Para las dueñas de casa de Penco lavar fue siempre un "cacho" hasta que las máquinas lavadoras y las secadoras entraron en el mercado como un aluvión. Antes
ellas le sacaban el cuerpo a la obligación de lavar por lo sacrificada y
aburrida. Así la ropa sucia se iba juntando en grandes rumas en los hogares.
Esta situación por sí sola creó el oficio de lavandera, mujeres que prestaban
el servicio de lavar ropa. Y las había de dos tipos, una las que llevaban la
ropa sucia ajena para lavarla en sus casas; y la otra, era el lavado a
domicilio. Un trabajo no apetecido, de baja remuneración y harto sacrificio.
Aquellas que lavaban en sus casas tenían las herramientas:
una artesa o batea de madera, una tabla para restregar y una escobilla de mano
con cerdas de escoba. La ropa la remojaban en abundante agua y detergente en la
artesa y luego venía el refregado con la escobillas contra la tabla de lavar.
Dependiendo de la cantidad de mugre, el agua sucia quedaba de color gris. La
lavandera entonces quitaba el tapón de la batea y el agua se iba por gravedad,
caía a una acequia y el curso seguía hasta la calle. El agua sucia corría por la
calle y se iba a la pozos de aguas-lluvia. Después venía el primer enjuague en
la misma artesa, el segundo enjuague y a colgar la ropa en largos alambres en
los patios. El viento pencón hacía lo suyo y a las pocas horas las sábanas
estaban listas para ser entregadas a la clientela. El resto de la ropa también.
Las camisas se planchaban, lo demás iba así no más. A menos de una cuadra de la
plaza de Penco se veía la evidencia de esta actividad emprendedora por la calle
Las Heras –cuando lucía adoquines-- donde sus cunetas estaban la mayor de las
veces cargadas de agua fétida.
Las lavanderas a domicilio tenían menos recursos. Iban de
casa en casa prestando sus servicios. Se instalaban a lavar todo el día. Sus
manos sin protección permanecían metidas en el agua con detergente (lavasa) restregando y
restregando. Al final de la jornada se retiraban agotadas de tanto estar de
pie, e inclinadas aplicando su fuerza sobre la tabla de lavar. Pero, regresaban
contentas a sus modestos hogares con algo de dinero y con la esperanza de
obtener algo más al día siguiente en otra casa pencona.
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