lunes, junio 03, 2019

UNA VISIÓN PENCONA, CON UN POCO DE TEMOR, DE UN ECLIPSE TOTAL DE SOL


       
      Vi varios eclipses parciales de sol en Penco en mi niñez y en mi juventud. Pero, nunca había observado uno total y las ganas no me faltaban. La ocasión se me presentó el 2 de noviembre de 1994 cuando hubo un eclipse completo en el norte de Chile. Viajé a Arica para estar presente. El fenómeno ocurriría alrededor de las 12. Me temblaban las piernas por tener la vivencia. Había leído harto sobre eso. Que se hace de noche en pleno día, que los animales de corral se ponen inquietos, que los gallos empezaban a cantar como si estuviera anocheciendo o amaneciendo… en fin. Y para aumentar las tensiones a horas del eclipse, recordaba clarito el comentario de un astrónomo amigo de un par de años antes. Da miedo, me había dicho, ver cómo la sombra oscura de la luna se dibuja sobre la superficie del mar y se acerca a gran velocidad. Añadió: es como si fuera Dios apuntándote con su dedo directamente a la cara: “¡Culpable!”. Son momentos aterradores, dan ganas de esconderse, me había dicho.

      Lo que había leído más las advertencias metafóricas de ese astrónomo habían motivado en mí ese deseo morboso de estar en el punto exacto del próximo eclipse, de pararme en medio de la línea del tren cuando una gigantesca locomotora se aproxima veloz y sin que puedas salir de ahí. Las expectativas de ver el eclipse en la ciudad de Arica eran pocas, porque la vaguada costera matinal habitual de ese mes difícilmente permitiría observar cómo el sol quedaría oculto por la luna. Como no quería quedarme con las ganas me fui al interior, a San Miguel de Azapa donde el pronóstico para ese día era "despejado" y subí por el antiguo camino a La Paz, Bolivia. Me instalé en unas dunas grises como de cenizas lejos, más arriba de las últimas plantaciones de olivos típicas de esa localidad azapeña al borde de un valle quieto, sin ruido y bucólico. Prácticamente, en medio de esa soledad me aprestaría a presenciar el eclipse solar del siglo en el norte de Chile.
San Miguel de Azapa, al interior de Arica.
      Tenía mi cámara fotográfica Canon dispuesta con un rollo completo de película de 36 cuadros, de 200 asa. Y me había guardado otra carga en el bolsillo. En el sector que había elegido para quedarme no había un alma, allí me sorprendería la noche programada para ese mediodía. La cuenta regresiva avanzaba, como avanzaría también, imaginaba yo, la luna en el cielo aproximándose al sol mientras proyectaba su sombra veloz volando sobre el mar, rumbo al continente. Desde donde me encontraba lograba ver a la distancia la única calle de Azapa, con sus casas viejas y la pasividad de ese lugar provinciano. La oscuridad anunciada nos inundaría de un momento a otro. El cielo estaba despejado, toda hacía presumir que tendríamos un espectáculo celestial visto en primera fila.
COMO LO VIERON LOS ANTIGUOS
      El primer eclipse de la historia que fue vaticinado con precisión se registró en mayo del año 585 antes de Cristo. Lo anunció uno de los siete sabios de la Grecia antigua: Tales de Mileto. Hubo asombro por la capacidad de predicción, pero antes que ocurriera eso, no se sabía cuándo se presentarían estos fenómenos de modo que al momento de oscurecerse el sol, la sorpresa era enorme y los temores y miedos entre las gentes generaban mitos junto con anuncios divinos terroríficos. Han pasado casi 2600 años desde entonces y todavía ronda un cierto temor,  curiosidad y excitación ante la proximidad de la ocurrencia de un eclipse.
Tales de Mileto
      Pues bien, allí estaba yo en medio de la nada, con los zapatos hundidos en la arena cenicienta esperando el fenómeno. Sin más y en este entorno de silencio y abandono, el sol se puso extraño, el azul intenso del cielo decayó hacia occidente, por ese lado estaba mucho más oscuro que el resto brillante del oriente. Ésa tiene que ser la sombra, pensé. Pasó menos de un minuto y me percaté que al sol le faltaba un pedazo por uno de sus bordes, como el mordisco de la manzana de la marca de computadoras. Pasaron más segundos y el mordisco crecía, a la vez que el cielo iba perdiendo su luminosidad. Se levantó un poco de viento y yo me encontraba demasiado lejos para oír el canto de los gallos, de los que hablaba la literatura que había leído. Eso sí, comenzó a salir gente de las casas aparentemente solitarias. Los habitantes de San Miguel se instalaron en plena calle mientras orientaban sus miradas hacia el sol mordido. Hasta que el disco solar se cubrió por completo. El cielo se oscureció pero no como si fuera plena  noche, más bien tenía el aspecto del crepúsculo. Sin embargo, lo que pude ver con toda nitidez fueron las estrellas que brillaron en pleno medio día. La constelación de Escorpión, que es típica de nuestro invierno austral, estaba ahí arriba con su estrella principal Antares titilando con energía. De toda la bóveda del cielo el círculo más próximo al horizonte mostraba claridad diurna.
       La luna permaneció interponiéndose muy corto tiempo, tanto que no pude medir el paso del tiempo, porque estaba ocupado en tomar fotos y en mirar a los alrededores. Por los bordes negros de la sombra salían llamaradas rectas, como largas lenguas de gases calientes que provenían de la superficie del sol, oculto en esos momentos. Hasta que el tránsito astronómico comenzó a llegar a su fin. Por el lado del oeste, el sol comenzó a brillar de nuevo, iba asomando de a poco, como saliendo desde detrás de un biombo negro. Un par de minutos después, la tierra entera recuperó la bendición de la luz y la sombra se perdió. Es extraño que la luna cerca del sol o sobre él se vea negra, completamente negra a diferencia de la noche, cuando muestra su cara buena reflejando el resplandor del astro rey. Yo volví al auto que me esperaba en la cuesta. Cuando minutos más tarde pasé de regreso por la única calle de San Miguel, la gente seguía conversando, ellos tenían para un buen rato. Mi camino de vuelta a Arica lo hice sin apuro. En la ciudad nortina, no se hablaba de otra cosa. En lo que a mi concernía, había salido del empacho, pero igualmente hoy sigo leyendo literatura sobre estos fenómenos naturales, que sobrecogen y asustan, porque nadie está acostumbrado a que una sombra negra borre el sol del cielo exactamente al medio día... 
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Un eclipse total de sol está anunciado para el 2 de julio de 2019 en la región de Coquimbo, Chile. 
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PRECISIONES SOBRE ESTE ECLIPSE EN NOTA ENVIADA POR EL PROFESOR JUAN ESPINOZA DESDE COPIAPÓ

