jueves, abril 18, 2019

LA COMPETENCIA LEAL FUE INIMITABLE EN LA ECONOMÍA DE PENCO

Loza fina, fabricada en Penco, y loza rústica hecha por artesanos en los cerros pencones. No había problemas, se vendían por igual y sin hacerse daño.

                Cualquiera persona que no hubiese estado nunca antes en Penco, pudo fruncir el ceño por ciertas contradicciones frente a sus ojos que a la gente local le resbalaban. Contradicción no debe leerse como incoherencia, sino, en nuestro caso, de economías paralelas que no se aniquilaban unas a otras, hecho difícil de comprender para un recién llegado. Veamos ejemplos.
LEÑA GRATIS Y LEÑA DE COSTO
                Había leña gratis para quien la necesitara, sin embargo, vender leña casa por casa fue y es un negocio que ha funcionado. Los cerros, que parecían más próximos entonces, eran una fuente inagotable de palos y ramas. Con carretas de mano, familias iban loma arriba a recoger los ganchos botados en los bosques, les quitaban los restos de su reseco follaje con hachas chicas y cargaban con esa leña sus carritos equipados con ruedas de fierro. Al pértigo le añadían una traversa en el extremo así que dos muchachos arrastraban la carreta emulando a una yunta. En la bajada de Villarrica hacia calle Cruz muchas veces las carretas familiares se topaban con esas otras carretas mayores jaladas por bueyes, a su vez, cargadas hasta el tope con leña para venderla en las calles. ¿Cuáles eran las posibilidades de vender leña, si en Penco era cosa de recogerla? La diferencia estaba en la calidad. Las familias conseguían ramas de pino o eucalipto en el mejor de los casos. En cambio, los campesinos que bajaban de los cerros traían leña de bosque nativo: hualle, avellano, espino. Y a ello, se agregaba que la ofrecían partida y dimensionada para las cocinas y estufas. También incluían palos de 1,80 metros para que el cliente los cortara según su interés en casa. El producto campesino tenía un mejor rendimiento calórico que las ramas comunes. Estas echaban más humo y eliminaban vapores además de generar una ceniza volátil, liviana  y pegajosa.
Este boquerón en la tierra parece la entrada de una mina de carbón mineral. Pero, no es eso, se trata de una hornilla para fabricar carbón vegetal. Imagen captada en Primer Agua.
CARBÓN PARA RECOGER Y PARA COMPRAR
                 En Penco había carbón para todos, bastaba con ir a recogerlo a la playa en Cerro Verde, pero, a su vez, la venta del carbón a domicilio marchaba bien. En la comuna había tres minas de carbón mineral: El Rosal, en Cosmito; los piques de Cerro Verde; y el chiflón de Lirquén. Era común que mineros o sus hijos recogieran carbón de descarte que iba entreverado con el material inerte que se botaba al mar o en sitios baldíos. Ellos lo vendían en pequeños sacos que llamaban “perras”: una “perra de carbón” valía tantos pesos, por ejemplo. Codo a codo con ese negocio informal había otro: carboneros de los cerros vendían carbón vegetal en sacos. En este caso, la diferencia estaba en las calidades y también en los propósitos. El carbón mineral o de piedra es muy potente para uso doméstico. Dicen que su ardor funde con rapidez cocinas y braseros. En ese sentido, el calor del carbón vegetal es más moderado y liviano. Aunque ambos generan grandes cantidades de gas monóxido de carbono, el de mineral es todavía mucho mayor y denso. De este modo, el carbón mineral se usaba en las herrerías o en las fraguas para forjar fierros. Aunque igualmente vi ese carbón encendido en braseros pencones.
Los cacharros artesanales que se vendían en Penco presentaban un color anaranjado o negro. Estos producto tenían gran aceptación.
LOZA BLANCA Y LOZA DE BARRO
             Y la última contradicción de la economía pencona –para los efectos de este relato-- era la vajillería. Penco fue la capital de la loza en todo el sur de Chile. En Fanaloza se fabricaban desde mates, tazas hasta platos incluyendo todos sus formatos, pasando por los sanitarios y los azulejos. Sin embargo, alguien podría decir “en casa de herrero cuchillo de palo”, porque a dos cuadras de la fábrica en  calle Alcázar con Freire se instalaban carretas con cacharros de greda cocida. Y la oferta iba desde azafates, platos, jarros, porongos y mates hechos de barro negro o anaranjado. Los vendedores, artesanos de los campos, incluso soltaban sus bueyes para quedar instalados ahí por horas ofreciendo sus productos que venían cuidadosamente embalados en camas de paja, a modo de envoltorios. Esta contradicción se justificaba: los azafates de greda soportaban más temperatura para hacer guisos, los porongos y los platos de barro tenían ese aspecto personalizado y único, factor que no ofrecía Fanaloza, que los fabricaba en serie. El aspecto rústico de la artesanía era insuperable y hasta familiar para gente de raíz campesina, frente a la belleza del barniz o del oro de la loza blanca…  

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