El acceso sur de Cerro Verde que conecta con Penco. |
Ese vecino de Cerro Verde debió
tener una vida llena de problemas, por el hecho de haber perdido una pierna, en
alguna circunstancia que nadie quería preguntar ni comentar. Pero, él no se complicaba. Esta limitación no alteraba su talante, no se le veía deprimido,
porque el hombre tenía temple. Caminaba apoyado en una prótesis de madera que
se la debió confeccionar él mismo. Por tanto, su pata de palo era singular,
hechiza, sin copia en ninguna tienda especializada en artículos para minusválidos. Era un hombre
de un metro sesenta y cinco, ancho de espaldas y actitud resuelta. Usaba
sombrero. Era habitual verlo caminar por la línea del tren entre Penco y Cerro
Verde.
Estimado lector, usted dirá y
qué tiene de extraño eso de usar una pata de palo. Es que la prótesis tenía el aspecto de un cono invertido. Donde
el diámetro era mayor descansaba el muñón sobre un cojín circular. Por los
lados se proyectaban dos tablas hacia arriba algunos centímetros que eran parte
de la estructura de la pata. De ese modo, el usuario amarraba su prótesis en
torno al muslo. Sin embargo, corría el riesgo de estrangulamiento de la pierna
si usaba cordones cilíndricos. Para prevenir eso, se valía de una correa de
cuero crudo, que la gente del campo llama coyunda, de esas con que se enyugan
los bueyes. La parte con diámetro menor incluía un regatón de goma. Su pata
lucía brillante de color café porque seguramente le añadía pasta de zapatos. Se
esmeraba este señor el lucir bien presentado, aunque la gente que lo miraba
pasar, se imaginaba el peso de esa prótesis
de madera sólida con la apariencia de un tronco en el segmento superior. Tiene que haber sido una solución muy incómoda a una cojera.
Lo otro novedoso de esta persona
era que llevaba la pierna respectiva de su pantalón arremangada, de manera que
la prótesis permanecía expuesta, a la vista, al punto que nos ha permitido
entregar detalles en este relato. Algunas personas con las que alguna vez
hablamos sobre este personaje, nos comentaban que si bien la pata era pesada
según la apariencia, la coyunda no bastaba para mantenerla pegada al muñón sin
que se le cayera por gravedad. Así las cosas, nuestro caballero, me decían,
debió tener un terciado que lo usaba debajo de la camisa a modo de suspensor. Sin embargo, la prótesis que parecía pesada, tal vez no lo era tanto porque
su fabricante se las ingenió vaciando el centro y dejando todo el entorno con
tablas delgadas, a modo de barrica.
Allí iba caminando –decíamos--,
sin la ayuda de nadie, con su terno azul claro con una pierna arremangada y un
sombrero echado hacia atrás que no ocultaba su rostro de tez blanca y aquella amplia
sonrisa. Eran los años cincuenta, tiempos en que la pobreza le negaba a los
lisiados de la comuna acceder a prótesis técnica y ergonómicamente adecuadas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario