martes, mayo 16, 2023

HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA

HERALDO RICARDO NÚÑEZ JARA.

POR ABEL SOTO MEDINA, Aficionado de la Historia.

            La historia cotidiana es simple y es cosa viva, yace ahí quieta en nuestras memorias y al mismo tiempo se halla esparcida en el corazón de los pencones. Basta hablar con alguien conocido, en un encuentro casual para que esas imágenes del pasado afloren como un álbum de fotografías...

            Saliendo del conocido restaurante Casino Oriente en la playa de Penco, propiedad de los hermanos Navarrete Nova y que administra uno de ellos, el buen amigo don José Navarrete, me detuve para conversar por un instante con el cuidador del estacionamiento de autos del lugar, una persona de sonrisa fácil, muy amable y gentil con todos los clientes con quienes trata diariamente. Por su físico disminuido en estatura, quizá por algún problema en su lejana etapa de crecimiento o tal vez por otra causa, se lo puede confundir fácilmente con un adolescente. Pero, si él nos dijera cuántos años cumplidos tiene, quizá lo pondríamos en duda por lo bien que se ve.

            Es Heraldo Ricardo Núñez Jara; unos le dicen Heraldo, otros Jano, Janito o también Canito, él acepta todos los apodos y se identifica por cualquiera. La ocasión se dio en que viéndolo acompañar a una persona mayor, que por cosas del destino, ya sabía que era un familiar, y para empezar el diálogo, le pregunté:

            –Janito, ¿ella es su mamá?

            –¡No!, es mi hermana.

            –Ah, pero ella me recuerda haberla visto en un conventillo de calle San Vicente.

            –Sí puh, es que ahí vivían las hermanas de mi mamá (Guillermina), y con ella íbamos los domingos a visitar a mi tía Moroca, Juana y Encaña (Encarnación) Jara.

            Conocí a Janito, hace algunas décadas, justamente en el barrio San Vicente en un pasillo de unos pabellones, cuyos frontis de casas eran de albañilería, y sus clásicas ventanas tenían protecciones de fierros forjados, que evocaban los años 1900. De esos pabellones recuerdo en la esquina de Freire con San Vicente, vivia la familia Monares, y que entre los hermanos estaban al Chiflín, el Chiflón y el Caco. De las mujeres recuerdo a Lidia, una basquebolista que vi jugar por Marco Serrano de Tomé, vecina con la Sonia Zambra, quien jugó en el María del Río. Otra de las Monares fue María, casada con César González, un boxeador del Roberto Ovalle, Vice Campeón de Chile e hijo del conocido Humberto «Peter Johnson» González. Aparte de este comentario, y que guarda relación con Heraldo (Janito), es porque en esas casas, pero al interior, vivía la señora Encaña, su tía. Recordaba que ella trabajó en la Refinería. En ese momento Janito comenzó a acordarse de pasajes de su infancia; en su memoria afloraban familias como don Carlos Romero, casado con la señora María Canales, estaba claro que se habían ido a vivir después a la Población Guzmán; y pasaron los hermanos Hermosilla, se recordaba del Hugo, los Figueroa, el Titín, el Claudio, también de los personajes del barrio como el Meñique (Enrique Hernández), y le consulté el
nombre, pero solo recordaba que era de apellido Fernández; el Chamiza, sííí (el Nene) se vestía de payaso para los actos de la Navidad en el estadio y le pusieron así porque cuando lo mandaban a buscar leña al cerro, el decía siempre, voy a ir a buscar chamiza, para referirse a despuntes de ganchos secos, livianos y fácil para prender fuego… De repente le asoma la División de Menores de Don Juan Muñiz, y con nostalgia recordaba esos viajes en el verano a Hualqui, en que todos los hijos de refineros pasaban una vacaciones maravillosas, y añadió: «Bueno todo esos gastos los pagaba la fábrica».

        –¿Qué más recuerdas del barrio San Vicente, Janito?

        –Bueno, al Agua de Pipa...

        Se refería a don Abel Torres, que tenía bodega de vinos y mencionó a su hijo el Chito Pipa, también al Casero Bueno, otra bodega de vinos del barrio, que la atendía don Esteban Chávez…

            –Janito y ¿a quién más recuerdas?

            –Bueno a mi tío Chicaco Jara, …ah, el papá del Quico, Peché y Tolé, si ésos, ellos eran primos.

            Hay que recordar que el Quico Jara fue un boxeador que tuvo la gracia de vencer en una ocasión a Misael Vilugrón, un medallista panamericano que vivió por un tiempo en Penco. El otro que siguió en el boxeo, fue el menor, me refiero al Tolé Jara, un excelente exponente que bien pudo alcanzar mayores metas, pero que en el ámbito amateur fue destacado. Janito también se acordó de la hija del Tío Chicaco, Nolberta, pero que nosotros en el barrio siempre la nombramos como la Beta. Habló de su papá que lo apodaban el «Coquimbo» porque no se perdía partido del equipo de CRAV donde se presentara y que trabajó en Refinería en los calderos. Que la familia de Fernando Castro, del Recinto se había ido a la Población Guzmán. También recordó a los Villegas, haciendo alusión a Jorge que ya había muerto, y quedaba solo el Bardo (Eduardo). Ante una pregunta que si conocía la Heladería de Don Ramón Marcos nos dijo: «Sí, por supuesto, era una buena persona, trabajé con él en los barquillos; también trabajé con el Chepo (Rodríguez), le ayudada cuando hacía muebles». No olvidó decir que trabajó en una forestal, bueno desfilaron otros nombres conocidos como El Chatán Alarcón, Cachencho Mora, mencionó que cuando iba al gimnasio de la Refinería miraba jugar a las basquetbolistas del María del Río y que también vio pelear a su primo Tolé Jara...

            Para no interrumpir más la labor de don Heraldo con un buen apretón de manos dimos por terminada la breve conversación quedando para mí la satisfacción de haber llevado a una persona a sus recuerdos, hacerlo hablar y ver con qué alegría me conversaba, sintiendo gratitud que alguien lo escuchara con tanto interés. También mis recuerdos se unieron a los de él, cada vez que le preguntaba. Ratifiqué una vez más, que sólo basta detenerse un momento y conversar con cualquier pencón para conocer la historia, todos están capacitados, porque han sido parte de ella, más o menos, pero todos han tenido su papel en ésta obra que se llama Penco, y que no es necesario, muchas veces, recurrir a los libros para aprenderla, haciendo hincapié, en que ellos la han vivido o son partes de lo no escrito.

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