Fiesta de la Chilenidad en la escuela «Vicente Sepúlveda Rojo», de Copaipó. |
Abandono de la Matria (*)
Texto y fotografías: Juan Espinoza Pereira, desde Copiapó.
Son
muchas las razones que hacen que una persona abandone su lugar de
nacimiento, ese paisaje que le da confianza y que lo hace sentirse
seguro, pues conoce su geografía natural y artificial; sus
personajes y actuaciones; sus tradiciones y juegos; sus olores y
colores; los sentires y pesares. Es que la matria permite el
desarrollo y crecimiento humano, acoge al sujeto en un ambiente en
que el peligro pareciera que no existe.
La decisión
de la partida, la «salida
del cascarón»
no es fácil máxime cuando la persona ha de enfrentarse a un
ambiente hostil al cual deberá adaptarse; hostil porque ya no es el
nido en el cual se encontraba. Imaginemos cuando una masa
significativa de campesinos de diferentes lugares del Bio Bio, se
encandilaron con la ciudad de Penco porque le ofrecía una promesa:
tener una mejor calidad de vida con el trabajo industrial y vivir en
la ciudad. Sin embargo, el símbolo del progreso para muchos fue una
promesa incumplida, sobre todo cuando la vida de campo se reprodujo
en la ciudad pero claro, fueron reemplazados los olores del poleo, de
las vertientes, de las fecas de animales; las carretas, los bueyes,
el yugo, cabresto y la coyunda fueron reemplazados por
carritos de metal cargados de azulejos que debían ser arrastrados
por la fuerza humana hasta los hornos; por sacos de azufres que
debían ser cargados hasta los vagones del tren o los camiones
tolvas.
Para un pencón
común y corriente salir del terruño hoy día es también una
decisión compleja, pero son muchos los que emprenden la partida con
un dolor en la garganta y los ojos húmedos; el trabajo es una buena
excusa. ¡Pero, cómo le duele a ese pencón salir de la
matria! En mi estar en Atacama he conocido a muchos que
sienten una melancolía en extremo por su lugar de origen, incluso
llegando hasta el llanto, pruebas:
― Cuando se produjo
el eclipse solar total del 2 de julio de 2019 y encontrándome en la
localidad de Cachiyuyo, me encontré accidentalmente con siete
pencones patiperros que están en diferentes faenas mineras sea en
Antofagasta o en la zona de Atacama (aún no entiendo cómo nos
reconocemos los pencones, pero algo hay ahí) y una vez que el
fenómeno se había acabado empecé a escuchar lugares comunes,
personajes que me evocaban recuerdos, nombre de barrios, etc.;
después de unos vasos de agua compartidos por el extremo calor, un
abrazo de despedida y el famoso «nos
volvamos a encontrar»,
sobre todo cuando a los más jóvenes se les humedecen sus ojos al
saber que aún falta tanto tiempo para la bajada.
― Este año me cambié de lugar de trabajo hacia Copiapó para
dirigir una escuela de barrio con una gran población de inmigrantes
de toda Sudamérica (ecuatorianos, venezolanos, brasileños,
argentinos, bolivianos, peruanos y haitianos; en total nuestra
comunidad educativa tiene 802 estudiantes y 90 adultos). Para
celebrar el «Día
de la chilenidad»
la escuela se transforma en una gran fonda ciudadana con mucho baile
nacional y cocinerías. Fue ahí donde encontré a don Francisco,
su mujer y sus dos hijos todos pencones, al poco rato de
conversación y teniendo como música de fondo las cuecas y zapateos
en la patio, con niños de diferentes nacionalidades, me contaron
que él había nacido en Vipla y ella cerca del barrio del
Cementerio (cerca de donde me crié) y los niños nacidos en Penco,
pero copiapinos de crianza. Ante la pregunta de por qué se vinieron
tan lejos, me sorprendió la respuesta… «para
sanar mi alma… es que había tocado fondo con la muerte de mi
mamita… necesitaba volver a empezar, con la ida de ella me
destruí».
Ante su lenguajear, dejé que fluyera lo que tenían que decir: él
un gran futbolista local, vendedor de pancito y empanadas en el
puerto de Lirquén para los estibadores, ningún trabajo le quedaba
chico; ella trabajadora desde su más temprana infancia hasta ahora.
A la música de fondo se sumaron: el mercado de Penco, clubes de
futbol, el tren, La Cata, las apancoras, Primer Agua, las
nalcas, los chupones, el pelillo; y aparecieron también los
sentimientos familiares y el deseo de volver a esa matria fraterna,
porque «la vida acá
es dura oiga y se extraña Penco…»
Pencones en Atacama |
No importa la
razón de la salida de Penco, más aún cuando las fronteras solo son
virtuales, lo importante es asumir que una forma de sobrevivir
estando fuera de matria original, es asumir un nuevo mundo, una nueva
matria que le dé sentido a la existencia cotidiana personal y
colectiva, volver a construirse sin olvidar el origen. Habrá nuevos
olores y sabores, nuevos paisajes pero jamás olvidar el punto de
origen, es por eso que cada cierto tiempo se vuelve a Penco para
redescubrirlo, pasear por aquellas calles comunes, mirar esa mansa
bahía, imaginar al Mestizo Alejo por los bosque que ya no existen o
corriendo por el estero; imaginar a los lafkenches sacando machas y
ulte en la orilla de la playa o en la isla chica.
¡Un abrazo fraternal
desde Atacama para los pencones y para aquellos que están fuera!
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(*) Matria es un neologismo usado por algunos escritores, entre ellos Isabel Allende, para hacer referencia a la propia tierra del nacimiento y del sentimiento. Se usó también el término en la antigua Grecia. (Wikipedia).
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(*) Matria es un neologismo usado por algunos escritores, entre ellos Isabel Allende, para hacer referencia a la propia tierra del nacimiento y del sentimiento. Se usó también el término en la antigua Grecia. (Wikipedia).
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