Si bien entonces había incendios forestales, no eran una plaga y si se investigaba su origen casi siempre se llegaba a una explicación del porqué. Una de las situaciones más curiosas en este contexto ─y que además constituye un ejemplo─ era el empleo por parte de la empresa FF.CC. del E. (Ferrocarriles del Estado) de locomotoras a carbón en sus ramales las que pese a arrojar algo de fuego por sus chimeneas no fueron la causa del inicio de un incendio (aunque sí, alguna vez los hubo). Sin embargo, de haber sido así en forma generalizada, es cosa de imaginar las cantidades que hubieran originado. Los trenes arrastrados por esas locomotoras clásicas cruzaban campos y bosques donde el fuego podía estallar al más mínimo contacto de una chispa. Y qué decir, la cantidad, si no «la lluvia» de chispas incandescentes que arrojaban las locomotoras y que caían en esa condición por todas partes. Sin duda que aún debe haber gente en Penco y Lirquén que recuerda, que esas chispas entraban también en los vagones cuando ventanas quedaban abiertas a la pasada del túnel de Punta de Parra. Había que tener cuidado de que no golpearan en los ojos de los pasajeros.
Y nos hemos referido aquí
solamente a los chispas que salían expulsadas por la chimenea algo disimuladas
por el denso humo generado por la combustión del carbón mineral llamado también
carbón de piedra. Pues bien, a esa característica había que agregar que una
brasa ardiendo saltara desde la caldera y cayera a la línea y los durmientes de
madera. Aunque menos frecuente, eso ocurría, a veces producía un fuego reducido
al durmiente alcanzado por la brasa, el que no seguía más allá. Testimonios de durmientes quemados
por esa causa había constantemente a lo largo del trazado.
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