El teatro y cine de CRAV (que hoy no existe) en Penco: ❶ Pantalla, escenario. ❷ Bancos de la galería, donde se instalaba el público que pagaba menos. ❸ Muro de 1.30 mts. de altura que separaba a la galería de la platea en primer plano de esta foto. (Imagen procesada en computador). |
Sin embargo, no basta con enumerar los teatros clásicos que
tuvo la comuna en esos años, sino destacar una curiosidad sociológica: el auditorio se dividía para dos estamentos sociales: la primera y la segunda
clase que entonces llamaban la platea y la galería ─o la galucha─. Incluso
para comprar los boletos para acceder a cada uno de estos espacios había
ventanillas distintas. Si uno se ponía en la fila equivocada lo podían mandar
retobado a la otra ventanilla y a hacer la cola de nuevo…
Hoy es difícil comprender esto, puesto que en el presente ir
al cine significa tomar o reservar el número que mejor acomode al espectador. Pues
bien, respecto del pasado, siempre me intrigó por qué en la sección de la sala
más próxima a la pantalla (el telón, le decían) se ubicaba la galería y por qué
en la parte posterior, separada por un muro de mediana altura, se desplegaba la
platea (la primera clase) en un piso más
elevado, cuando debió ser a la inversa. A este respecto oí numerosos
argumentos, uno de ellos que desde la primera y segunda fila de la galucha, las
imágenes se veían muy encima y distorsionadas o que si te tocaba el
asiento de los extremos derecho o izquierdo terminabas con tortícolis. En fin,
hasta que llegó a mis oídos una explicación con más sentido: En esos años, la
gente que pagaba más barato acostumbraba ingresar con alimentos para consumir
durante la función, no eran cabritas, sino castañas y piñones cocidos que
vendían en canastos a la entrada del cine. También llevaban sándwiches, pan o
fruta, mayormente manzanas, plátanos; y los más ingeniosos entraban con nalcas
y un paquete de sal. Así que durante la función, la gente de la galucha comía, arrojaba basuras propias de su consumo en el piso, fumaba y echaba las tallas.
Además no existían recipientes para basura en las salas ni
la gente estaba muy cultivada para guardar los desperdicios y llevarlos afuera
para arrojarlos en lugares convenientes. Simplemente botaban los desperdicios
en el suelo. Así al término de cada función los pasillos quedaban sembrados de
cáscaras de frutas, papeles de envoltorios, corontas, etc. Esto explica, me
dijeron, la distribución de la galería y la platea. Si esta última hubiera
estado adelante y la galería atrás, se temía que los consumidores menos respetuosos
lanzaran desde el anonimato los restos de frutas sobre las cabezas de quienes habían pagado más y que
se comportaban como personas de nivel sociocultural más elevado… «tú entiendes,
pues», me dijo quien que me contó esto con ese inconfundible acento de pencón cuico.
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