viernes, mayo 31, 2019

UN INTENTO POR SABER CÓMO SE DATEABAN LAS COMUNIDADES PREHISTÓRICAS DE LA ZONA


               La prehistoria es la NADA. En cambio la historia, ese magnífico relato ordenado de la trayectoria en el tiempo de la humanidad letrada, permanece en los libros. La historia existe, está ahí; la otra, no. Así lo pensaba el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno. A su vez, los griegos decían que la NADA no existe, al punto que ni siquiera puede ser pensada. Pero… un momento. Eso no significa que no busquemos en el pasado anterior a la invención de la escritura, donde radica el inicio de la historia. Allí trabajan la antropología y la arqueología. Pero, intentar hallar en ese período un relato de sucesiones de acontecimientos como lo entendemos hoy, no es posible. De ahí, la NADA de Unamuno.
             Sin embargo, si no hubo historia en todo el pasado de la humanidad, nuestros ancestros prehistóricos tuvieron comunicación. Porque sin ella la existencia misma no hubiera sido posible. Tanto así que incluso los animales más básicos se comunican de alguna manera porque es una cuestión vital. En los seres más complejos, la comunicación también es más compleja. Así los primeros humanos debieron entenderse con algún código y después con un lenguaje aunque no hubieran dejado un relato.
Diego de Almagro
           En nuestra prehistoria chilena y pencona (siempre me ha intrigado eso) los antiguos habitantes vivían en comunidades o tribus, a lo mejor eran nómadas para aprovechar las ventajas de las estaciones cálidas y protegerse en las frías. En aquellos grupos alguien dirigía, daba las órdenes. Ellos, jefes y subalternos empleaban un lenguaje comprensible. Pero, sin duda existió otra comunicación que es la que viene al caso.
           Las comunidades sabían más o menos lo que pasaba en las comunidades vecinas y en menor escala en las más alejadas. Les tenían que llegar datos a través de las visitas de amigos, de los parientes, de los que se fueron lejos y que regresaron. Y es por eso que es dable pensar que al poco tiempo que los descubridores de América llegaron, la noticia se difundió de alguna manera que  no sabemos en toda la tierra descubierta. Es cierto que había correos, esos jóvenes que viajaban largas distancias recogiendo noticias para llevarlas a las jefaturas políticas, como fue el caso de los chasquis de los incas. Pero, las noticias no oficiales, ésas que conocían o sorprendían a las familias, corrían también a su  modo.
             Para fundamentar esta sospecha, remitámonos a la llegada a Chile de Diego de Almagro en 1536 y su intento de viajar al sur. No pudo cruzar el río Itata, porque las huestes mapuches se lo impidieron. Tuvo que regresar. Los aborígenes estaban preparados para contenerlo. ¿Y cómo iban a estarlo si no  hubieran tenido esa comunicación rápida  de alerta entre comunidades que hemos insinuado más arriba? La incógnita es cómo si no tenían medios de comunicación. En este escenario de desconocimientos e incertidumbres, un esbozo de respuesta surge de la ficción y la encuentro en la última novela del japonés Haruki Murakami «La Muerte del Comendador». Uno de los personajes (una mujer) le dice al protagonista, angustiado por saber cómo corrían las noticias entre los escasos habitantes de un bosque sin internet ni teléfono, en una remota zona montañosa de Japón. «La respuesta es muy simple ─le dice ella, haciendo gala del femenino sentido práctico─, ellos usan el medio clásico de la selva: el tamtam de los tambores»… 
  


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