ALONSO DE ERCILLA, obra de Joaquín Mirauda. (Foto de Selin Monsalve N.) |
Cuando vemos cómo se ha tratado a la estatua de Alonso de Ercilla en la plaza de Penco, uno se pregunta si fue realmente una buena idea hacerla e instalarla. Para quienes la descuidan habría que recordarles que ese soldado y poeta español puso el nombre de Penco en el mundo, como el centro de su gran obra universal La Araucana. Admirado hasta por don Quijote y, a través suyo, por Cervantes, el máximo exponente de las letras castellanas. Y para qué seguir...
Durante la Navidad anterior, la estatua fue cubierta por el cono ornamentado que representaba el árbol de Navidad oficial de la comuna. Ercilla quedó tapado, debajo, oculto. Y, al parecer, nadie sintió vergüenza. En su ubicación en el centro de la pileta de la plaza, ahora las boquillas o difusores de agua ornamental apuntan directamente a la estatua, la que recibe el impacto como una lluvia que no para. A nuestro Ercilla, el agua le corre de la cabeza a los pies, libros incluidos. Y nadie sugiere siquiera corregir eso. El efecto hubiera sido válido si el objeto fuera un delfín, un tritón o algún tema acuático. Pero, no.
Penco se merece esa estatua. Sin embargo, falta consideración.
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