Leí: «Puedes mirar sin que te vean.
Puedes oír sin ser descubierto.
Pero, no puedes tocar sin ser tocado».
Restos de «El Perú». (Foto de Jaime Robles). |
Muy reales las tres sentencias, pero me
quedo con la última porque no puedo escapar como de las dos primeras. Oír y
ver no es lo mismo que tocar. Si veo y oigo soy un sujeto y si no me detectan permanezco en
el anonimato. Pero, si se trata de tocar, ¡ojo!, también me convierto en un
objeto del cuerpo que he tocado. Me tocan a mi.
Este razonamiento viene al caso cuando en Penco se oye
decir que aquí la historia se toca con la mano. Por ejemplo si uno va al fuerte La Planchada puede tocar las piedras de granito instaladas en el siglo
XVII o palpar los cañones de hierro montados en sus bases apuntando a la bahía.
Si camina por Playa Negra y la marea está en baja, podría acercarse y tocar el
casco del antiguo mercante «Perú» encallado en una memorable marejada de una
noche de 1941. La historia en Penco se toca. Es cierto.
Pero, recuerde, la historia también lo toca a usted.
¿Y qué significa ser tocado por la historia?
Esto puede tener algunas interpretaciones que la historia
le diga: «estoy aquí, tuve mi tiempo, permanezco».
Otra respuesta sería: «Yo soy tu padre».
Sí, aunque esbocemos una sonrisa. Pero, al ser
tocado por la historia el mensaje es más potente. Yo me convierto en un objeto de
ella y, por tanto, puedo recibir toda esa carga de buen orgullo, de sentido de
pertenencia, de un reconocimiento que viene del pasado directo a mi persona. No
es que reciba nostalgias ni penas como para llevarlas en la mochila. Es al
revés, ser tocado por la historia ésa que se cruza con el mito y la leyenda es
recibir una impronta de valor y desafío. Eso fuimos nosotros y porque puedo
tocar el pasado y viceversa, esa energía renovadora y enorme me llega limpia y
viva desde el fondo de los tiempos.
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