Quiero pensar que la primera
biblioteca que hubo en Penco debió existir al alero de la
Universidad Pencopolitana, en tiempos de la colonia, porque es impensable que una casa de
estudios superiores, entonces y ahora, carezca o haya carecido de ese
apoyo. Aunque incluso antes pudo haber pequeñas bibliotecas o,
quizá, solo estantes con libros en las iglesias y conventos que se
levantaban por acá. Pero no vamos a abundar en este tipo de
extrapolaciones para no cometer algún error histórico. El relato de
la biblioteca de mi interés es contemporáneo.
Me refiero a la biblioteca particular del señor Óscar Contreras Yáñez, ex jefe de Recursos Humanos de Fanaloza, que tenía en su casa en la calle Cochrane, al llegar a Maipú. Hombre liberal, abierto a la comunidad y con vocación de servicio, no se negaba a que los jóvenes estudiantes de entonces accedieran a sus libros para investigar y hacer tareas. Una mesita de centro servía para apoyarse y escribir. Prácticamente toda la amplia pieza donde don Óscar tenía su escritorio estaba rodeada de muebles con libros. Había libros incluso sobre los asientos. La biblioteca estuvo muy bien hasta que el señor Contreras estuvo con nosotros.
Claudio, el segundo de los tres hijos del matrimonio Contreras Torres ‒los otros dos, Óscar el mayor y Luz Irene la menor‒ continuó por algún tiempo con la iniciativa de su padre de mantener la biblioteca particular y de dar facilidades a jóvenes interesados en la lectura o en la investigación académica. Pero, ya se intuía lo que pasaría con ella, que quedaría finalmente abandonada. En ese contexto, Claudio me prestó el libro El liberalismo europeo, de Harold Laski (FOTO), un breviario del Fondo de Cultura Económica (México) para una tarea de historia. O porque a Claudio ya no era fácil ubicarlo en casa o por pereza, no lo devolví y hasta hoy ese breviario sigue en mi poder como un testimonio de aquella biblioteca, a la que tantos amigos de entonces acudíamos y donde nos recibían con amabilidad.
Luz Irene Contreras Torres lamenta el curso que tomó la biblioteca, la que supuestamente quedó al cuidado de su hermano mayor (fallecido), también de nombre Óscar. «A pesar de que mi hermano fue un gran lector hasta el día de su muerte, no se hizo cargo de la biblioteca de la casa de nuestros padres. Me contaron que muchos libros estaban botados por la orilla de la línea del tren y que hasta los usaron para encender fuego. Yo no fui testigo de eso, pero no está lejos de que haya sido así», nos comentó Luz Irene para esta publicación.
¿Cuántas bibliotecas en la historia habrán desaparecido por descuido o por la acción del fuego, como parece ser nuestro caso? Basta recordar lo sucedido con la Gran Biblioteca de Alejandría, una maravilla del mundo helenístico, que terminó siendo objeto de las llamas o del vandalismo propio de las guerras. Sin embargo, nos dice Luz Irene, a modo de consuelo por el destino de la biblioteca paterna, dos biznietas de su padre, nietas de su hermano Óscar, son profesoras de español y aman la literatura. «Ellas heredaron la virtud del amor por la lectura. ¡Cómo les habrían servido hoy en día esos libros, por ejemplo, una edición única de El Quijote de la Mancha en castellano antiguo, que mi padre adoraba entre tantos y tantos libros…!»
No hay comentarios.:
Publicar un comentario