viernes, junio 05, 2020

PINTORESCA E INTENSA ACTIVIDAD PORTUARIA TUVO PENCO EN AQUELLOS AÑOS DE LA REFINERÍA


MANUEL PALMA
NOTA DE LA EDITORIAL:  Las nuevas generaciones quizá ni sepan que en Penco existió una fábrica que refinaba azúcar: la Refinería de CRAV. Menos sabrán que esa industria tenía un muelle por el que ingresaban la materia prima  y por donde salía la producción al comercio ubicado en el litoral. La fábrica desapareció hace un par de años y el terminal marítimo muchisimo tiempo antes. El siguiente relato que incluimos fue publicado en la revista interna de la Refinería «Pan de Azúcar» en los 70 y su autor fue Manuel Palma Ruiz. Destacamos la descripción detallada de ese muelle, la jerga local de esos años, la visión colorida del paisaje y el quehacer logrado con una maestría no pretenciosa de la pluma  de quien la escribió, mi padre. 
              
              CUANDO LA CRAV TENÍA UN MUELLE
El viejo muelle de la Refinería de Azúcar de Penco entraba al mar en una longitud aproximada de 450 metros en el nacimiento de la calle Talcahuano. Estaba iluminado por el lado de la travesía (Oeste) en toda su extensión; su construcción era de pilotes de rieles dobles, amarrados con fuertes abrazaderas de fierro, sus vigas de madera como en igual forma su piso. En el extremo terminal en el mar, donde atracaban los remolcadores con su lanchaje, habían tres grúas para su carga y descarga, las que comúnmente se les llamaba «burros». En este extremo también había un estanque de agua dulce y una oficina para que atendiera los trabajos un empleado de la Empresa, una garita en que se guardaba el material de maniobras como ser bozas, estrobos, etc.
            Sobre su piso había dos línea de ferrocarril y por ellas las pequeñas locomotoras del Ferrocarril Interno corrían con agilidad, remolcando carros planos cargados con sacos de azúcar cruda amarilla y brillante, que llegaba en los barcos de la Compañía Sud-Americana desde el Perú, Ecuador y otros países. Entre esos barcos recuerdo al «Aysén», «Mapocho», «Imperial», por citar algunos, los que lucían en su proa un delicado mascarón pintado de blanco. (Estos barcos eran llamados por los habitantes «vapores perros», ya que cuando sonaban sus sirenas, las que eran bastante estridentes, hacían llorar a todos los perros del poblado y sus alrededores).
           Cuando había embarque o desembarque de azúcar se trabajaba febrilmente de día y de noche y era entonces cuando las locomotoras imprimían más velocidad a su marcha, cubriendo el cielo con negros penachos de humo, atochadas sus pequeñas carboneras con carbón del Mineral de Lirquén. Iban y venían desde el muelle a la bodegas o a la Fábrica para depositar la mercadería. Los nombres de estos pequeños monstruos de acero con pequeñas ruedas, pero con voluntariosas bielas y con hombres que con mano firme las conducían y que tan populares eran en la temporada de verano al ser fotografiadas por los turistas, eran: «Laurita», «Olga» y «C. Wernecking», las que con su continuo pitar daban una nota de gran colorido a nuestro pequeño pueblo de aquellos tiempos.
«OLGA», una de las 3 locomotoras a vapor de la Refinería.
              Este muelle no sólo servía para el descargue de azúcar para la Fábrica; en él se descargaba fruta de la Frutera Sud-Americana y se embarcaba azúcar elaborada, la que los barcos distribuían en cajones a lo largo del litoral para endulzar la vida de los chilenos. La CRAV contaba con vapor y lanchaje propios, como también fondeadero de naves. Debido a lo bajo del fondo de la bahía, fondeaban a unos 500 mts. del muelle y esta distancia la cubría el remolcador con sus lanchas a la cola, ya fueran cargadas o vacías, y su rutina del barco al muelle o viceversa. Entre los remolcadores que le daban más colorido a esta cinta de hierro y madera que entraba al mar figura en el recuerdo el «Penco» por lo bonito de su forma, su pintado y conservación, que lo convertían en un barquito de ensueño, sobre todo para los niños de la Familia Refinera.
UNO DE LOS REMOLCADORES que operaba carga en el ex muelle de la Refinería,
seguramente se trataba del remolcador «Penco».
             Entre los barquitos miniaturas que cargaban azúcar elaborada están latentes en mi recuerdo dos de la Compañía Armadores de Lebu, que por su poco calado atracaban al muelle para llenar sus ventrudas panzas con materia elaborada y entregarla a comerciantes establecidos en el Golfo de Arauco. Estas naves no pasaban de los 15 mts. de eslora y sus colores eran: casco negro, casitas blancas y chimenea amarillo ocre.
               Los nombres de los componentes de esta flota liliputiense eran; «Lebu», «Tomé» y «Tirúa», que con sus timoneles en manos de veteranos lobos de mar nunca le temieron a temporales, por muy bravos que fueran.
         Cuando estaba anunciado un barco y éste aparecía a la distancia, comenzaban a dar pitazos, tanto el remolcador como las grúas para que las autoridades, de la Gobernación Marítima y funcionarios de Aduana fueran a su recepción pertinente. Además estos pitos servían de llamado para el personal que trabajaría en las faenas que se empezarían a desarrollar desde ese momento.
            En la temporada de verano la Refinería otorgaba permiso, sobre todo en las noches, para que la gente pescara, y centenares de cañas extraían la sabrosa merluza, que abundaba y hacía más placentera la estadía de algunos veraneantes que disfrutaban de este grato y bello deporte.
          El varadero, donde se reparaba el equipo flotante en malas condiciones, quedaba al lado del puelche del muelle (Este) y el ruido continuo de las herramientas de los picasales, caldereros, herreros, carpinteros de rivera y pintores daban al sector un movimiento de existencia de un pequeño astillero.
        Un día crudo de invierno de 1945, un temporal desatado en forma inclemente, azotó nuestras costas, fue entonces cuando nuestro muelle tocó a su fin, siendo destruido por la furia del oleaje, a vista de todo el pueblo, sin saber nada que hacer para salvarlo. Desde 1945 los refineros y Penquistas ₁ han seguido esperanzados en que algún día se cnstruya otro en su reemplazo.
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₁ Para referirse al gentilicio de Penco, el autor usa Penquista; es probable que la opción se haya debido a que para entonces el gentilicio correcto pencón no hubiera estado instaurado o se lo consideraba no eufónico.

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