Loza fina, fabricada en Penco, y loza rústica hecha por artesanos en los cerros pencones. No había problemas, se vendían por igual y sin hacerse daño. |
Cualquiera
persona que no hubiese estado nunca antes en Penco, pudo fruncir el ceño por ciertas contradicciones frente a sus ojos que a la gente local le resbalaban.
Contradicción no debe leerse como incoherencia, sino, en nuestro caso, de
economías paralelas que no se aniquilaban unas a otras, hecho difícil de comprender para un
recién llegado. Veamos ejemplos.
LEÑA
GRATIS Y LEÑA DE COSTO
Había
leña gratis para quien la necesitara, sin embargo, vender leña casa por casa fue
y es un negocio que ha funcionado. Los cerros, que parecían más próximos
entonces, eran una fuente inagotable de palos y ramas. Con carretas de mano,
familias iban loma arriba a recoger los ganchos botados en los bosques, les
quitaban los restos de su reseco follaje con hachas chicas y cargaban con esa
leña sus carritos equipados con ruedas de fierro. Al pértigo le añadían una
traversa en el extremo así que dos muchachos arrastraban la carreta emulando a
una yunta. En la bajada de Villarrica hacia calle Cruz muchas veces las
carretas familiares se topaban con esas otras carretas mayores jaladas por
bueyes, a su vez, cargadas hasta el tope con leña para venderla en las calles.
¿Cuáles eran las posibilidades de vender leña, si en Penco era cosa de recogerla?
La diferencia estaba en la calidad. Las familias conseguían ramas de pino o eucalipto
en el mejor de los casos. En cambio, los campesinos que bajaban de los cerros
traían leña de bosque nativo: hualle, avellano, espino. Y a ello, se agregaba que la
ofrecían partida y dimensionada para las cocinas y estufas. También incluían
palos de 1,80 metros para que el cliente los cortara según su interés en casa.
El producto campesino tenía un mejor rendimiento calórico que las ramas
comunes. Estas echaban más humo y eliminaban vapores además de generar una
ceniza volátil, liviana y pegajosa.
Este boquerón en la tierra parece la entrada de una mina de carbón mineral. Pero, no es eso, se trata de una hornilla para fabricar carbón vegetal. Imagen captada en Primer Agua. |
CARBÓN
PARA RECOGER Y PARA COMPRAR
En
Penco había carbón para todos, bastaba con ir a recogerlo a la playa en Cerro
Verde, pero, a su vez, la venta del carbón a domicilio marchaba bien. En la
comuna había tres minas de carbón mineral: El Rosal, en Cosmito; los piques de
Cerro Verde; y el chiflón de Lirquén. Era común que mineros o sus hijos
recogieran carbón de descarte que iba entreverado con el material inerte que se
botaba al mar o en sitios baldíos. Ellos lo vendían en pequeños sacos que
llamaban “perras”: una “perra de carbón” valía tantos pesos, por ejemplo. Codo
a codo con ese negocio informal había otro: carboneros de los cerros vendían
carbón vegetal en sacos. En este caso, la diferencia estaba en las calidades y
también en los propósitos. El carbón mineral o de piedra es muy potente para uso doméstico. Dicen que su ardor funde con rapidez cocinas
y braseros. En ese sentido, el calor del carbón vegetal es más moderado y
liviano. Aunque ambos generan grandes cantidades de gas monóxido de carbono, el
de mineral es todavía mucho mayor y denso. De este modo, el carbón mineral se
usaba en las herrerías o en las fraguas para forjar fierros. Aunque igualmente
vi ese carbón encendido en braseros pencones.
Los cacharros artesanales que se vendían en Penco presentaban un color anaranjado o negro. Estos producto tenían gran aceptación. |
LOZA
BLANCA Y LOZA DE BARRO
Y la
última contradicción de la economía pencona –para los efectos de este relato-- era
la vajillería. Penco fue la capital de la loza en todo el sur de Chile. En
Fanaloza se fabricaban desde mates, tazas hasta platos incluyendo todos sus
formatos, pasando por los sanitarios y los azulejos. Sin embargo, alguien
podría decir “en casa de herrero cuchillo de palo”, porque a dos cuadras de la
fábrica en calle Alcázar con Freire se
instalaban carretas con cacharros de greda cocida. Y la oferta iba desde
azafates, platos, jarros, porongos y mates hechos de barro negro o anaranjado.
Los vendedores, artesanos de los campos, incluso soltaban sus bueyes para
quedar instalados ahí por horas ofreciendo sus productos que venían
cuidadosamente embalados en camas de paja, a modo de envoltorios. Esta
contradicción se justificaba: los azafates de greda soportaban más temperatura
para hacer guisos, los porongos y los platos de barro tenían ese aspecto personalizado
y único, factor que no ofrecía Fanaloza, que los fabricaba en serie. El aspecto
rústico de la artesanía era insuperable y hasta familiar para gente de raíz campesina, frente a
la belleza del barniz o del oro de la loza blanca…
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