Un clásico carretonero de hoy en día circulando por calle Penco. |
Centrémonos en el carrilano, aquel jornalero que se
achicharraba bajo el sol haciendo mantenimiento a las vías ferroviarias. Estos
equipos de hombres recorrían los trazados de líneas de tren, iban desmalezando,
arrojando paladas de piedras, levantando a pulso durmientes podridos y
reemplazándolos. Se los veía en grupo realizando esa labor por Gente'Mar; Cerro Verde; la Cata; el túnel... Era una pega monótona. Los carrilanos hablaban entre ellos y,
por la dureza del oficio, algunos usaban palabras feas, groseras. Muy groseras.
Pero, no llevaban esa vulgaridad a sus casas. Nunca se supo que la emplearan con sus familias.
Por esa costumbre de algunos, todos esos trabajadores
sacaron patente de groseros. Y, a comienzos del siglo XX, se hizo popular la afirmación «¡oye, estás
hablando como un carrilano!» para censurar el uso de malas
palabras dentro de ciertas esferas sociales. Otra
cita por el estilo era «una encarrilada», para significar que una persona
reprendía a otra con garabatos. Sin embargo, nunca oí que a
alguien con nombre y apellido le hubieran puesto el sobrenombre de «el carrilano» por su
selección de palabras desconsideradas en la conversación. Y eso que en Penco la
creatividad popular para los alias es reconocida.
Las líneas del ferrocarril son mantenidas por modernos carrilanos de hoy. |
El segundo oficio menoscabado por el decir popular era el de
carretonero. Muchos de ellos, trabajadores independientes, se ganaban la vida haciendo fletes. Conducían un carretón tirado por un caballo. Tuve varios amigos
carretoneros en mi niñez y la conducta de ninguno de ellos calzaba con el
estereotipo que circulaba por ahí. ¿Cuál era el defecto de un carretonero? Se
decía que cuando bebían lo hacían sin medida ni límite, carentes de toda
refinación o compostura. De allí proviene el dicho «este fulano toma como
carretonero». Se subentiende que se empina la botella sin moderación. La
afirmación es fuerte y muy despectiva para quien la recibe.
Pero, decíamos, el mal hábito de unos pocos se le atribuyó
injustamente a la mayoría. Había personas muy serias y respetables que conducían un
carretón, baste recordar a los vendedores de leche de Penco en esos años, don
Lorenzo y don Arturo, que recorrían las calles en esos vehículos a tracción
animal, de quienes, por lo demás, guardo el mejor recuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario