Foto referencial: una portada de la revista Don Fausto, obtenida de internet. |
Esa noche de invierno estaba como para contar y oír
historias de terror en aquellas tertulias familiares de trasnoche en la que
además participaban algunos vecinos. La señora María Ortiz tenía la palabra y todos
estábamos en silencio absoluto para saber de qué se trataba su relato. Y ella
contaba con voz quieta y una mirada pícara la experiencia que había vivido
tiempo atrás en su casa, estando allí sola con su hermano Regino, quien padecía
de una limitación neurológica. Aquel hablaba con mucha dificultad, había que
conocerlo bien para hallarle algún significado básico a su lenguaje…
Por ello, la señora María era la mejor intérprete de las conversaciones de
Regino, ella comprendía lo que para el resto eran sonidos vocales y balbuceos.
Contó que era muy tarde aquella noche y ella estaba inmersa en una lectura
terrorífica que incluía ese número de la revista Don Fausto. La narración,
contaba ella, trataba de una aparición misteriosa en el fondo del pasillo de
una casa. Una figura oscura, un fantasma merodeando por ahí, con ruidos y todas
esas cosas sobrenaturales. A pesar de su miedo creciente no podía soltar la
revista y seguía adelante con su lectura. Regino la miraba con esos ojos
cariñosos y dulzones de una persona limitada de mente ajeno por completo al tema de lectura de María. Decíamos que por algún
motivo no había nadie más en esa casa de familia numerosa. Regino calentaba sus
manos junto al brasero, porque era una de aquellas noches para dar diente con
diente en Penco. Metida en la lectura, decía la señora María, ya comenzaba a creer que el fantasma del texto
se salía del papel y rondaba por algunas de las piezas interiores. Si hasta le parecía oír ruidos extraños.
Entonces, para romper el vórtice creciente del miedo que la invadía le ordenó a
Regino que fuera a buscar carbón allá al fondo de la
casa, sin duda el lugar más oscuro y cerrado de aquellas habitaciones para alimentar el brasero. Su
hermano se paró y caminó en la oscuridad a buscar algunos trozos de carbón de
madera que María le había encargado. Ella, en tanto, siguió a concho en
la historia de Don Fausto. Regino desapareció en la oscuridad. Al quedar sola
la señora María atizó el fuego para
agregarle el carbón que traería su hermano.
Al poco rato Regino regresó con las manos vacías y con el
rostro pálido como que hubiera visto una aparición. Sorprendida y asustada ella la
preguntó que qué pasaba, dónde estaba el carbón... Él entre avergonzado y timorato le respondió algo que a ella no le hubiera gustado oír en esas
circunstancias. A media lengua Regino le dijo: “Allá adentro hay un caballero
de negro. Tiene fuego en la
boca… parece que es un jo-jorito*, parece que es un cigarrito… ¿Quién es hermana?”
La señora María y Regino se miraron. Ella dejó la revista sobre la mesa, se paró, lo tomó por el brazo, encendió
las otras luces y ambos caminaron rumbo a la carbonera haciendo de tripas corazón. “Aquí
estaba”, le dijo Regino indicando el punto. Y ella en su
soledad y en su miedo no vio a nadie, no había nadie…
(* se refería a un palo de fósforo encendido).
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