Llegó a Penco como un extranjero. Tenía la tez oscura, el pelo muy corto de rulos y hablaba con acento argentino, pero para algunos era peruano. En el vecindario se ganó un nombre de inmediato: el Negro más su apellido por lo que quedó bautizado como “el Negro Ciátera”.
¿Por qué este personaje extrovertido y dicharachero aterrizó en Penco? Porque era futbolista de profesión y llegó porque lo había contratado el club Fanaloza que competía en el fútbol Regional. Habilidoso era el “Negro Ciátera” en el manejo del balón, un jugador rápido, condición clave para desempeñarse como alero izquierdo.
El “Negro Ciátera” se convirtió en un hombre espectáculo en la cancha. Se veía bien con la camiseta locera de color blanco y cruzada en el pecho por una banda celeste, como la de Universidad Católica. Por el carril izquierdo desplegaba gran velocidad y hacía fintas que parecían más para halagar a la galería que para habilitar a sus compañeros, según sus críticos.
Al parecer su contrato con el club Fanaloza le significó el puesto de obrero en la industria, pero no acudía porque su primer trabajo era la de futbolista. Así lo entendía la empresa y, al respecto, no hacía mayor drama. Hasta que una porfiada lesión a una rodilla obligó al “Negro Ciátera” a colgar los chuteadores y retirarse de la práctica del fútbol. Si bien fue una decisión obligada, su seguridad laboral continuaba ahora como obrero de Fanaloza. Pero, dicen quienes lo recuerdan, a la fábrica iba tarde mal y nunca, porque eso de trabajar como un obrero no estaba en su mapa mental. Por esa causa, o por otra, el día menos pensado la empresa decidió despedirlo.
Cuentan que ya en la calle al “Negro Ciátera” no le quedaba más que el poco dinero que recibió como indemnización, los recuerdos de futbolistas y algunos recortes de diarios. Entonces decidió reinventarse y se volcó a la música. El “Negro Ciátera” llevaba el espectáculo en la sangre. Primero, en los estadios y ahora en los tablados. Y comenzó a actuar en Penco, porque los dueños de los casinos de la playa le hicieron contratos para animar las tardes veraniegas.
El “Negro Ciátera” se transformó en el alma de las fiestas de fines de semana. Una de sus últimas actuaciones en Penco se produjo durante las Fiestas Patrias de 1960 o 1961. A la media noche del 19 de septiembre debía terminar la celebración. El casino Huambalí hervía de público que bailaba a compás del animado son del saxo. Justo a las cero horas, se presentó en el lugar una pareja de carabineros. Los uniformados avanzaron hasta el escenario entre de las decenas de personas que bailaban. Cuando lograron su objetivo, le hicieron una seña al artista que tocaba y tocaba. El cabo de la policía uniformada le dijo que parara la música, porque la fiesta se había terminado. Entonces el “Negro Ciátera” se dirigió al público y a los carabineros a través del micrófono: “Amigos, la fiesta terminó, carabineros va a cerrar el casino en este momento. No podremos seguir bailando. Pero, antes de decir hasta el próximo 18, vamos a interpretar la Canción Nacional”.
Lo divertido, fue que Ciátera impuso sus reglas. Pasada la media noche, cuando ya todo debía estar cerrado, el saxofón del futbolista negro entonó los sones iniciales del himno patrio y toda la gente que permanecía en la pista comenzó a cantar. Los carabineros también cantaron y después calabaza.
El “Negro Ciátera” misteriosamente se fue de Penco, tal como llegó. Pero, esta vez se llevó su saxofón. Pencones que recorrían la región en esos tiempos dicen que lo vieron tocando su instrumento y animando una fiesta en un local nocturno de Angol. Para esos lados se fue el negro. En conversaciones con quienes lo reconocían en esos recintos, dicen que siempre preguntaba por sus amigos olvidados de Penco, ciudad donde tuvo dos hijos.
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