Julián Camaño, Víctor Rojas y Juana Sepúlveda, atienden el correo de Penco. |
Era tanta la gente que acudía al correo que había que
esperar turno para recibir atención. Unos iban a comprar estampillas para
pegarlas en los sobres de sus cartas, otros llevaban encomiendas en cajas de
cartón. En los mesones los encargados le agregaban lacre derretido a las
amarras y les estampaban sellos. Otros iban a despachar telegramas y para
colmo, más de algún profesor encabezando a algún curso iba al correo para
explicarle a los niños cómo se enviaba un giro o qué papeleta había que llenar
para despachar un telegrama.
Un par de metros más al interior del mesón había un operador codificando mensajes con el "tac-tac-tac" del sistema Morse. Otras personas llegaban con sus llaves a revisar sus casillas. Y los más jóvenes miraban con los ojos largos las listas mecanografiadas pegadas en un panel por si aparecían sus nombres en la sección cartas recibidas. Eran las esperadas cartas de amor manuscritas en una hoja especial. Cuántos movían sus cabezas desesperanzados por no recibir respuesta...
En el correo de Penco, había horas de actividad febril. Porque no eran sólo servicios para la personas, sino también para las empresas e instituciones. Venían estafetas del banco, de las industrias Fanaloza, Vipa y Refinería a despachar y recoger correspondencia. En los mesones se veían montones de cartas, ordenadas y clasificadas, muchas de ellas listas para ser enviadas por ferrocarril a sus destinos. Y otras iban a los bolsones de cuero de los carteros, quienes salían a repartir a las direcciones. Estos repartidores recibían una propina por la entrega de una carta de parte del destinatario.
¿Devuélvase al remitente? Sí, algunas veces los sobres traían la dirección incompleta o incorrecta, entonces el cartero seguía el protocolo de reenviarla al origen. Sin duda el trabajo era arduo en el correo. No en vano el 90 por ciento de las comunicaciones pasaban por ese servicio…
Un par de metros más al interior del mesón había un operador codificando mensajes con el "tac-tac-tac" del sistema Morse. Otras personas llegaban con sus llaves a revisar sus casillas. Y los más jóvenes miraban con los ojos largos las listas mecanografiadas pegadas en un panel por si aparecían sus nombres en la sección cartas recibidas. Eran las esperadas cartas de amor manuscritas en una hoja especial. Cuántos movían sus cabezas desesperanzados por no recibir respuesta...
En el correo de Penco, había horas de actividad febril. Porque no eran sólo servicios para la personas, sino también para las empresas e instituciones. Venían estafetas del banco, de las industrias Fanaloza, Vipa y Refinería a despachar y recoger correspondencia. En los mesones se veían montones de cartas, ordenadas y clasificadas, muchas de ellas listas para ser enviadas por ferrocarril a sus destinos. Y otras iban a los bolsones de cuero de los carteros, quienes salían a repartir a las direcciones. Estos repartidores recibían una propina por la entrega de una carta de parte del destinatario.
¿Devuélvase al remitente? Sí, algunas veces los sobres traían la dirección incompleta o incorrecta, entonces el cartero seguía el protocolo de reenviarla al origen. Sin duda el trabajo era arduo en el correo. No en vano el 90 por ciento de las comunicaciones pasaban por ese servicio…
Nada de esa feroz demanda existe hoy en Penco. La modernidad
ha diversificado las formas de comunicación y ahora las personas en todo el mundo
nos relacionamos prescindiendo del correo tradicional. Sin embargo, hay
quienes han proseguido con el hábito de antaño. Una de esas personas en
Penco es Manuel Suárez, quien con frecuencia va a la oficina del correo en el
edificio municipal a revisar su casilla, la número 16, que él heredó de su
padre, el doctor
Emilio Suárez. “Claro que ahora no se reciben cartas
personales ni familiares como entonces”, nos dice Manuel, “hoy en día sólo
llegan cuentas”. Pero, en realidad, es mucho mejor disponer de una casilla y
evitar así que tiren las cuentas por debajo de la puerta. La devoción de Manuel
por los recuerdos de sus años juveniles es tal, que cuando correos cambió los
paneles de casillas por nuevos casilleros, él adquirió aquel que fue removido,
pero que incluía la n° 16.
Manuel Suárez revisa la casilla n° 16 en nuevo formato. A la derecha, los antiguos casilleros. |
Manuel Suárez Braun, en la puerta del correo de Penco. |
En el recuerdo hay muchos nombres de personas y personajes
que atendieron público y dirigieron el servicio de correos de Penco. El más
nombrado fue Tomás Tolrá. También estuvo en ese cargo la señora María Ana Isabel Vidal Barría, pero ella se firmaba María de Peters y fue muy conocido entre los pencones un cartero y repartidor de telegramas Hernán
Jara.
5 comentarios:
Acabo de leer esto y me encuentro con la sorpresa de que mi abuela es mencionada.Maria de Peters como se hacia firmar.
Acabo de leer esto y me encuentro con la sorpresa de que mi abuela es mencionada.Maria de Peters como se hacia firmar.
Acabo de leer esto y me encuentro con la sorpresa de que mi abuela es mencionada.Maria de Peters como se hacia firmar.
Acabo de leer esto y me encuentro con la sorpresa de que mi abuela es mencionada.Maria de Peters como se hacia firmar.
G.Barra Riffo. Muy buena descripción del antiguo Correo de Penco. ¡¡FELICITACIONES
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