Estimado Nelson,

       He leído con interés la nota sobre tu experiencia sobre el eclipse solar del  ’94, en esa oportunidad me encontraba trabajando en la comuna de Diego de Almagro (un pencón perdido en el desierto), no era un día más de clases, sino “la clase del año,” pues tendríamos la experiencia única de presenciar un eclipse; se dispusieron los espacios para la clase de ciencia (con  corrales para estudiar el comportamiento animalitos), de historia para explicar el fenómeno desde la más temprana historia, de física para medir la velocidad de los astros, etc.

       Todo resultó un éxito para los educando y para nosotros los adultos. Este año me encuentro trabajando en una escuela en Copiapó y tengo el privilegio de ser protagonista nuevamente de un fenómeno natural y lo disfrutaré al máximo, pues en Atacama se dará el máximo de oscuridad. En tu nota señalas que será Coquimbo, pero hay un error ya que las comunidades que conforman la comuna de Vallenar: Domeyko, Cachiyuyo e Incahuasi tendrán el privilegio de presenciar el eclipse en su total magnitud y recibirán a miles de personas con su lentes ahumados, cámaras fotográficas; miles de selfies serán tomadas; y Vallenar se ha esmerado en brindar todas las comodidades y seguridad para que todo se desarrolle con total normalidad.

        Lamentablemente, regiones más influyentes se han atribuido el eclipse como propio y que se dará en su territorio, pero es con fines comerciales, nada más que eso. Vallenar es la comuna que se abrirá al mundo con este eclipse solar, histórico para muchos de nosotros.

     En mi caso, estaré en el epicentro con un grupo de niños disfrutando y estudiando esta experiencia, única para estos pequeños.

Un abrazo a la distancia.

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