viernes, marzo 13, 2020

LAS LENGUAS MUERTAS DE PENCO

Indios fueguinos publicados en 1937 por la enciplopedia juvenil El Tesoro de la Juventud. Aclaremos que la foto fue una producción para el propósito de difusión y turismo. En ese tiempo los aborígenes ya no vestían así y estaban insertos en la sociedad. La imagen es solamente referencial al texto.

          LA LUNA LLENA asomó enorme, como nunca. Así se veía desde la loma que caía al río cristalino que después llamarían Andalién. Su luz de plata cubría, sumada a la claridad crepuscular, el descampado que lindaba con la bahía. Las olas distantes quebraban sus crestas blancas por delante de la isla que interrumpía el horizonte no tan lejos. El niño adolescente Marároo de pie en la loma se giró hacia el oriente y contempló sorprendido el espectáculo que brindaba la luna apenas levantándose sobre los cerros. Fue tal su emoción que llamó a su madre Saúco enfrascada en quehaceres del hogar, en el ruco de la familia levantado en un reparo del bajo. Le mostró el cielo. Ella miró hacia arriba y ambos guardaron silencio durante un rato y después sonrieron. Saúco hizo unos curiosos movimientos con sus manos sobre la cabeza, gestos supersticiosos y volvió a sus tareas. Esta imagen es una posibilidad de la prehistoria de Penco.
     ¿ESA GENTE CÓMO DIRÍA luna?, ¿cómo decían mamá? La frase fíjate, mira hacia allá, ¿cómo sería la gramática que usaban para armar la oración? Ellos conversaban con toda naturalidad pero ni usted ni yo entenderíamos hoy en día a Marároo en esa circunstancia remota. No sabemos si sus palabras nombraban cosas solamente o si tal vez tenían otras que significaban cuestiones abstractas, como amor, la vida, la pena, la alegría ¿Pero, por qué no entenderíamos? Porque para nosotros sería una jerigonza desconocida y no tenemos pistas para traducir, además porque ese grupo humano que vivió en los cerros de la actual Playa Negra desapareció y la lengua que ellos hablaban murió con el último de sus integrantes que partió de este mundo.
     Es descorazonador leer que los científicos digan que cuando una lengua ha muerto aunque la reconstruyamos, si pudiéramos, nunca más sería hablada con la fluidez de entonces. Y agregan: porque vivimos en el lenguaje. Es decir el destino de la lengua es aquel de quienes la cultivan, la hablan. Pero, también puede dejar de hablarse por decisión u obligación. La historia tiene ejemplos. Dictaduras han prohibido las lenguas que consideraron una amenaza. En el presente jóvenes que hablan una lengua en su casa con sus papás y abuelos se ven forzados a aprender el idioma oficial para poder tener éxito en la vida. Es otra causa de la muerte de lenguas.
    Según UNESCO en el planeta se hablan 7.000 lenguas, pero muchas están muriendo sin ninguna esperanza de resucitarlas. Estudios afirman que 2 lenguas desaparecen cada mes. La única que volvió de la desaparición fue el hebreo, pero porque quienes lo sabían lo practicaron muchas veces a escondidas, hasta que regresó a la luz en 1948, cuando se consolidó el estado de Israel en Palestina.
         A COMIENZOS DE MARZO de 1965 se iniciaban las clases en la Universidad de Concepción. En el auditorio de la Escuela de Derecho introducía su cátedra Derecho Constitucional el profesor Sergio Galaz. Ante los mechones el maestro Galaz dijo: “la sociedad humana es un hecho primario y natural y no el resultado o el producto de la voluntad de los hombres. El ser humano no puede vivir al margen”. A ese enunciado agreguemos que según todas las ciencias filosóficas pertenecer a una sociedad es ser parte de la lengua que ahí se practica. Incluso, si la comunidad es pequeña, sus miembros están dentro del dialecto del grupo. Si uno no habla eso, está afuera, es un extranjero.
El río Andalién en la desembocadura, al fondo las lomas de Playa Negra, 
citadas en este relato.
       ATÓN, EL PADRE DE MARÁROO, estuvo todo el día recolectando mariscos en compañía de su hermano. Desde el mar ambos volvieron caminando por las arenas pardas del borde del río; del otro lado se mecían los juncos de los humedales agitados por el viento nocturno. La luz de la luna los guió directo al ruco en la pendiente abrigada de la loma adonde llegaron con sus cestas llenas. Marároo que también quiso ir al mar, tuvo que quedarse para ayudar a proteger a su familia y al grupo de la cercanía de carnívoros merodeadores y otras alimañas de los bosques, que en realidad no eran muchas.
    EL GRUPO DEDICABA CASI todo su tiempo en procurarse alimentos. No cultivaban huertas ni tenían animales de corral. Por eso migraban por más cercanías de frutos y posibilidades de comida en el entorno de la bahía. Esas comunidades humanas del lugar –área que muchos siglos después sería Penco‒ hablaban su lengua con fluidez, un argot primario, desconocido porque además no disponemos de un registro gráfico o escrito para intentar interpretarlo (recordemos que es la prehistoria). Sin embargo, es lógico pensar que escasas reminiscencias de esa lengua original permanecieron y quizá permanecen en el mapudungún de los lafquenches.
         MARÁROO, SU PADRE ATÓN, su madre Saúco, su tío y otros vecinos del grupo esa noche comieron mariscos típicos de Penco: caracoles, machas, locos, picorocos y changayes de la recolección de la jornada. Ahí quedaron las conchas y otros restos como testimonio para el presente₁. Arriba, la luna en la fresca noche del verano acompañaba con su luz. ¿Encendieron fuego? Tampoco tenemos noticias si ellos habían domesticado el fuego.₂
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₁ Estudios científicos descubrieron conchales y algunas herramientas peleolíticas que dejaron esos grupos humanos prehistóricos tanto en Playa Negra, sector puente La Ballena, y en quebrada honda.

₂ El ser humano conoció y usó el fuego hace un millón de años, sólo que no sabía cómo encenderlo. Los protagonistas de nuestro relato seguramente conocían la forma de prender fuego. 

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