viernes, noviembre 27, 2015

DOS CALLES DE PENCO FUERON PISTAS DE ATRACTIVAS CARRERAS A LA CHILENA

                          Una panorámica de la pista de carreras a la chilena en el fundo Coihueco.

Alcancé a decir “en la calle Robles”… y en la Sociedad de Historia de Penco una voz me aclaró: “El Roble”. Muy bien, prosigo. La calle El Roble fue escenario de carreras a la chilena durante muchos años en fines de semana ya fuera invierno o verano. Era una fiesta dominguera pencona en la que afloraba la chilenidad. La partida estaba en la esquina de Cruz y la llegada, unos metros antes de Las Heras. El Roble de entonces cumplía con tres condiciones para la realización de estas competencias: plana, de tierra y con la orientación oriente-poniente, como exige la norma. Cada vez se registraba una aglomeración de gente y de comerciantes ambulantes, junto, por cierto, de mucha presencia de jinetes con sombrero huaso y pingos bien aperados. Por el centro de la calzaba se hacían marcas con cal para definir los dos andariveles. El público se instalaba en las veredas. Las carreras a la chilena de calle El Roble atraían a público de otras localidades como Tomé, Concepción, Florida. Porque era la oportunidad de ganar apuestas en dinero. Los competidores se instalaban en la partida, por lo general muchachos jóvenes delgados, vestían pantalón arremangado y camisa. Debían estar lo más livianos posible.
 
Minutos antes de la partida se realizaba el sorteo del lado. Quién ganaba el carril derecho, el más apetecido porque así el jinete chicoteaba con la mano derecha, a diferencia del andarivel izquierdo en que el competidor tenía que lidiar con chicotear a su animal con la mano izquierda.

La regla señala que la carrera es en pelo, aunque estaba permitido usar un saco o un pellón de cuero de oveja sobre el lomo del animal. También estaba permitido usar espuelas pequeñas. Como los jinetes iban descalzos, las espuelas se ajustaban directamente a los pies. Otros más delicados de piel, usaban calcetines. No estaban permitidos los estribos. Algunos corredores se ataban un pañuelo en la cabeza. Los caballos a su vez estaban allí con sus propietarios listos para el arranque. Cabe mencionar a un vecino de Penco que era muy aficionado a este deporte y que tenía animales de competencia, don Darío Andrades. Entre tanto había personas que recogían las apuestas, guardaban el dinero en sus bolsillos a la espera del desenlace para entregar esa plata a los apostadores ganadores. Para el público general era divertido ver el entusiasmo y la fe de quienes jugaban su dinero. Para los niños, lo más simpático eran los nombres de los caballos y las yeguas: “la rucia”, “adiós mi plata”, “el caprichoso”, “el pate’perro”, “la chica de los mandaos”, “el colorao”, etc. 
Otro ángulo de la pista de carreras.
La organización responsabilizaba a una persona entendida – llamada genéricamente “el gritón”—para que diera la partida y tenía la facultad de anularla si algún caballo salía antes. Todo de nuevo. Cuando el arranque estaba correcto, la gente gritaba “se vinieron, se vinieron”, “se vinieron”. Entonces la responsabilidad caía sobre los veedores que debían decidir al ganador, el primero en cruzar la meta. Allí se armaban discusiones cuando la llegada era estrecha, porque había plata de por medio y honor que defender.
 
La calle El Roble dejó de ser un escenario apto para las carreras cuando la pavimentaron allá por los años sesenta. De ahí este deporte se desplazó a Alcázar, que reunía las mismas condiciones originales. Partían en la esquina de O’Higgins y terminaban antes de llegar a Freire. Con posterioridad el desplazamiento fue a Lirquén hasta que finalmente estas competencias se instalaron en el fundo Coihueco.
La calle El Roble en la actualidad, diciembre de 2015. Las carreras se iniciaban allá al fondo y terminaban acá en el primer plano.


En Penco los jinetes y los clubes de huasos son una tradición.
 


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