miércoles, febrero 07, 2024

RECORDANDO A CARA'E'FUEGO

EL PRIMER TREN de pasajeros de Chile Caldera-Copiapó inaugurado en 1851.
(Foto captada en el campus universitario de Copiapó en 2006).

NOTA PREVIA: Este texto lo publiqué en mi otro blog hace unos años. En vista que está relacionado con el post que viene a continuación, lo he insertado aquí a modo de contexto.

                    En el hermoso puerto de Caldera visité el museo ferroviario local, emplazado en el bello edificio –hoy restaurado– de la primitiva estación terminal del ferrocarril a Copiapó. Sus tijerales interiores, su andén de madera son los mismos de aquello años de «la plata dulce» del mineral de Chañarcillo en el siglo XIX. Lo curioso del recinto es que tenía puertas que se cerraban cada vez que un tren ingresaba al lugar. Y la causa de tan curiosa práctica, dicen que era la carga que transportaba el tren: plata y oro.

                    El convoy de pasajeros entraba a la estación por una puerta paralela, de manera que no había ocasión para que algún viajero se tentara por recoger alguna muestra. De la bodega cerrada del lugar, el rico mineral iba a los buques a escasos cien metros de distancia, desde donde salía hacia mercados internacionales. Pero, esta es la parte histórica del viejo ferrocarril, vamos a la anécdota que todavía cuentan los vecinos de allí.

                    El dueño del tren –como empresa ferroviaria– era un norteamericano llamado William Wheelwright, quien luego de adquirir la máquina y los vagones en Philadelphia, Estados Unidos, construyó los poco más de 86 kilómetros que separan al puerto de la ciudad interior Copiapó. Y, ciertamente, edificó la primera estación ferroviaria de Sudamérica, la de Caldera.

                    ¡Gran inauguración gran, el 25 de diciembre de 1851!

                    Dicen que hubo tanto vino, bailes y fiestas ese mediodía, que el maquinista titular se emborrachó al punto que nadie estaba dispuesto a pasarle la locomotora bautizada «Copiapó o Copiapina» para el viaje inaugural. La prudencia aconsejó a don William, quien le pidió al segundo piloto, el irlandés norteamericano John O’Donovan, para que condujera el convoy. Este maquinista se ganó la titularidad de inmediato.

DETALLE INTERIOR DE LA COPIAPINA.

                    Aunque no hay fotos de O’Donovan, parece que el tipo era muy carismático y tanto en Caldera, en Copiapó, como en las estaciones intermedias tenía muchos amigos y, probablemente también admiradoras. La farándula de la época no dejó testimonios escritos si tuvo amantes en uno o todos los paraderos. Cantores populares le dedicaron poemas y payas.

                        El gringo O’Donovan, decíamos, era un tipo muy querido en todo el valle de Copiapó. Sobre el particular no tengo pruebas, pero tampoco dudas, como dicen ahora. Como tenía la cabeza y la barba color naranja, la gente que esperaba en los andenes y los viajeros lo apodaron cara'e'fuego. Acentuaba su aspecto colorín, el reflejo en su rostro de las llamas de la caldera, cuando «la Copiapó o la Copiapina» llegaba bufando a las estaciones o los paraderos. Es posible, –y éste es un añadido personal– que John O’Donovan haya sido consumidor moderado de whisky, no atribuido sarcásticamente a su origen irlandés sino como una forma de sobreviviencia en la dura y monótona rutina de Atacama, el desierto más seco del mundo. Me lo imagino con los riñones en la mano por las sacudidas del tren y aferrado a las palancas de mando de ese armatoste mecánico y chamuscado por el calor. No olvidemos que el maquinista provenía de la comodidad de la élite de Philadelphia.

                    Por el costo de su sacrificio –aunque más de algún placer debió haberse regalado–, salud amigo car'e'fuego.

UN TREN detenido en la estación de Monte Amargo, en el desierto de Atacama,
posterior al primer ferrocarril. Esta locomotora se llamaba 
«Matías Cousiño».


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