lunes, abril 13, 2020

PESE A LOS GOLPES DE LA NATURALEZA, EL FUERTE SIGUE SIENDO BIZARRO

La flecha muestra una línea amarilla imaginaria, que evidencia la horizontal
inalterable de La Planchada, fuerte cuya edad se aproxima a los tres siglos y medio.

           Desde que se inició la historia de Penco, la bahía se forticó. Primero, los aborígenes defendieron el derredor organizados a la rápida casi militarmente contra los conquistadores. Después los conquistadores levantaron el fuerte La Planchada para mostrarles los dientes a los veleros piratas que rondaban nuestras costas. Qué mejor que cañones medianamente nuevos para disuadirlos. Y mejor aún si se esparcía la noticia: artilleros españoles en alerta día y noche. A comienzos del siglo XX se estableció al frente de Penco, en Talcahuano, una sección de la marina, que se llamó Segunda Zona Naval. Por ese mismo tiempo la isla Quiriquina pasó a ser  de la Armada. Otro fuerte emplazado en los altos de Punta de Parra brindó seguridades con piezas de alto poder de fuego, por si acaso. Y ahora, un grupo de voluntarios por la ecología libran una batalla legal, sin cañones, para bloquear el emplazamiento de un fiero terminal de gas en cualquier punto marítimo de los alrededores. Y están ganando. Tal es mi resumen de los esfuerzos y las luchas por salvaguardar militar o civilmente la bahía y sus bordes.
              Pero, centrémonos en el fuerte. Con 2 casetas blindadas en piedra para centinelas en sus esquinas norte y sur oeste, 9 cañones y artificieros dispuestos 24/7, La Planchada fue un respeto. Se logró el propósito disuasivo que pretendía la corona: ni un solo bucanero osó mirar a Penco con su catalejo. El presidente José Garro debió estar exultante. En consecuencia, los lustrosos cañones, fabricados en una fundición de Lima en 1621, no rugieron en batalla, quizá los hayan disparado para probarlos. Pasaron los años, perdieron su brillo y 6 se extraviaron. En términos militares, La Planchada fue un arma estratégica exitosa y, por tanto, su estampa: el logo de la defensa de la bahía.
En los años 70 se agregó al monumento esta piedra
con la información histórica básica de La Planchada,
        Sin embargo, miremos la edificación para un breve comentario. Los constructores eligieron el talud empinado que unía la playa con el plan. Los corsarios entrarán en Penco pasando sobre mi cadáver, parecía insinuar la metáfora de su bizarro aspecto, porque la ciudad estaba a sus espaldas. En la construcción, los obreros, muchos indios suponemos, acarrearon las piedras y los picapedreros las cortaron, les dieron forma, las pulieron de acuerdo con los bosquejos de los arquitectos. Después tuvieron que cavar un foso profundo en la arena para echar las bases. Los constructores conocían lo veleidoso del suelo, la alta frecuencia de sismos violentos y las añadidas salidas de mar. Por tanto, debieron poner más ingenio, mejores piedras en el foso y aplicar el mortero más resistente. Ojalá el fuerte durara tanto como la gran muralla china.
          ¿Y cuántos terremotos ha habido y de qué magnitudes desde el momento en que terminó su construcción en 1687? Han pasado mucho más de 3 siglos. Primero, no se ha venido abajo, segundo no se ha deformado por falla estructural y tercero, si hoy trazamos una recta con láser de extremo a extremo a lo largo de sus casi 70 metros de frente y a la altura del filete sobresaliente de piedra en la parte superior, comprobaremos que la línea no presenta ni la más insignificante depresión. La prueba demuestra el valor y la calidad de un trabajo hecho el serio. Me quito el sombrero ante esos obreros y esos constructores.
UNO DE LOS CAÑONES del Fuerte La Planchada apunta al norte, de allá fue traído a Penco, de una fundición en Lima.

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