jueves, noviembre 07, 2019

EN PENCO, UNA VEZ UN MAGO


           La gente se apretujaba para ingresar por la estrecha puerta de una hoja del teatro CRAV por calle San Vicente. El espectáculo de variedades, con todo. Las radios habían publicitado con insistencia el show de aquel día invernal. Nunca en Penco se presentaría algo de ese nivel. La expectativa no podía ser más. ¿Cómo no pegar codazos en las costillas para un asiento en la galería? Primera fila. El escenario a 6 metros, con sus cortinas vino tinto cerradas. El chivateo de la gente, imposible de controlar. El menú incluía 3 cantantes conocidos —por la radios— más el plato fuerte. Un mago, el Mago Fosio, el plato fuerte.
             Un trajinado tocadiscos en la sala de proyecciones del teatro se puso en marcha. Un vinilo rayado por el uso emitió un chirrido al roce de la aguja gastada por el uso. Una voz de un barítono italiano se oyó en la sala refinera. Una canción napolitana de finales de la segunda guerra mundial que ni las radios más modestas difundían ya.
                                        ♪ D'amore io muoio.
               Falta poco.
           Amigos que entre la multitud se gritaban sus apodos desde distintos lugares de la sala para saludarse y decir yo estoy aquí. A voz en cuello: Pateguala, Güeñe, Porongo, Chanchoalhombro, Cantarito, Gitano, Piticoy, Chamiza, Chañe, Pataslargas, Curiche, Tomate, Pirincho, Perraflaca, Canario, Cayapo, Peje, Chimy, Conejo, Meñique y. Esa era parte de la audiencia de la galería. 
         Sólo había una posibilidad para poner orden en la sala –o en el gallinero– en ese caótico preámbulo: correr las cortinas del escenario. A la más mínima vibración del largo paño de terciopelo, los molestosos sentados en los bancos y otros arranados sobre las tablas del piso, que un rato antes aseadores habían rociado con agua mezclada con creosota, lanzaban largos shhhhhhh. ¡Silencio! El barítono del vinilo quedó mudo (en fade), las luces de la sala se apagaron y las cortinas se abrieron, se abrieron, se abrieron, se abrie. 
              Ahora sí, silencio total.
            Primer número, una cantante muy joven con su belleza y talento rompió el fuego o el hielo. Cantó sus mejores títulos y estrenó otros dos. Un guitarrista y un ejecutante de una tuba al fondo del escenario. Más aplausos. La galería y la platea estaban arrobadas.
               Después de una hora de canciones, el plato de fondo.
               El Mago Fosio.
         Expectación, silencio. Escenario en semi penumbra. Se sienten unos pasos que se acercan desde detrás de las cortinas. Arriba aparece un hombre flaco, alto en sus sesentas. Fino mustache afrancesado (sin ser él un franchute), pelo peinado hacia atrás, gomina. Levita oscura, corbata humita. 
            «Me presento, [voz grave como de ultratumba] soy el Mago Fosio y pasaremos un rato agradable». Aplausos a rabiar. Era lo que se esperaba. «No vengo solo, me acompaña mi secretaria Mistades. Adelante, Mistades, pase usted»
        La galería enloqueció. La platea empingorotada, más atrás, aplaudió colijunta, débilmente, como de costumbre. Pero, la ayudante demoraba.
               El Cayapo miró al Porongo con cara de pregunta a la espera de la secretaria de Fosio. Hasta que ella apareció en la escena con un traje negro y medias de fantasía (fishnet). Atractiva. Al verla, la platea, ahora sí,  le dio harto volumen a su clap-clap-clap que antes había sido mesurado. En cambio, los de la galería perdieron todo atisbo de compostura. Zafados.
              Fosio, sin embargo, se apropió de su show, como correspondía con oficio, sus trucos y sorpresas, por los próximos 40 minutos. Comenzó mostrando sus manos juntas y apretadas dirigidas hacia adelante. De pronto las separó y de cada una de ellas salieron unas llamas enormes, como si sus manos hubieran sido fuentes de fuego. Después de 3 segundos las volvió a la posición original y las llamas desaparecieron. Así empezó la cosa. Y siguió con un conejo sacado de un sombrero, después del interior de su chaqueta extrajo una paloma. Mistades recogía los animales y los llevaba para adentro. Fosio continuaba con unos pases mágicos con monedas, unas cartas de naipes. Y, lo más entretenido, en cada caso contaba historias de lugares remotos e ignotos por donde había ido en actuaciones o correrías: el Peloponeso, en Grecia; Tbilisi, en la Georgia soviética; en Manila, Filipinas; en El Cairo, Egipto; en el mítico puerto de Basora, de Las Mil y Una Noches, en Irak. Un mago viajado. Y en sus narraciones incluía derrotas profesionales sufridas frente a otros ilusionistas. Todos muertos. Había que ser honestos, honestos. Esas cosas que dicen los magos.
