viernes, octubre 21, 2022

«CUÉNTAME UN CUENTO»

EL AVE ROC ataca a aventureros. La mitología creó a este pájaro de dimensiones colosales. 

                Lo entretenido de esas noches del pueblo, era encerrarse en las casas para oír historias contadas o leídas por las personas mayores. En nuestro caso, los mejores cuentos los narraba mi tía Ana. Por eso, algunas veces, grupos de niños iban a mi casa para oírla con entusiasmo y al final del cuento mirarnos a los ojos con cierta grado de asombro y despedirnos para ir a dormir. Era costumbre en casi todas las casas para matar ese tiempo ocioso que iba entre el término de las tareas del colegio y el agotamiento por el sueño. Hablo de tiempos en que ni radio ni televisión había. Bueno, radio, una que otra.


            Los niños de entonces --adultos mayores de hoy-- pueden testimoniarlo. Manuel Suárez, por ejemplo, cuenta que en las noches antes de dormirse él y su hermano Donato le pedían a Olguita Velásquez, quien en casa colaboraba con las costuras de la señora Inés, que les leyera “La Cabaña del Tío Tom”, el conmovedor relato anti esclavitud (novela de Harriet Beecher Stowe). Ella les leía pausadamente la historia, poniendo énfasis, respetando la puntuación, los signos exclamativos, interrogativos, etc. Le daba tanta vida al texto y al drama humano, que los niños interrumpían a Olguita para que se detuviera de cuando en cuando, con el fin de tomarse un respiro, secarse las lágrimas que les brotaban a causa de la emoción y así después poder continuar escuchando. Se dormían conmovidos por el efecto de la ficción, pero también felices de oír una extraordinaria pieza del arte literario.

                Estos cuentos que los niños querían escuchar no eran nuevos para ellos, ya los habían escuchado antes. Eran algo así como la música popular que cuando gusta una canción se la quiere oír una y otra vez. Esa era la razón de los cuentos. No había sorpresas ni elementos nuevos, sabíamos lo que íbamos a oír.

               Pues bien, mi tía Ana tenía preferencia por narrar episodios bíblicos del Antiguo Testamento que ella conocía muy bien por su formación. Las imágenes afloraban solas: Sodoma y Gomorra bajo una lluvia de fuego y absoluta destrucción, el justo Lot huyendo con sus hijas y su mujer, quien desobedeció la orden del ángel de no mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal. La historia de Noé, la paciente construcción del arca, la reunión de los animales para abordar la nave salvadora... El interminable diluvio, todo eso nos gustaba escuchar.

               Mi mamá, en cambio, daba un giro, ella me leía los relatos de Las Mil y Una Noches. Mi serie favorita era la que protagonizaba Simbad el Marino, un intrépido muchacho del puerto de Bassora (Irak). Yo me sabía todas las parepecias que Simbad enfrentó en el Golfo Pérsico y de seguro también en el océano Índico. Uno de esos eventos ocurrió cuando el capitán de su barco confundió una ballena por un islote y bajó para explorar, encender fuego y quemar sin querer el lomo de la ballena con las consecuencias de imaginar. ¿Cómo era posible que hubiera aves tan grandes en aquellas islas desconocidas que podían levantar a un hombre, pájaros llamados Rocs? Cada episodio tenía un final que debían contármelo al día siguiente porque me había dormido antes de tiempo.

               Así se formaron los niños de esos años en Penco, interesados por las historias que enriquecían su imaginación... Sin duda el siglo XXI ha de ser distinto para ellos, puesto que hoy tienen entretenciones de sobra  y mucho de donde elegir.  

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