Imagen de referencia de una riña callejera tomada de www.fmlider941.com.ar |
Estudiosos del cuerpo humano concluyeron en una investigación reciente que la naturaleza diseñó las manos para que sirvieran también para
golpear. Sin embargo, sin que hubiera existido ese estudio sabíamos perfectamente que nuestras manos ¡golpean! Y en
Penco muchos lo han experimentado.
Durante mediados del siglo pasado, era común presenciar
riñas callejeras en cualquiera esquina de Penco. Los hombres mayores se
trenzaban a golpes, los niños se pegaban rodando abrazados por el suelo. Los
jóvenes armaban peleas en las fiestas. No había reunión social de este tipo que
no terminara en una riña o que registrara un par de peleas como mínimo durante su desarrollo. Estas
peleas las protagonizaban borrachos pero también hombres sobrios. Era lo
normal.
¿Por qué esta conducta de discusiones mínimas y acciones
rápidas? Puede que hubiera dos razones: ir a la justicia para aclarar alguna
diferencia significaba esperar demasiado. La solución más breve, definir las
cosas a los golpes. Se ganaba o se perdía. Sin embargo, ganador o perdedor
terminaba con los ojos en tinta, un diente menos, camisas rotas, etc. Recuerdo
que un contendiente en una riña le mordió una oreja a su contrincante y le
arrancó parte del lóbulo. El afectado ganador en la disputa, lució por el
resto de su vida el pedazo menos de oreja:
cicatriz de guerra. Lo curioso era que –en este caso-- ambos trabajaban en
Fanaloza, de modo que el hechor veía todos los días su “obra” en la cara de su ex contrincante. Las diferencias se subsanaron después con brindis de pipeño, pero
el desorejado no recuperó el pedazo de pabellón auditivo.
LOS HOMBRES ALFA
LOS HOMBRES ALFA
La segunda razón pudo ser el machismo. Para ser un hombre
alfa había que ganarse el renombre con los puños.
Y los jóvenes, siempre más sensibles para estas cosas se enfrentaban a puñetes por el sólo hecho de haberse mirado mal. Las peleas se
libraban tanto en las puertas de los lugares de las fiestas o adentro. Los púgiles
pasaban mancornados entre la gente. Y en la pista de baile, parejas de enamorados le abrían cancha a los peleadores como algo normal.
Podría ser muy feo todo esto, pero había algo rescatable:
eran peleas leales. Los contrincantes se golpeaban con los puños y
arremangados. Si uno de ellos caía, el otro esperaba a que se parara y seguía
la frisca. No usaban armas. Los jóvenes
en disputa se amenazaban mutuamente haciendo el gesto de un puño cerrado sobre
la boca. “Cuando te pille”. Y se pillaban y ahí venían los golpes. De allí que
no fuera extraño ver a circunspectos muchachos con corbata luciendo ojos en
tinta por participar en alguna riña. A esa característica de los ojos golpeados
también se le llamaba “brevas” o “paltas”. Nadie preguntaba quién había
asestado el golpe, era de suponer, un adversario. Las “paltas” se disolvían con
el paso de los días. Se necesitaban diez para que desaparecieran en su
totalidad. Nadie podría estar oculto todo ese tiempo para no lucir “brevas”.
Los niños imitando a los mayores también definían sus
disputas golpeándose. La playa local era un lugar ideal para
agarrarse a puñetes. Dependiendo del estado físico, los peleadores podían pasar
una hora dándose. Si aclarar un asunto, responder a una ofensa o algo parecido
era demasiado urgente, los combos y patadas salían a la palestra en los patios
de las escuelas, los contrincantes no alcanzaban a llegar a la arena. Recuerdo que alumnos peleadores fueron castigados por
profesores con anotaciones o citas de apoderados. Pero, esas medidas
disciplinarias no cambiaron la tendencia a los golpes certeros.
MUJERES PELEADORAS
MUJERES PELEADORAS
Las mujeres penconas tampoco le hacían el quite a las riñas. Parecía que las de Lirquén eran las más bravas. Se sujetaban del pelo y se propinaban puñetes en el suelo. Sin embargo, si podían
se agredían con piedras y elementos contundentes. Ésa era una diferencia con
las pendencias masculinas. Y en el caso de ellas, las disputas terminaban en el
juzgado local con gritos, insultos y nuevas amenazas.
Y entre hombres ¿cómo terminaban estos episodios de uno
contra el otro? Si la pelea era desigual y nadie intervenía en favor del
damnificado, éste último desde el suelo y todo revolcado tenía derecho a pedir clemencia.
“Ya, está bueno, no me pegues más” vi y oí decir a un hombre con su cara llena
de sangre. Hasta ahí llegó la pateadura…
El reciente descubrimiento científico que las manos sirven para golpear porque están diseñadas para eso, en Penco lo teníamos clarito desde mucho antes.
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