A inicios de los 60' llegó a Penco una ola de orientación intelectual que se expandía por el mundo: la técnica de lectura rápida. Fue un boom, los profesores trataban de comprender primero el asunto para llevarlo luego a los alumnos. Pareció a todos entrarles el bicho de leer textos en forma veloz, como si fuera posible iniciar el Quijote y llegar a la última página 2 horas después. La gente quería convertirse en máquinas lectoras: devorar libros simples o complicados en el menor tiempo que pudiera ser posible. Tal fue entonces la presión entre los jóvenes por dominar esta técnica, o al menos conocerla, que el equipo de docente del Liceo Vespertino de Penco (muchos de sus integrantes eran estudiantes de la Escuela de Educación de la Universidad de Concepción), tuvieron que enfrentar este desafío. Explicaron lo que se decía a modo de consejo cómo leer más de prisa. No diremos aquí detalles de esa técnica, que hoy en día está disponible en internet. Pero, mencionaremos algunas recomendaciones que aquellos jóvenes maestros de Penco sugirieron a los liceanos pencones para mejorar el rendimiento.
Lo obvio era leer
relajado y con una buena cuota de concentración, saber qué estabas
leyendo, sentarse cómodo, etc. Pero, a mi juicio, luego de escuchar
esas explicaciones, lo más desconcertante era la idea de leer un
texto en forma vertical llevando la vista por el centro. Como que
había que crear una columna imaginaria por la mitad del documento y leerla de
arriba abajo sin preocuparse de los extremos. No, eso no me cupo en
la cabeza. Hubo alumnos que lo intentaron y quienes afirmaron haber
logrado resultados satisfactorio. Pero, a mí esa práctica no me condujo a ningún lado. Debí conformarme con la velocidad promedio de lectura de
un ser humano común que es de unas 250 palabras por minuto. En
cambio hoy he sabido que en campeonatos mundiales de lectura rápida,
hay ágiles que serían capaces de descifrar hasta 4.700 palabras
cada 60 segundos.
Pero, vayamos más
despacio.
No se puede aplicar
técnicas de este tipo a textos profundos. Por ejemplo, leer los
clásicos o filósofos contemporáneos no es una cuestión
cuantitativa. La lectura debe ser reposada para oír la polifonía
de las palabras, captar la intención detrás de las oraciones, la sintaxis,
el planteamiento, la subjetividad del autor. Con una lectura
desenfrenada no comprenderíamos a Heidegger, Derrida, Unamuno,
Marión, Nietzsche, Weber. Hay que poner el pie en el freno, detenerse en
cada capítulo o párrafo y mirar a través de una ventana para
meditar el sentido de lo relevante,
La lectura rápida
ni siquiera se la sugeriría a los parlamentario para que nos les «pasen goles de media cancha», aunque haya textos que ni siquiera
merezcan la pena poner los ojos en ellos. Mi conclusión es que casi
60 años después del boom de la técnica de leer velozmente, la
recomendación es exactamente al revés. Junto con tomar un libro
para leerlo, dese su tiempo.
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