En el
Día Nacional de Patrimonio año 2020,
Un
homenaje al
PENCO
ALFARERO
Por Jaime Robles Rivera, Pdte. Soc. Historia de Penco
JAIME ROBLES |
No se puede
comprender el itinerario histórico de Penco, sin la relación
estrecha que desde su más remoto origen tuvo nuestro territorio con
la tierra, y aquí me refiero literalmente a la tierra, a los
minerales que ésta nos regala, los compuestos arcillosos: en lo
particular la greda y el caolín.
En el
Penguco ancestral, el actual Penco, anterior a la irrupción de la
hueste de conquista, hacia 1550, la alfarería estaba totalmente
integrada a la vida cotidiana del pencoche originario.
En
prácticamente todas las culturas primigenias los recursos de la
naturaleza han sido pródigamente usados para distintos fines, tanto
en lo utilitario como en lo ceremonial. Más aún cuando esos
recursos se encuentran en abundancia, y ello ocurre hasta nuestros
días, con respecto a la greda, en Penco.
Además, la
greda se convierte en un punto de convergencia entre el peninsular y
el aborigen, dentro de lo distinto que son, de lo extraño el uno
para el otro, la alfarería al menos es conocida por ambos.
Los
españoles andaluces la elaboran finamente gracias a la influencia
árabe de 700 años, botijas y tinajas llegan a América, y acá son
incorporadas al repertorio de la naciente artesanía criolla.
Es tan
evidente y estrecho el vínculo de Penco con el mineral arcilloso,
que una de sus más emblemáticas poblaciones lleva el nombre de
"Población La Greda", ubicada en el camino hacia
Concepción, antes de llegar a Cosmito.
En el más
incipiente desarrollo industrial, de la alfarería pencona, podemos
encontrar alguna primera reseña, la que se remonta a los principios
del siglo XIX, hacia los estertores de la guerra de Independencia. En
1822 visitó Chile María Graham, viajera y escritora inglesa. Quien
compartió tertulias con O'Higgins y Lord Cochrane, en su escritos
de viaje hace una referencia a los artículos que se venden en un
mercado de Valparaíso.
Relata
María Graham:
“...
la gente del pueblo expone en venta ponchos, sombreros, zapatos,
tejidos, útiles de greda y algunas veces jarros de greda fina de
Melipilla o de Penco y tacitas del mismo material para tomar mate..."
Junto al uso
utilitario doméstico, los primeros emprendimientos en Penco,
asociados a la greda, fueron la elaboración de tejas y ladrillos, lo
que se acentúa hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Esto resulta
natural para una ciudad que debe volver a ponerse de pie después de
una seguidilla de terremotos Además del cataclismo del 25 de mayo de
1751, que obliga a Concepción a buscar otro emplazamiento, alejado
de los maremotos, estaba reciente en la memoria el terremoto de 1835,
que terminó por echar al suelo, lo que el anterior había ignorado a
su paso.
Ese
mismo año del terremoto 1835, la firma Briges y Cía. de Valparaíso,
compra una pequeña fábrica de ladrillos y cal, ubicada en un
extremo del pequeño villorrio de Penco. Su intención fue ampliar el
rubro y fabricar además tejas, adornos para jardines y vasos de
tierra cocida.
En
lo que se refiere a la cerámica, la primera industria de este tipo
en Penco, se llamó "Fábrica de loza i artefactos de arcilla
de Penco" Su impulsor fue el empresario penquista Roberto
Lacourt, hacia 1888.
Al
poco andar le faltó capital y debió vender la empresa a los
inversionistas de Valparaíso: Agustín Edwards y Carlos Van Buren,
proyectándose una nueva sociedad que mantuvo el nombre inicial de la
industria e inyectó los recursos necesarios, comenzando con una
política de adquisición de terrenos eriazos en Penco para
utilizarlos, luego, como yacimientos de minerales para la fábrica.
Un nuevo
tropiezo se presenta al emprendimiento locero: La guerra civil de
1891, que termina dramáticamente con el gobierno del presidente
Balmaceda.
Pasada esta
enorme crisis institucional, recién se vuelve a retomar el proyecto
empresarial alfarero de Penco, en los primeros años del siglo XX.
En
1905, la empresa fue comprada por la sociedad constituida por Juan
Gotelli y José Kemn, ceramista industrial de Los Sauces.
Ellos
lograron darle un gran impulso a la empresa con la vajillería de
loza, llamada en Europa “Porcelana dura”.
Veremos
que la consolidación de una industria locera en Penco, tomo décadas,
muchas voluntades y mucho cambios de dueños...
