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EX DIRIGENTES DE LOS ESTIBADORES de Penco, de izquierda a derecha: Carlos Wedel, tesorero; Rodolfo Jaramillo, secretario; Marcelino Vera, vicepresidente; y Julio Navarrete, presidente. |
En los años 60 y los 70 cargar o
descargar buques en el muelle de Lirquén era una tarea pesada porque los productos o venían
a granel o en sacos de 80 kilos. El cuerpo sentía ese peso ya fuera en el interior de las
bodegas sorportando altas temperaturas y encierro o en cubierta al
aire libre, a veces bajo fuertes aguaceros. No había excusas, la
tarea tenía que cumplirse en los plazos porque las navieras
imponían exigencias; para ellas un retraso les significaba la
pérdida de miles de dólares. Estas presiones: las metas, los
horarios, la severa mirada del capataz y las inclemencias
atmosféricas hacían de los estibadores hombres bizarros.
En los
años 60 en Penco el gremio marítimo tenía su sede en calle Maipú
a pasos de Freire y al lado del paradero de buses, que consistía en un refugio metálico
instalado en la vereda que hace años fue retirado. Arrendaban ahí
una pieza amplia cuyo amoblado recordaba una sala de clases con
butacas y un escritorio frontal al fondo. Allí se reunían los
estibadores así fuera para tratar materias gremiales como para la
asignación de tareas, esta última consistía en la confección de
una lista de nombres correspondientes a los trabajadores que
atenderían tal o cual buque, según los requerimientos. Se llamaba
«la nombrada».
Estar en esa lista significaba tener trabajo y, por tanto, buena paga.
Pero, la prioridad para ser incluido la tenían los socios activos
del sindicato. Sólo cuando se producían ausencias, suplía un
trabajador no afiliado, al que llamaban «medio pollo».
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EL EX VICEPRESIDENTE Marcelino «Nino» Vera es entrevistado por un reportero en Valparaíso. |
Los días en que se
confeccionaba «la nombrada», esto era en vísperas de llegadas de buques, los «medios
pollos» se achoclonaban en gran número en la puerta de la sede para probar suerte. Los
más audaces ponían el pie en el umbral, en cambio los más tímidos
o con menos influencias, esto es con menos pitutos, esperaban a distancia
prudente que se produjera un milagro: la convocatoria. Las butacas
estaban reservadas a los estibadores titulares quienes desde ahí
escuchaban las propuestas, la conformación de las cuadrillas, los
buques y la carga: «la nombrada». En el escritorio frontal se ubicaban
los integrantes de la directiva, la que había sido elegida por
votación de los socios, incorporada oficialmente a la confederación
nacional y aprobada por la empresa portuaria.
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EX INTEGRANTES DEL Sindicato de Estibadores, a la izquierda un señor de apellido Díaz; y a la derecha, Óscar Vera. |
Esos dirigentes tenían
prestancia sindical. Vestían impecablemente, corte de pelo, bien
afeitados y, dentro de sus tareas mantenían fluida comunicación con
representantes nacionales (FEMACH), con sede en Valparaíso. Por lo
que había muchos viajes tanto de Penco y Lirquén al puerto como
viceversa. Su categoría de dirigentes establecía una diferencia con
el resto de los asociados y los convertía en figuras nacionales
dentro de la organización. Los sindicatos de estibadores eran
poderosos. Una huelga interrumpía la economía por su base: el
intercambio comercial del país. Sus contactos internacionales, en
particular con sus congéneres norteamericanos, acrecentaban su
poder. Por eso no era de extrañar que de vez en cuando llegara una
invitación, hecho que permitió a varios de esos dirigentes viajar a
Estados Unidos, seguramente a los puertos de Philadelphia y Los
Ángeles.
Los estibadores de
Penco, primera línea en la interacción con los buques extranjeros, tenían un privilegio con respecto a los pencones comunes y corrientes, porque accedían a productos exclusivos que traían los marineros y que no estaban en el mercado local,
por ejemplo los wiskies, perfumes, cigarrillos, blujeans. En cantidades mínimas los trabajadores marítimos los adquirían a los tripulantes a precios convenientes y los podían revender o
regalar entre sus amigos de la comunidad. Era quizá la única ventaja glamorosa de un trabajo propio de hombres rudos.
Este panorama que hemos descrito se modificó con el aumento del comercio internacional, la automatización y la incorporación de los contenedores. Hoy en día los estibadores ya no usan un garfio de fierro para enganchar sacos, cargarlos en bandejas que se izaban al cabezal del muelle para que la cadena de transporte prosiguiera por tierra.
NOTA DE LA REDACCIÓN: Las fotografías fueron facilitadas a nuestro blog por Carlos Wedel, quien a su vez las obtuvo de una hija de don Óscar Vera. Gracias.
NOTA DE LA REDACCIÓN: Las fotografías fueron facilitadas a nuestro blog por Carlos Wedel, quien a su vez las obtuvo de una hija de don Óscar Vera. Gracias.
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