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Olimpiada 1968: tiradores de la cuerda desfilan por el centro de Penco. |
Había una diferencia implícita y explícita (rivalidad) entre refineros y
loceros que se manifestaba en voz baja y a veces a todo grito, principalmente
en alguna cancha de fútbol y hasta en alguna bodega de vinos. Los refineros
eran un poquito más presuntuosos: vivían mejor, su empresa era más disciplinada
e inclusiva. Los obreros loceros, más humildes, juntaban rabia para desahogarse
en algún recinto deportivo. Sólo el cuerpo de empleados de Fanaloza se igualaba
a sus pares refineros.
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El equipo de remeros de la Refinería. |
Esta bronca encontró una eficaz válvula de escape en las
olimpiadas. Los torneos pencones de las más variadas disciplinas, incluso
aquellas no olímpicas, fueron organizadas por CRAV y acogidas con beneplácito
por Fanaloza hacia finales de los cincuenta y los sesenta. La refinería tenía
olimpiadas internas desde los años cuarenta. Pero, después se hizo extensiva a
toda la comunidad pencona. No supe de ninguna otra ciudad de Chile que haya
tenido estos torneos. Eran, sin duda, una exclusividad de Penco.
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José Astudillo a la izquierda, participando también en la
carrera de ensacados. |
La ciudad completa se involucraba en estas competencias. Las
pruebas se realizaban en todas partes dentro del espacio de la comuna: en el
fortín (la cancha de la refinería), en los gimnasios de Fanaloza y el
Deportivo, en la playa de Penco. Las medallas se disputaban en fútbol,
básquetbol, salto alto, salto largo, cien metros, maratón, boga, manejo del
hacha, rayuela, tirar de la cuerda, tiro al blanco, brisca y carreras de
ensacados. A juzgar por las competencias, parecería que había competidores
diestros para cada disciplina. Pero, no era así puesto que quienes disputaban
eran trabajadores comunes y corrientes, no especialistas en esos deportes. Por
tanto, cobraba pleno sentido el slogan: lo importante no es ganar, lo
importante es competir.
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La prueba de tirar de la cuerda. |
Veamos algunas anécdotas que llegan a nuestros oídos. José
Astudillo, el zapatero, por ejemplo era un conocido atleta y defendía los
colores de Refinería. Nunca había jugado al fútbol. Pero, tuvo que ponerse la
camiseta debido a la ausencia de un jugador del equipo refinero. Lo obligaron a
meterse en la cancha. La sorpresa para sus compañeros, para sus rivales y la el
público fue que corría tan rápido que no había defensa de Fanaloza capaz de
alcanzarlo. Sin embargo, su falta de técnica, no le permitía hacer goles. O
sea, su pura velocidad no era una solución para el equipo.
Fanaloza tenía una ventaja clave frente a la Refinería en la
competencia de la boga. La prueba consistía en remar desde los hornos caleros
para llegar a una meta fijada frente a la Planchada. Los loceros ganaban
siempre. ¿La razón? La mayoría de esos trabajadores se habían ganado la vida en
la pesca antes de entrar a la empresa, sabía mucho de botes y cómo maniobrar los remos. En cambio los refineros, no. La
diferencia se veía en los resultados.
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Competidores olímpicos en el centro de la cancha. |
El inicio de las olimpiadas contemplaba un desfile de carros
alegóricos en el que participaban todos los competidores. La columna refinera
la encabezaba el orfeón CRAV. Como Fanaloza no tenía músicos, el desfile lo
precedía la banda de la Escuela de Grumetes. Había llama olímpica en el
estadio el fortín. Los refineros tenían el orgullo que se expresaba en que
ellos endulzaban la vida de todos los chilenos. Pues bien, y aquí la anécdota
final de esta historia: en 1970, en el desfile de lo que sería quizá la última
olimpiada pencona, Fanaloza desplegó una taza gigante en su carro alegórico
principal. Bajo ella se leía lo siguiente: “Aquí es donde muere el azúcar”.
Publicaciones refineras posteriores admitieron el ingenio del creativo locero.
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