Muchos creerán ver en este texto una nota nostálgica. Pues
no. Tampoco es un relato en blanco y negro. No. Es a todo color. Deseo hacer notar el salto gigantesco que observo entre lo que ocurría en aquellos años, lo que veo ahora y aquello que probablemente se dé en el futuro en nuestro
querido Penco. Es cosa de mirar detenidamente las fotos de los calendarios que distribuye el
municipio para formarse una idea. Con ellas fijas en la mente se puede trazar el mapa del ayer y el hoy
y proyectar cómo sería el porvenir.
Por ejemplo, ir a Primer Agua era una odisea, había que
armarse de coraje para caminar a lo menos unas tres horas cerro arriba para
llegar. No existía otro medio salvo conseguirse caballos ¿con quién? Enganchar
una de las carretas que iban de regreso a los fundos carecía de sentido porque
el tiempo del viaje a la vuelta de la rueda se multiplicaba por tres. Por eso
Primer Agua estaba tan lejos. Y son apenas diez kilómetros. Lo que ocurría en los extramuros, en nuestra última frontera se sabía en Penco tres días después. Por eso quienes iban regresaban contando historias, como si de una
aventura épica se tratara.
A pesar que el camino mantiene el mismo aspecto, los nuevos medios: vehículos 4x4, permiten ir volver en sólo minutos. Si admitimos que en algún momento del futuro la ruta recibirá una capa de asfalto, ir será todavía más fácil. Pues bien, esta facilidad permite tener a Primer Agua cada vez más cerca de Penco. Y con los años lo será aún más. Ya no constituirá una aventura ir allí. La magia y el encanto de entonces se convertirán en una rutina del día a día.
A pesar que el camino mantiene el mismo aspecto, los nuevos medios: vehículos 4x4, permiten ir volver en sólo minutos. Si admitimos que en algún momento del futuro la ruta recibirá una capa de asfalto, ir será todavía más fácil. Pues bien, esta facilidad permite tener a Primer Agua cada vez más cerca de Penco. Y con los años lo será aún más. Ya no constituirá una aventura ir allí. La magia y el encanto de entonces se convertirán en una rutina del día a día.
¿Y qué pasaba en Penco? La leche, el aceite y el vino se vendían sueltos, a granel. La
leche se recibía directo en la olla de parte de los dispensadores que vendían
el producto por las calles en carretelas tiradas por caballos. Los tambores de
aluminio clásicos iban cargados de leche recién ordeñada ya fuera en las vegas
de Coihueco o en los campos de Cosmito y Playa Negra. Tan pronto la recibían,
las mamás se iban directo a sus cocinas a cocer el producto y prevenir así que se
cortara o para alejar la posibilidad de contraer alguna infección añadida en los
procesos de la ordeña. El olor de leche hervida se advertía en las casas a eso
de las 11 de la mañana. Después apareció la leche en polvo y años más tarde, el
producto envasado en cajas de tetrapak. En este caso, el futuro podría ser al
revés, es decir que la gente vuelva al consumo de leche fresca y cocida cansada
de tanto invento transgénico. Quizá lo único distinto podría ser que no se
compre en la calle, sino en un viaje rápido directo al punto de la ordeña…
Había que llevar una botella común y corriente para comprar aceite en el almacén. El tambor estaba por lo general junto al mesón mostrador. Si uno pedía un litro, el vendedor operaba la manivela de una bomba y el aceite dorado y transparente caía por gravedad dentro del envase. Después llegó el producto embotellado hecho que hizo la compra más limpia. Sólo una rebaja sustancial de precio por la adquisición a granel y evitar el costo del envase podría significar un retorno al uso de los tambores y las bombas. ¿El vino? Se vendía suelto. También se necesitaba de una botella neutra para ir por un litro de vino a las bodegas penconas, que las había por montones, unas legales, otras clandestinas. El expendedor no usaba bombas, sino jarros graduados con las medidas: un litro, medio litro, un cuarto de litro. El producto salía de pipas de madera recostadas sobre un par de palos paralelos. El flujo del vino se controlaba con llaves de madera. Hasta que se instaló la primera botillería en calle Freire, pasado calle Penco junto a la Farmacia Méndez. El depósito de vino envasado era de propiedad de Marcelo Careaga. A partir de ese momento el fin de las bodegas de venta a granel estaba en el horizonte. No me es posible imaginar una forma distinta de expender vino sólo que la gente opte por acudir personalmente a las viñas a comprar sus botellas. Igualmente, según lo expuesto, había un “algo más” que aportaba cada uno en la compra de vino, aceite o leche que lo hacía diferente a la comodidad e impersonalidad de comprar hoy.
Había que llevar una botella común y corriente para comprar aceite en el almacén. El tambor estaba por lo general junto al mesón mostrador. Si uno pedía un litro, el vendedor operaba la manivela de una bomba y el aceite dorado y transparente caía por gravedad dentro del envase. Después llegó el producto embotellado hecho que hizo la compra más limpia. Sólo una rebaja sustancial de precio por la adquisición a granel y evitar el costo del envase podría significar un retorno al uso de los tambores y las bombas. ¿El vino? Se vendía suelto. También se necesitaba de una botella neutra para ir por un litro de vino a las bodegas penconas, que las había por montones, unas legales, otras clandestinas. El expendedor no usaba bombas, sino jarros graduados con las medidas: un litro, medio litro, un cuarto de litro. El producto salía de pipas de madera recostadas sobre un par de palos paralelos. El flujo del vino se controlaba con llaves de madera. Hasta que se instaló la primera botillería en calle Freire, pasado calle Penco junto a la Farmacia Méndez. El depósito de vino envasado era de propiedad de Marcelo Careaga. A partir de ese momento el fin de las bodegas de venta a granel estaba en el horizonte. No me es posible imaginar una forma distinta de expender vino sólo que la gente opte por acudir personalmente a las viñas a comprar sus botellas. Igualmente, según lo expuesto, había un “algo más” que aportaba cada uno en la compra de vino, aceite o leche que lo hacía diferente a la comodidad e impersonalidad de comprar hoy.
Por último, demos un vistazo al crecimiento de la ciudad.
Los bosques llegaban hasta los patios de las casas del Recinto de la
Refinería, por el sur; había pinos a todo lo largo del cerro Bellavista.
Calle Freire terminaba entre los árboles al final de la subida desde San
Vicente. Recuerdo que unos amigos de mis mayores vivían a la entrada del
mencionado bosque en rucos de cantoneras. Por el lado norte de Penco, las
plantaciones de pino rodeaban el cementerio. Este ambiente de campo pleno de
árboles llegaba hasta el borde de calle Toltén. La calle Maipú más allá de Cruz se
convertía en un entorno rural. A esa altura entre la mencionada calle y
Membrillar eran vegas y lomas. La falda de Membrillar estaba poblada de pinos
muy añosos, cuyo oscuro follaje era nido de bulliciosos guairavos; la vega era
generosa en producir camarones a comienzos de cada mes de agosto. Los pinos
fueron cortados, los terrenos urbanizados y después del terremoto de 1960 se
desplegó allí la población FECH y se creó un colegio. La falda del cerro está
llena de casas y se abrió la prolongación de calle Penco. El crecimiento, por
ahora no tiene marcha atrás, por el contrario, sigue el aumento poblacional
aunque no tengo cifras en la mano para hacer esta afirmación. Mi recomendación
es tomen fotos, graben videos, pónganles fechas y guárdenlos así en el futuro
podrán apreciar cómo era Penco en la primera parte del siglo XXI, que yo tengo
en la mente las imágenes del término del siglo XX.
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