Gotelli
y Kemn, deciden vender a la firma Weir Scott; que la adquiere más
con fines especulativos, ya que al poco tiempo también la enajena, a
favor del empresario pencón de origen italiano Luis Mancinelli.
Mancinelli
era un reconocido comerciante de Penco, pero no pudo manejar bien la
industria, y por tanto, también la vende en 1927.
Ese
año, el de 1927, marca un antes y un después en la historia de la
fabricación de loza en Penco.
Debieron
pasar 40 años, y muchos traspasos de propiedades, desde el primer
emprendimiento locero, para que al fin se pudiera afianzar.
Aparece
en escena el ciudadano español Juan Díaz Hernández, quien la
compró a fines de 1927, inaugurándola como:
“Fábrica
Nacional de Loza” aparece entonces, por vez primera la
recordada e icónica marca "FANALOZA"; de
ello, hace ya 93 años.
De
ahí para adelante, todo es crecimiento y consolidación. Juan Díaz
involucra en el negocio a toda su familia, a sus 7 hijos.
Hacen
estudios en Europa, para conocer de primera fuente todos los
entretelones de la elaboración de cerámica fina. Así, junto con
la elaboración de la loza funcional y utilitaria, van apareciendo
con el paso de las décadas, áreas de producción de piezas
decorativas o también de uso domestico pero con un notable sello
artístico.
En
ese sentido, sus máximos logros fueron las icónicas líneas Sussex
Bone China, Walter Stark y el ya famoso Plato Willow, además de
floreros, vasos, platillos y jarrones.
Pero
la relación de Penco con la industria de la loza, no se queda sólo
en la elaboración de piezas cerámicas de la más alta calidad, de
reconocido prestigio más allá de las fronteras nacionales.
Fanaloza
lograría una verdadera simbiosis con los pencones, que generación
tras generación irían siendo parte de la empresa, de padres a hijos
se traspasaría el talento y la mística para el trabajo locero.
Hasta
nuestros días, dentro de la comuna se reconoce que una alta
proporción de nuestros vecinos, son parte de la llamada "Familia
Locera". Es que junto a la empresa hicieron sus vidas,
formaron sus familias, criaron a sus hijos; y la empresa, Fanaloza, a
la par, fue entregando a la comunidad progreso y bienestar.
Desde
un teatro, que en 1933 inauguro el Presidente Arturo Alessandri,
hasta el Hogar Sindicato Industrial reinaugurado en 1945, ya que el
anterior había sido destruido por el terremoto del 39; Fanaloza, irá
cada vez más identificándose con Penco y su gente.
Así
se desarrollan proyectos habitacionales para sus trabajadores, en
diciembre de 1948, el presidente de la época, Gabriel González
Videla inaugura la primera población locera de Penco, y en homenaje
a su fundador, fallecido en 1932, pasó a llamarse población "Juan
Díaz Hernández", hoy la conocemos como población Fanaloza.
En
enero de 1963, se inaugura una segunda población locera, a la que se
le dio el nombre de Facundo Díaz, en recuerdo de uno de los jefes
fallecidos, quien puso en marcha la planta de azulejos y sanitarios,
y uno de los hijos del fundador de la fábrica.
Junto
a el desarrollo habitacional, se dio un gran impulso al aspecto
deportivo y cultural.
En
Penco, como en toda ciudad industrial, se mantenía una sana y
permanente pugna entre los talentos deportivos de las distintas
fabricas, y en Penco, los clásicos rivales fueron Fanaloza y
Refinería Crav.
Las
Olimpiadas permitían poner a prueba las capacidades de los atletas,
en las diversas disciplinas, y los laureles eran compartidos, según
el merito de cada equipo, en bregadas competencias, que se
acompañaban con el himno oficial del deportivo Fanaloza, que en uno
de sus versos pregonaba:
¡Viva
el Fanaloza! ¡Viva con Honor! / será este grito que vibre en la
canción.
Un
periódico también circuló al interior de la planta de Fanaloza, y
a la comuna entera, ya que en cada familia pencona al menos había un
locero, que llevaba un ejemplar al hogar.
Como
señalaba al inicio de éstas breves líneas, Penco y Fanaloza han
ido más allá del inicio y término de una razón social
empresarial. Esa relación se incorporó y arraigó en la gente de
Penco, es parte consustancial del Patrimonio local.
Por
ello que en los relatos, en las calles, en las poblaciones, en los
objetos y en la mesa de cada familia pencona, estará eternamente
presente Fanaloza.
Para
los hijos de Penco, un verdadero tesoro cultural e histórico a
preservar y difundir.
Jaime
Robles Rivera
Sociedad
de Historia de Penco
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