martes, abril 23, 2019

LA PELUQUERÍA JIMÉNEZ, LA MÁS ONDERA DE PENCO EN LOS AÑOS 50

LA PELUQUERÍA JIMÉNEZ ESTABA EN el edificio que se alcanza a ver detrás del poste de alumbrado junto al paso del ciclista, en calle Freire a pasos de Maipú.
               Unos carteles rojos del tamaño de hojas de diario mercurio, que sobraron de la reciente campaña política, sirvieron al señor Jiménez, arrendatario del local donde funcionaba su peluquería, para empapelar por dentro el negocio, cubrir la vieja pintura deteriorada y tapar los muros resquebrajados por los frecuentes temblores. «Al abordaje con Prat» decía cada hoja con un dibujo del ilustre marino chileno saltando a la cubierta del monitor enemigo. Y más abajo, decía: «Ibáñez Presidente». La presencia de tantos papeles pegados unos al lado del otro, de esa furiosa tonalidad, molestaba a la vista, pero le daba un carácter exclusivo e inolvidable a la peluquería Jiménez, de Penco, ubicada en un caserón de Freire pasado Maipú, que se levantaba junto al edificio de una planta de una empresa de teléfonos de hoy en día.
               Pudo ser la peluquería más ondera*, más rimbombante de Penco en los años 50, además por ser la más céntrica, por su empapelado que hemos descrito y por quienes prestaban el servicio de cortar el pelo a una siempre concurrida clientela: el señor Jiménez y don Crispín. Un gran espejo estaba pegado al muro, dos sillones giratorios enfrentaban a un mesón y el espejo. El mobiliario lo completaban tres o cuatro sillas, de espaldas al muro que daba a la calle, en las que esperaban su turno clientes que se embarcaban en conversaciones con los peluqueros y con quienes en ese momento recibían las atenciones del corte de pelo. El espejo servía además para enlazar las miradas de los ocasionales contertulios. Una luz solitaria caía sobre esta escena en la mitad del recinto pendiendo del cielo raso por medio de un largo cordón. La claridad se concentraba gracias a una pantalla de enlozado como un lavatorio invertido, la que dejaba a oscuras el cielo y sus pobrezas como las tablas desclavadas de las vigas. Esa pantalla atenuaba también el molestoso color rojo de los carteles propagandísticos.
               Quienes fueron y fuimos clientes del señor Jiménez y don Crispín compartimos aún algunos recuerdos de sus modos y costumbres. Jiménez, por ejemplo, era un fumador empedernido. Hacía su trabajo con el pucho en la boca, el que tendía a desaparecer debajo de su espeso bigote. Descuidado como él sólo, porque la columna de ceniza de su cigarrillo caía sobre la capa blanca de la persona con el pelo a medio cortar. Si se disculpaba, no se le entendía. No tardaba un minuto en encender otro y la rutina se repetía. Con una mano sujetaba la peineta; con la otra, la máquina de cortar que se accionaba como una tijera (no eran eléctricas). Así, no podía sostener el cigarrillo mientras trabajaba. A ello, agregue usted el efecto del humo picante  en sus ojos. En esa condición aplicaba la navaja sobre las patillas del cliente con los ojos lagrimeando y semi cerrados. Jiménez tenía una voz pastosa y grave.
               El número 2 de la peluquería era don Crispín. Padecía de rosácea, que le alcanzaba la nariz y los pómulos. Su pelo ensortijado presentaba el aspecto de una permanente. Y sus ojos chicos tenían la esclerótica rojiza, como consecuencia de la enfermedad, cuyo origen los clientes atribuían a su hábito de beber. Incluso, decían, que mejor era no entablarle conversación para no recibir el impacto de su hálito. Pero, fuera de esas consideraciones menores, Crispín era un peluquero de mano firme y buen gusto en el corte.
               Hubo también otros peluqueros en Penco que merecen la pena mencionarlos, al menos. Estaban los hermanos Sanzana, con su negocio por Freire pasado Mebrillar. Por la misma vía había otra que la atendía Luis Bustos, hermano del sastre. Y, por cierto, el inolvidable peluquero de apellido Ochoa, que atendía en calle San Vicente. Cuando, en mi caso, mi pelo estaba muy crecido, mi querido tío Antonio, me decía con una cuota de disimulo y un sonrisa pícara apenas dibujada en su rostro: «¿Por qué sería que ayer mi amigo Ochoa me preguntó por ti?». 
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* Ondero (a): (adj.) moderno, estiloso, «cool».

Relato preparado con el aporte de Manuel Suárez.  
     




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