Hasta el «Ñajo» usaba corbata en
Penco(*). «Flores» no se la sacaba, menos aún su abrigo café moro que le chicoteaba en los tobillos.
Muy lejos de lo anecdótica que nos pudo parecer la vida de esos personajes, estaba la realidad objetiva de los obreros. Por razón
de su trabajo, en las horas laborales no la podían usar. Pero se desquitaban los
fines de semana. Por ese motivo en la jerga pencona la tenida compuesta por traje,
zapatos lustrados, camisa blanca y corbata era la «pinta dominguera». Sin embargo desde esos años, los
tiempos han cambiado y harto.
En nuestra cultura y en
particular en nuestro medio, la corbata pierde terreno. Y no es que pierda
algo, se la ha desplazado casi por completo. A modo de ejemplo, diremos que ya muy
pocos recordarán el apelativo de un antiguo buen vecino pencón: el carbatita,
hecho que sirve para reafirmar el olvidado uso de corbatas. Porque el cambio en
las modas es profundo. Sin embargo, en Europa la corbata sigue mandando y, como
tal, llevarla bien puesta y mejor ceñida es una obligación en una parte significativa
de las oficinas. En ese continente tienden a no mirar con buenos ojos una
actitud desdeñosa hacia ella.
Remitámonos 60 años atrás. El
mundo obrero de Penco —que era la población mayoritaria del pueblo— usaba
diariamente su ropa del trajín: overoles, cotonas, pantalones de mezclilla con
pechera, vestuario viejo por lo general para desempeñarse en labores básicas.
Zapatos calamorros, alpargatas, ojotas. Esos trabajadores sentían la necesidad
de lucir bien presentados, «achutados», como se decía, para ir por las calles
penconas.
El domingo, como ningún otro, era
EL DÍA, la única oportunidad para mostrarse como Dios manda. Por eso, en Penco
se veían obreros con sus tenidas bien planchadas y sus vistosas corbatas en
fines de semana. Se estrenaban los trajes nuevos confeccionados por los
conocidos y afamados sastres pencones. Y los paseos o los lugares donde ellos
iban para hacerse ver con sus ropas domingueras eran las canchas de Gente de
Mar, el fortín de La Refinería o los cines CRAV o de Concepción.
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(*) El Ñajo y Flores, entre otros personajes de Penco de los años 50, eran vagabundos conocidos en el pueblo. Ambos llevaban vestimentas muy pobres y sucias y cada cual usaba corbata aunque de color indefinido.
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