La ropa quedaba más rica secada a todo viento. Imagen referencial de www.casaruraltai.com
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Si para entonces ya existían las lavadoras eléctricas que
son indispensables hoy en cada hogar, en aquellos años no se conocían
masivamente. Muy pocas familias en Penco tenían una en casa. El problema del
lavado de la ropa se resolvía siguiendo procedimientos más artesanales. Las
personas que se encargaban del lavado tenían que dedicarle mucho más tiempo que
simplemente cargar la máquina con la ropa sucia, agregar el detergente y
retirar después las prendas semi secas.
Las lavanderas tenían que echar la ropa en un fondo de lata
o en una olla de enorme tamaño, si se quiere. Le agregaban agua hasta que todas
las prendas quedaran sumergidas. En seguida disolvían el detergente en polvo
mezclándolo con el agua. Los más usados entonces eran la Perlina y la Radiolina.
Con un palo de escoba revolvían todo el contenido del fondo. Esta acción se
realizaba en los patios, al aire libre. En seguida se encendía fuego en el
suelo utilizando leña picada o ramas traídas desde los cerros. Alrededor de la
pequeña hoguera se instalaban cuatro ladrillos para que sirvieran de base al
fondo. Se ponía esta olla enorme al fuego, sentada en los cuatro ladrillos. A
partir ese momento había que ir alimentando las llamas. Demás está decir que se
levantaba una enorme humareda. Cuando el agua se calentaba seguía la función se
revolver toda la ropa con el agua y el detergente. Esto era como esa imagen de
fantasía de brujas preparando pócimas en calderos. A ello agregue usted las
llamas tiñendo la lata del fondo, el crepitar de las ramas ardientes, el humo
azul emanando de la base con volcanadas de cenizas… en realidad, instalarse a
la lavar en esos tiempos era una cuestión épica.
Cuando la mugre se había soltado por completo en el agua
semi hirviente, se retiraba el fondo y se volcaba el contenido en una batea.
Allí se restregaban las piezas con una escobilla o sobre un fregadero se
superficie acanalada. Después el enjuague, dos o tres veces. Y si la ropa era
blanca conveniente era agregarle azul al agua final del proceso. El tinte devolvía
a las prendas albas la apariencia renovada. Por último se tendían al sol y al viento en alambres tensados, porque tampoco había secadoras
eléctricas. Al cabo de un par de horas, la ropa estaba lista, seca para retirar
y de ahí, directo al planchado. No era ninguna broma ponerse a lavar en esos
tiempos, pero como la nueva tecnología no se conocía, no se la echaba de menos.
En nuestros días, nadie podría lavar como se hacía antaño.
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