Magnífica foto de Andrés Rivas con ruinas industriales en el Chambeque. |
Con algo de retraso me informo que Lota sigue los pasos de Penco en
orden a recuperar su rico pasado histórico, centrado básicamente en la
explotación del carbón mineral. Y sobre eso ellos tienen mucha literatura,
reliquias, construcciones: patrimonio. Una de las iniciativas puntuales es la recuperación
del sector llamado «chambeque», muy querido por los lotinos. Hace poco más de
diez años publiqué un texto, que ahora reproduzco aquí, de una experiencia graciosa que tuve veinte años antes en ese lugar. Mi relato de entonces fue el siguiente:
Un gerente de aspecto como sacado de la
novela «Subterra» —eso sólo lo imaginé— me recibió sonriente en su oficina de la entonces empresa
Enacar de Lota. Me atendió en mi calidad de reportero de El Diario Color de
Concepción (hoy desaparecido).
El
despacho del gerente era muy espacioso y pulcro, demasiado para los estándares
lotinos. De un lado miraba hacia una calle de tierra y de atrás se conectaba
con las faenas a través de un enorme patio lleno de máquinas de la revolución
industrial unas operativas, otras abandonadas y corroídas por el óxido. El gerente me invitó a un pequeño paseo por el lugar. Aquella superficie, con líneas de ferrocarril en desuso sepultadas en el pasto, remataba en una
playa de arenas amarillas, mar azul y olas espumosas brillando bajo el sol de
diciembre. El contraste era brutal entre la maquinaria, los cachureos mecánicos y la naturaleza, un
espectáculo semejante a una película italiana de los tiempos de Michelangelo Antonioni.
Otra vista del área carbonera de Lota. (Imagen, monumentos.cl) |
Esa
playa hermosa, chiquita de un largo no mayor de 100 metros, con cálculo a vuelo
de pájaro, y flanqueada por dos peñones que la aislaban, capturó mi atención. Mi mirada no se despegaba de ella haciendo
abstracción total de las maquinarias de museo, parte de ellas, decíamos, aún en uso
productivo. La imagen era tan cautivadora que ni bola le daba a lo que me hablaba el gerente (mal de mi parte).
Mientras
caminábamos por ese patio y conversábamos, mi anfitrión se dio cuenta de mi concentrada
atención en el mar. «Bueno esa playita es de nosotros, pues», me dijo con una sonrisa fingida e indisimulado
orgullo. Y siguió: «Como está ubicada en el área industrial, aquí no viene gente. Además
tenemos guardias y nadie querría bañarse vigilado por una patrulla de celadores».
Entendí que lo subrayaba como para desalentar una posible solicitud mía para pasar allí un día de sol ese verano. Aunque el uso libre de las playas «está garantizado en la constitución», pensaba ilusamente yo.
Los elementos de la industria que he
descrito estorbaban el sendero que conducía a la arena y, para halagar a mi
anfitrión, le dije que pese a ello la belleza natural del lugar era
incomparable. «¿Cómo se llama?», le pregunté de refilón. «Es la playa del chambeque», me
dijo seriote y retomó la materia que me había llevado hasta allí y que a él le interesaba dar a conocer: el nuevo
volumen de producción del mineral de Lota.
Cuando
regresábamos a la oficina, caminando por ese patio industrial, le dije para cerrar el
capítulo: «curioso el nombre de la playa: chambeque; ¿a qué se deberá y cuál será
origen?». Y el gerente detuvo sus pasos, miró hacia atrás y cuando reinició la
marcha me respondió:
«Ahí sí que usted me pilló, reconozco que no sé el
origen. Pero, eso es fácil deducir: de seguro ahí antes hubo un "chambeque" ».
(¿Perdón?, pensé) y con esa última respuesta anotada en mi
libreta de apuntes, regresé al diario.
Sector de oficinas de la empresa donde en aquellos años (1970) se efectuó la entrevista. (Imagen, monumentos.cl) |
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