Playa Negra, Penco, sector de la desembocadura. |
La desembocadura del Andalién en
Penco es inestable, fluida, cambiante, ¿peligrosa? tal vez. Porque así son las zonas
ecotónicas, lugares donde entran en contacto dos mundos, dos ecosistemas
independientes, en nuestro caso río y mar. Según los estudios ambientalistas, estos
espacios naturales son, al mismo tiempo generativos, capaces y explosivos en múltiples
posibilidades de vida. En ese lugar toda la fuerza del flujo de agua dulce del
Andalién enfrenta su destino final transformada en remolinos caóticos de
encuentros y desencuentros. Este curso frenético aleatoriamente genera islotes
de arena, barras transitorias. O definitivamente crea uno, dos y hasta tres brazos
que se abren impetuosos. A veces el río se encauza por una sola salida, otras expulsa
sus aguas formando pequeños deltas.
Ese choque silencioso, constante y
eterno ocurre en el vértice mismo del extremo suroriente de la bahía de
Concepción, donde forman un ángulo perfecto la delgada viñeta oscura y costera
de Rocuant con la proyección de las arenas de Playa Negra, pero donde ambas líneas
jamás se tocan por la interposición del río. El cauce es la suma de tantos
afluentes menores: aguas Sonadoras, estero Landa, estero Nonguén, etc… La
llegada a la desembocadura le significó al río pasar bajo tantos puentes, todos
con sus números. El recorrido alcanza ese lugar donde las corrientes más
extrañas se cruzan en una tranquila y desesperada locura ante la proximidad del
fin. Desde una de las orillas de arena este caos solapado y silencioso se
intuye sólo por las ondulaciones que afloran como lomos de reptiles opacos y
brillantes. Tal es la furia medida y templada del río. Al otro lado, el mar, dando
la cara de frente, responde con la risa estentórea y vivificante de sus olas
que se entrechocan. Así son ahí las bienvenidas. Y la espuma blanca es la carcajada estrepitosa del final. Porque ya
está escrito, que precisamente ahí, en Penco, termine su vida el Andalién. En
uno de los bordes arenosos el observador de este espectáculo quizá evoque los
versos de Jorge Manrique contenidos en las «Coplas
a la Muerte de su Padre»:
Nuestras vidas son los ríos
que
van a dar en la mar,
que es el morir….
Un islote de arena forma un delta temporal en la desembocadura. (Fotograma de video, 2019). |
Pero, el ecotono de la
desembocadura del Andalién es todavía más. El aire también se agita como si una
puerta en la imaginación permaneciera abierta. Las corrientes áreas paralelas que
avanzan sobre el río van y vienen para encontrarse con los vientos arremolinados
del mar. Sin embargo, el equilibrio es tal, que nada se advierte a los ojos de
un espectador desacostumbrado. El cielo ahí abre una aerovía turbulenta a las
aves marinas en su diario trajín desde y hacia sus nidos y moradas en tierra
firme. Por las mañana van en dirección de la bahía, al caer la tarde se las ve
yendo en sentido opuesto siguiendo siempre el derrotero del río. Unas aves
vuelan más alto sobre el cauce, otras lo hacen rosando los lomos de agua con
las puntas de sus alas. La desembocadura es un pasadizo. Pero, también una
estación para un alto y reponerse de un largo viaje.
El río en un estertor final antes de arrojarse al mar. |
Sobre los islotes deformes, los
pájaros bajan del aire, hacen pie y repliegan sus plumajes negros, color que no podría ser otro en el lugar donde muere el río. Decenas o centenares de
ellos y de las más variadas especies hacen escala añadiendo una
conversación de graznidos que compite en volumen con las marejadas. En ese
lugar se juntan pelícanos, patos liles, fardelas, garzas, gaviotas de plumas
oscuras, cisnes. El bullicioso cotorreo termina cuando alguna de las aves que
ejerza de líder levanta el vuelo y el resto la sigue formando una nube negra de
funeral recortada contra el cielo de la tarde.
Cuando termina el día y cae el
crepúsculo el crepitar marino no cesa, pero el aire se sosiega y llegan a las
narices los aromas del campo plano de donde viene el río. Aprovechando la
quietud otra nube se disfraza en la oscuridad, zancudos revuelan buscando dónde
alimentarse. El crepúsculo también alienta a los peces que nadan bajo la
superficie con la mitad del cuerpo en el río y la otra mitad en el mar. Los más
audaces saltan y rompen el espejo del agua y otros los imitan. Por el torrente
van las corvinillas, los robalos, los lenguados, los bagres en afanosa búsqueda de la comida. El Andalién nunca trae las manos vacías, siempre tendrá algún premio
para los peces que se acercan desde el mar y entran por la desembocadura para
probar suerte. Así transcurre la vida en el punto donde dos mundos se
encuentran. Es el ritmo acompasado del sonido y del silencio, de la luz y la
oscuridad, del oleaje y el remanso, del aroma de mar y del campo, del impetuoso
empuje del río y de su docilidad. No hay otro lugar en Penco donde la Naturaleza
exponga toda su bendición como en la desembocadura del Andalién.
Tronco arrastrado por el río en Playa Negra . (Fotograma de video, 2019). |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario