viernes, abril 29, 2022

EL TEATRO CRAV TUVO UN RECIBIDOR DE LO MÁS «CHIC»

RETRATOS DE ARTISTAS DEL CINE que iluminaron el foyer del ex teatro CRAV.

             Me es posible recrear con la memoria las imágenes del ex teatro de la Refinería que existió en el edificio de la esquina de San Vicente y O'Higgins y que resultó destruido por el terremoto de febrero de 2010 y posteriormente demolido. Es conveniente agregar que para entonces permanecía con sus puertas cerradas por décadas, tal vez desde los años 70. Su planta general tenía ideas de espacios de teatro grande o en forma, sin improvisaciones. Estaba la sala principal dividida en galería (cerca del escenario) y una platea empinada. La separación entre ambas secciones era un muro demarcatorio, de baja altura, que no interrumpía la visión de las personas que habían pagado más. Cualquiera podía saltar el muro sin mayor esfuerzo para cambiarse, pero el respeto de ese límite era, diríamos, sagrado.          

        A la galería se entraba directamente sin ningún protocolo desde la calle San Vicente, después de la puerta venía un largo pasillo oscuro que pasaba además junto a los baños. Por otra parte, sin embargo, si se tenía la capacidad o la voluntad de pagar por una butaca (de madera) en la platea, la decisión definitivamente marcaba diferencias. Porque ello incluía un acceso y un procedimiento, diríamos privilegiado, elegante, digno. Veamos.

        La gente que iba para ver una función desde la platea se presentaba con sus mejores tenidas e ingresaba al teatro por la puerta principal. Unos cuatro peldaños sobre el nivel de la vereda conducían a la sala de la boletería, un espacio semicircular, seguro, donde la gente ‒dependiendo de la estación del año se quitaba los abrigos o sus chaquetas o plegaba sus paraguas. A pesar de la gran demanda que tenía cada función, no se formaban colas para llegar a la ventanilla y comprar la entrada. Conseguido el boleto más el número de asiento, que el boletero entregaba en un trozo de papel enrollado, se  cruzaba una puerta de control directa al ámbito del teatro que consistía primero en un espacio algo alargado con muy buena iluminación: el foyer.

        Y éste fue el lugar más elegante del ex teatro de la Refinería. Estaba en un nivel un poco más alto que la sala de la boletería. El piso era de grandes baldosas blanco y negro, como el tablero de ajedrez, imitando a los foyers de los mejores teatros del mundo. En sus muros impecablemente pintados colgaban grandes cuadros con retratos de actrices y actores famosos de esos años. Algunos de ellos: Troy Donahue, Gina Lollobrigida, Natalie Wood, John Wayne, Debbie Reynolds, Kirk Douglas y otros. Había también afiches muy bien enmarcados de grandes producciones.

          Esas fotos, la pulcritud del pintado de los muros, la iluminación especial daban al foyer un ambiente de buen gusto, creaban un clima de pre espectáculo, un toquecito internacional, una atmósfera de ficción muy agradable. Con eso se producía además una cierta tensión por lo que venía luego. Reinaban las sonrisas en toda aquella antesala, saludos de mano, inclinaciones de cabeza, caras de sorpresas fingidas, conocidos que se encontraban y trababan conversación acerca de la película o del espectáculo en vivo. El ánimo era de expectación casi como de fiesta.  Los que llegaban adelantados permanecían ahí en espera de la hora del inicio. En un lugar de tránsito como ése, pero de intencionada sofisticación la sociedad pencona se mostraba en todo su esplendor. Una cortina color ciruela separaba la sala de la platea del foyer. Los acomodadores, linterna en mano, guiaban a los espectadores a sus asientos. A los pocos minutos, se apagaban las luces, todo era silencio, había comenzado la función.

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