Escena de la película "Gunsmoke", tomada de internet. |
Hubo un tiempo en que los hombres
jóvenes en Penco anduvieron armados. ¿Por qué motivo? Seguramente porque lo
veían en las películas. Y llevaban armas de verdad, mayormente revólveres.
Ellos llamaban a esos elementos “el fierro”. Y en reuniones de amigos sacaban
su revólver y lo mostraban. Exhibían con orgullo su marca, su
brillo, su peso, la madera de la empuñadura, la nuez, el percutor, el gatillo,
la cartuchera de cuero, etc.
Portaban las armas en los bolsillos interiores de sus chaquetas. Era difícil comprender como un artefacto tan pesado podía pasar inadvertido puesto que deformaba la caída normal de la chaqueta. Igualmente los jóvenes pistoleros a su modo atenuaban ese defecto. Le hacían ajustes a los forros de sus vestones que permitieran ocultar el revólver junto al pecho, como si hubiera sido una billetera o una cajetilla de cigarrillos. Sin embargo, a ninguno de ellos se le ocurrió usar esos terciados que llevaban los miembros de la policía de civil en las películas de Hollywood.
Nunca se oyó decir de baleos o de intercambio de disparos entre amigos en Penco, salvo un episodio aislado de un hombre mal de la cabeza quien luego de atacar a una persona sin éxito atentó contra su vida.
Portaban las armas en los bolsillos interiores de sus chaquetas. Era difícil comprender como un artefacto tan pesado podía pasar inadvertido puesto que deformaba la caída normal de la chaqueta. Igualmente los jóvenes pistoleros a su modo atenuaban ese defecto. Le hacían ajustes a los forros de sus vestones que permitieran ocultar el revólver junto al pecho, como si hubiera sido una billetera o una cajetilla de cigarrillos. Sin embargo, a ninguno de ellos se le ocurrió usar esos terciados que llevaban los miembros de la policía de civil en las películas de Hollywood.
Nunca se oyó decir de baleos o de intercambio de disparos entre amigos en Penco, salvo un episodio aislado de un hombre mal de la cabeza quien luego de atacar a una persona sin éxito atentó contra su vida.
Parecía que portar un arma de
fuego daba estatus, aunque quien la llevara no tuviera la intención de usarla. Bastaba con que se supiera por el rumor de boca en boca. Y era
curioso, porque la gente que vi armada resultaba ser la de comportamiento más
humilde o de bajo perfil que de aquellos que buscaban hacerse notar o armar camorra.
Más exhibicionistas eran
los pencones de las zonas rurales. Los que tenían armas las llevaban al cinto,
que se vieran, pero un poquito. Confiaban en el efecto disuasivo de un
revólver, ésa era la idea. Cualquier malintencionado tendría que pensarlo dos
veces antes de intentar agredir a un huaso armado en los apartados rincones de
Primer Agua o Los Barones. Algunas mujeres de esos campos también llevaban un
“fierro” como que no quería la cosa.
En los años cincuenta sólo vi
hombres armados al estilo del western norteamericano, en la provincia de
Osorno. Allí iban montados, con cartucheras y cananas al descubierto. Incluso
presencié, sin querer, un duelo a balazos que terminó con un testigo herido.
Pero, ese tipo de situaciones de demostración de velocidad para desenvainar y
disparar contra un rival también armado, nunca lo vi Penco.
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