La flecha muestra una línea amarilla imaginaria, que evidencia la horizontal inalterable de La Planchada, fuerte cuya edad se aproxima a los tres siglos y medio. |
Desde que se inició la
historia de Penco, la bahía se forticó. Primero, los aborígenes
defendieron el derredor organizados a la rápida casi militarmente
contra los conquistadores. Después los conquistadores levantaron el
fuerte La Planchada para mostrarles los dientes a los veleros piratas
que rondaban nuestras costas. Qué mejor que cañones medianamente
nuevos para disuadirlos. Y mejor aún si se esparcía la noticia:
artilleros españoles en alerta día y noche. A comienzos del siglo XX se estableció al frente de Penco, en Talcahuano, una
sección de la marina, que se llamó Segunda Zona Naval. Por ese mismo tiempo la isla Quiriquina pasó a ser de la Armada. Otro fuerte emplazado en los
altos de Punta de Parra brindó seguridades con piezas de alto poder
de fuego, por si acaso. Y ahora, un grupo de voluntarios por la
ecología libran una batalla legal, sin cañones, para bloquear el
emplazamiento de un fiero terminal de gas en cualquier punto marítimo
de los alrededores. Y están ganando. Tal es mi resumen de los esfuerzos y las luchas
por salvaguardar militar o civilmente la bahía y sus bordes.
Pero, centrémonos en el
fuerte. Con 2 casetas blindadas en piedra para centinelas en sus
esquinas norte y sur oeste, 9 cañones y artificieros dispuestos
24/7, La Planchada fue un respeto. Se logró el propósito disuasivo
que pretendía la corona: ni un solo bucanero osó mirar a Penco con
su catalejo. El presidente José Garro debió estar exultante. En
consecuencia, los lustrosos cañones, fabricados en una fundición de
Lima en 1621, no rugieron en batalla, quizá los hayan disparado para probarlos. Pasaron los años, perdieron su brillo y 6 se
extraviaron. En términos militares, La Planchada fue un arma
estratégica exitosa y, por tanto, su estampa: el logo de la defensa
de la bahía.
En los años 70 se agregó al monumento esta piedra con la información histórica básica de La Planchada, |
Sin embargo, miremos la
edificación para un breve comentario. Los constructores eligieron
el talud empinado que unía la playa con el plan. Los corsarios
entrarán en Penco pasando sobre mi cadáver, parecía insinuar la
metáfora de su bizarro aspecto, porque la ciudad estaba a sus
espaldas. En la construcción, los obreros, muchos indios suponemos,
acarrearon las piedras y los picapedreros las cortaron, les dieron
forma, las pulieron de acuerdo con los bosquejos de los arquitectos.
Después tuvieron que cavar un foso profundo en la arena para echar
las bases. Los constructores conocían lo veleidoso del suelo, la
alta frecuencia de sismos violentos y las añadidas salidas de mar.
Por tanto, debieron poner más ingenio, mejores piedras en el foso y
aplicar el mortero más resistente. Ojalá el fuerte durara tanto
como la gran muralla china.
¿Y cuántos terremotos
ha habido y de qué magnitudes desde el momento en que terminó su
construcción en 1687? Han pasado mucho más de 3 siglos. Primero, no
se ha venido abajo, segundo no se ha deformado por falla estructural
y tercero, si hoy trazamos una recta con láser de extremo a extremo
a lo largo de sus casi 70 metros de frente y a la altura del filete
sobresaliente de piedra en la parte superior, comprobaremos que la
línea no presenta ni la más insignificante depresión. La prueba
demuestra el valor y la calidad de un trabajo hecho el serio. Me
quito el sombrero ante esos obreros y esos constructores.
UNO DE LOS CAÑONES del Fuerte La Planchada apunta al norte, de allá fue traído a Penco, de una fundición en Lima. |
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