compraron a ese juguetero desaparecido. Ella misma fue al taller después en compañía de su hijo para encargarle que fabricara otro juguete, una especie de diligencia o carromato tirado por caballos de madera a fin de que su hijo y futuro músico pudiera jugar y pedalear.

                Esta es una clásica historia con un final abierto y que quizá alguno de nuestros lectores pudiera aportar nuevos datos.

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               Los versos del poeta austríaco Rilke evocan el significado de un juguete para los niños que ni siquiera vislumbran lo que les depara la vida:

            


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