Andaba el viejo aquel por las calles con una maleta que parecía hecha de lata. No voceaba el servicio que ofrecía, iba puerta por puerta: «Arreglo paraguas». Clientes no le faltaban porque entonces no había comerciantes oportunistas que se instalaran en las esquinas a vender paraguas chinos. No, entonces esos implementos eran permanentes, no desechables. Y en Penco el peor enemigo de los paraguas era el viento, cuando una ráfaga azotaba de abajo hacia arriba doblaba las débiles estructuras metálicas de las varillas. Dañado de esa forma se podía usar de nuevo, claro pero no se veían bien, se convertía en un paragua cojo, sin estética. Por eso había un nicho para personas dedicadas a recuperarlos. Por eso el viejo iba de casa en casa ofreciendo repararlos.
La magia de la recuperación estaba en la maleta que portaba el artesano paragüero. En su interior guardaba pinzas metálicas, alicates, una lima, martillo de peña, un rollo de alambre acerado y otro de alambre delgado galvanizado común y corriente. El resto radicaba en su destreza para sacar adelante el trabajo.
Decíamos que la principal avería de un paraguas se presentaba en sus varillas, consistentes en tiras de lata finamente acanaladas.Por tanto para recuperar la forma de hongo perfecto había que corregir las torceduras. Para ese fin se necesitaba un refuerzo y para eso servía el rollo de alambre acerado. Requería de técnica hacer la reparación para que el paragua junto con recuperar su forma permaneciera firme y elástico al mismo tiempo para cumplir su papel: funcionar como paraguas.
Este oficio callejero y a veces doméstico –porque por ahí por calle Robles, en una casa había un papel pegado en una de sus ventanas «se arreglan paraguas»– se terminó con la llegada de los desechables. Hoy paraguas que se echa a perder, se va directamente al tacho.
UNA MAÑANA CON lluvia ligera en Penco, en la pre primavera del 2023. Fotos de Jaime Robles Rivera, presidente de la Sociedad de Historia de Penco.Los paraguas con historia de milenios, tienen una belleza cautivadora, cuando se los despliega. Recuerdo, en una oportunidad, haber mirado desde el cuarto piso de la Escuela de Farmacia de la Universidad de Concepción, donde entonces funcionaba la Radio de la Universidad, hacia la peatonal central del campus en un día de lluvia. Decenas de estudiantes, hombres y mujeres iban y venían bajo la lluvia con sus paraguas abiertos negros y de colores. Era un espectáculo tan poético, de alumnos andando rápido de aquí para allá y vice versa protegidas sus cabezas por esos vistosos implementos invernales. La lluvia caía sobre sus paraguas y el viento amenazaba con dañarlos. Eran los tiempos en que fue famosa la película Los Paraguas de Cherburgo y también de la necesidad de servicio de los artesanos paragüeros solícitos y dispuestos a recuperarlos.
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