La prehistoria es la NADA. En cambio la historia, ese magnífico
relato ordenado de la trayectoria en el tiempo de la humanidad letrada,
permanece en los libros. La historia existe, está ahí; la otra, no. Así lo
pensaba el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno. A su vez, los griegos
decían que la NADA no existe, al punto que ni siquiera puede ser pensada. Pero…
un momento. Eso no significa que no busquemos en el pasado anterior a la
invención de la escritura, donde radica el inicio de la historia. Allí trabajan
la antropología y la arqueología. Pero, intentar hallar en ese período un
relato de sucesiones de acontecimientos como lo entendemos hoy, no es posible.
De ahí, la NADA de Unamuno.
Sin embargo, si no hubo historia en todo el pasado de la
humanidad, nuestros ancestros prehistóricos tuvieron comunicación. Porque sin
ella la existencia misma no hubiera sido posible. Tanto así que incluso los
animales más básicos se comunican de alguna manera porque es una cuestión
vital. En los seres más complejos, la comunicación también es más compleja. Así
los primeros humanos debieron entenderse con algún código y después con un
lenguaje aunque no hubieran dejado un relato.
Diego de Almagro |
En nuestra prehistoria chilena y pencona (siempre me ha
intrigado eso) los antiguos habitantes vivían en comunidades o tribus, a lo
mejor eran nómadas para aprovechar las ventajas de las estaciones cálidas y
protegerse en las frías. En aquellos grupos alguien dirigía, daba las órdenes.
Ellos, jefes y subalternos empleaban un lenguaje comprensible. Pero, sin duda
existió otra comunicación que es la que viene al caso.
Las comunidades sabían más o menos lo que pasaba en las
comunidades vecinas y en menor escala en las más alejadas. Les tenían que
llegar datos a través de las visitas de amigos, de los parientes, de los que se fueron
lejos y que regresaron. Y es por eso que es dable pensar que al poco tiempo que
los descubridores de América llegaron, la noticia se difundió de alguna manera
que no sabemos en toda la tierra
descubierta. Es cierto que había correos, esos jóvenes que viajaban largas
distancias recogiendo noticias para llevarlas a las jefaturas políticas, como
fue el caso de los chasquis de los incas. Pero, las noticias no oficiales, ésas
que conocían o sorprendían a las familias, corrían también a su modo.
Para fundamentar esta sospecha, remitámonos a la llegada a
Chile de Diego de Almagro en 1536 y su intento de viajar al sur. No pudo cruzar
el río Itata, porque las huestes mapuches se lo impidieron. Tuvo que regresar. Los
aborígenes estaban preparados para contenerlo. ¿Y cómo iban a estarlo si no hubieran tenido esa comunicación rápida de alerta entre comunidades que hemos insinuado
más arriba? La incógnita es cómo si no tenían medios de comunicación. En este
escenario de desconocimientos e incertidumbres, un esbozo de respuesta surge de
la ficción y la encuentro en la última novela del japonés Haruki Murakami «La
Muerte del Comendador». Uno de los personajes (una mujer) le dice al
protagonista, angustiado por saber cómo corrían las noticias entre los escasos
habitantes de un bosque sin internet ni teléfono, en una remota zona montañosa
de Japón. «La respuesta es muy simple ─le dice ella, haciendo gala del femenino
sentido práctico─, ellos usan el medio clásico de la selva: el tamtam de los
tambores»…
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