El muelle de Lirquén. |
«El mar como un
vasto cristal azogado, // refleja la lámina de un cielo de zinc; // lejanas
bandadas de pájaros manchan // el fondo bruñido de pálido gris». Esos versos
los memoricé en el liceo y se me vinieron a la memoria allí observando el mar
agitándose suavemente. «Las ondas que mueven su vientre de plomo, // debajo del
muelle parecen gemir…».
Hacía décadas que yo no ingresaba al muelle y ese mediodía
de octubre de 2016 pude caminar por allí mismo como cuando lo hice de niño, porque en
ese tiempo no había barreras formales para entrar en el puente si uno iba acompañado
de algún conocido de esa actividad. Agradezco desde aquí a Puerto Lirquén
haberme brindado ahora ese placer, eso sí, en el contexto de un trabajo
específico.
Tractoristas del puerto de Lirquén posando para la foto junto a sus máquinas. (Fines de los años 50 aproximadamente). |
En una ocasión acompañé a un amigo a dejar la vianda (el
almuerzo) a uno de esos trabajadores. Ingresamos al muelle y le pasamos los
platos al hombre que nos esperaba, quien había dejado su tractor junto a la
vereda. Sentado a la orilla comenzó a comer, mientras nosotros mirábamos el
entorno, los barcos y las faenas del puerto. Y fue ahí que tuve la ocurrencia
de subir al tractor estacionado, sentarme en el sillín y presionar el botón del
arranque. Para mi susto y sorpresa, el
motor se puso en marcha. El tractorista, que almorzaba tranquilamente, tuvo que
pararse a la carrera para detener la máquina que vibraba entera como queriendo
escaparse en el acto. Si eso hubiera ocurrido, me habría enviado directo al mar
con el tractor. El reto vino a continuación: «Hiciste eso justo cuando iba
pasando un jefe», se lamentó el tractorista y no se habló más del asunto. Terminado
el almuerzo del trabajador, con mi amigo salimos del puente para regresar a
Penco. Desde esa vez, yo no había vuelto a entrar en el muelle. Gracias Puerto
Lirquén.
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