           «A ver, Mistades, elija usted a alguien de la platea para el próximo número. Que sea un voluntario»
       La mujer bajó del escenario del teatro CRAV por una escondida escala lateral y a nivel del piso avanzó contoneándose por la galería. Pudimos verla en detalle, su cara con una gruesa capa de maquillaje, largas pestañas postizas encrespadas, ojos grandes y oscuros, cabello al carbón: una mata inmensa de pelo negro. Eligió al voluntario; abro comillas: el Porongo; cierro comillas. Tomó de la mano al sorprendido muchacho y lo condujo a la puerta lateral, por ésa en que ella había accedido a la galería y con un leve empujoncito hizo que el voluntario pasara primero. Ambos desaparecieron detrás de esa puerta y asomaron segundos después en el escenario de frente al público. Nunca el Porongo había subido ahí, ni menos de cara a tanta gente. Desde esa zona iluminada apenas podía distinguir los rostros del público. El pobre estaba encandilado. Fosio, como un gran caballero, pidió un aplauso para el voluntario con el fin de relajarlo un poco. El mago se puso de espalda al auditorio para el truco que incluiría la participación del joven pencón. De su bolsillo oscuro sacó una especie de rueda dorada, más grande que la palma de su mano. 
            «Este es un símbolo oriental que el ilusionista chino Xieng —también RIP— me regaló en Pekín». Se lo mostró al Porongo. Movimiento afirmativo de cabeza. El mago siguió hablando del símbolo, dio pormenores inventados o quizás ciertos de su viaje al oriente y de los problemas para regresar con esa rueda dorada y brillante porque según aseguró se la querían quitar unos monjes con trenzas y ojos almendrados. Pero, no explicó por qué lo querían despojar del símbolo si era un regalo. «Ante todo este maravilloso público de Penco, yo haré desaparecer este símbolo mágico». Lo elevó con las manos sobre su cabeza. Y ante los ojos de todos, y del Porongo, la rueda dorada se ocultó entre sus manos, desapareció. «¿Dónde está el símbolo?», le preguntó en forma directa al voluntario. Movimiento negativo de cabeza. Y entonces tomó al joven por el brazo y lo hizo girar para que ahora quedara él de espaldas al público. La posición de ambos cambió en 180 grados. «¿Dónde está el símbolo?», insistió. Y la galería y la platea gritaron: ¡pegada en la espalda del Porongo! En efecto, una réplica estaba adherida en la chaqueta del inocente voluntario. Mistades se la pegó cuando ambos subieron la escala detrás de la puerta y, el pencón, en su nerviosismo, no se dio ni cuenta. Aplausos.
                Número final. 
               «En Fosio, mi tierra natal, cerca de Parma en Italia, hubo un viejo mago que me enseñó el siguiente truco. Les ruego mucho silencio, atención y concentración para que esto pueda resultar. Gracias». El silencio que siguió fue tal que por un momento sólo se sintió una nubada que cayó sobre el techo del teatro. «Mistades, venga usted». La mujer se había despojado del vestido negro y ahora llevaba sólo una malla en el tono con sus medias de fantasía. Tacos. Más bella. Nuevos aplausos.
                  «No les diré de qué se trata, descúbranlo ustedes».
          Las luces del escenario bajaron su luminosidad. Fade out. En el escenario, Fosio y Mistades, brazo con brazo, de cara al auditorio. Hubo un tambor, en redoble... Y ambos comenzaron a elevarse, a levitar... Y mientras ascendían se cerraron las cortinas. Ooooooh. Oscuridad total. A los pocos segundos retornó la luz y las cortinas que se habían cerrado de nuevo se abrieron. Ahí estaban sonrientes el Mago y Mistades despidiendo su show. «Cuando vaya por el mundo, [la voz ronca y profunda de Fosio]  contaré de Penco y de las cosas hermosas que he visto acá y que ustedes me han enseñado. Muchas gracias». Los magos son honestos, honestos.
          La gente abandonó en silencio la galería... En la sala semi vacía comenzó a oírse
                                      ♪ D'amore io muoio.
                                          Muoio.♫
           Afuera del teatro de CRAV, en Penco, llovía y llovía y llovía y llov.

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