martes, junio 05, 2007

LOS SUTILES ANUNCIOS DEL TERREMOTO DE 1960

Por Wilfredo Artemio Cheíto Aburto Jara, un pencón que nos escribe desde Brasil.

...Y ERA MAYO DE 1960.


Hacía algunos meses que mi padre había fallecido, mi mamá, mi hermana Sandra y yo continuamos viviendo en la calle Membrillar en la ciudad de Penco, que iba desde los rieles del tren al lado de la estación de Penco, seguía por la clínica de la refinería Crav, cruzaba por el almacén de los Venegas (esquina), comenzaba a subir por el restaurante Radical, continuaba subiendo hasta terminar en el barrio Penco Chico. El número de nuestra casa no lo recuerdo; pero era al frente de la familia Nova, casi en la esquina donde estaba el almacén de don Chalita. Unos cincuenta metros más arriba se llegaba a la Ermita de Nuestra señora del Boldo; donde en los l700 y tantos hubo un monasterio con monjas y todo. Decían que la Virgencita era muy milagrosa.

Bueno, hoy apenas pasa por mi mente la vista hacia el mar y donde todas las casas tenían banderas, orgullosamente flameando con el azul de cielo, el blanco de la nieve, el rojo del copihue y la sangre araucana (era lo que sabía a los 8 años).

Era el mes de mayo en 1960, y esa época es más frío, era el día 20, o era otro día, no lo recuerdo bien; bueno para mi no interesaba porque yo estaba como de costumbre sentadito atrás de la radio, y nadie desconfiaba que yo supiera girar el botón para encender el radio, y éste era mi horario favorito. Los cuentos al final de la tarde (El Gato con Botas y otros, después Fortachín, ése del Milo), además de los cuentos, yo me entretenía imaginando aquella ciudad chiquita dentro de la caja del radio; calles chiquititas iluminadas con luces del mismo color que los postes de afuera que; también allí estarían viviendo la cantante infantil Vitrolita, y otras gentes pequeñitas. Un día me dijeron que esas casitas se llamaban “tubos del radio” tenían que encender y no eran callecitas.

Bien, esa noche mi madre volvió de la Crav junto con mi primo “Chamiza” (Juan Bustos Jara) que vino para protegernos y acompañarnos en la noche, con sus vigorosos 15 años.
Él propuso que desarmáramos unas lámparas viejas y usáramos los metales como campanitas. Decía que si venían (Cheíto, en la foto) ladrones, al abrir las puertas y hacer sonar las campanitas iban salir arrancando; y que nosotros despertaríamos con el ruido, lo que ahuyentaría a los amigos de lo ajeno. Así más tranquilos todos nos fuimos a dormir, el Chamiza en un cuartito al fondo, y nosotros tres en un cuarto, mi hermana en la cama de la pared del vecino, y yo con mi madre en el corredor.

Cheíto, Cheíto... Cheíto, despierta, despierta. Venga con su mamá.
Así bruscamente fui retirado de la cama, medio durmiendo pero; escuchando las campanitas tocando. Entonces despierto asustado, escucho ruidos extraños y que venían por debajo de la tierra. Las campanitas colgadas en las puertas no paraban de tocar, la casa se movía, las paredes crujían, oía la voz de mi madre gritando y llorando: “Cheíto quédese aquí debajo de la puerta,--me dijo-- y no se mueva de aquí, ahora voy buscar a su hermana que quedó acostadita”.

Yo permanecía parado en la puerta de la calle, estaba todo oscuro, no tenía luz, los vecinos gritaban, lloraban, los sentía corriendo por la calle, y yo no podía ver nada, estaba muy asustado. Cuando mi madre volvió con mi hermana, fue cuando oímos un gran ruido, medio demorado y después otro ruido final. Oí que el Chamiza gritó: “tía Sara, la pared del cuarto cayó en la cama de la Sandra”. Afortunadamente ella ya estaba a salvo con nosotros.

Fue entonces que mi madre comenzó a golpear el pecho con el puño cerrado y pidiendo en voz alta y clara “misericordia Señor, misericordia Señor. Padre Nuestro que estás en los Cielos.”

Ya amanecía y todos los vecinos estaban juntos en la calle, todos concordaron que éste fue el mayor terremoto, de los últimos años, los otros niños decían que un dragón gigante, mayor que un buque, volando y soltando fuego por la boca; había salido del mar cerca de la Cosaf, y que iba a aparecer nuevamente en la noche y comer mucha gente todavía.
Cómo no hubo condiciones de volver para la casa, nos fuimos hasta el recinto donde vivía mi tío Alfonso Navarro.

No sé cuándo o cuánto tiempo después, hicieron un acampamento con carpas del Ejército y algunas familias se quedaron viviendo ahí. Este acampamento era para los vecinos del recinto, lo que era una diversión para nosotros que no teníamos más clases, y teníamos que ocupar el día de ocio.

Casi todos los días había verdaderos campeonatos de “bolitas”, con derecho a barra de los adultos, nunca menos de diez jugadores y unos veinte o más haciendo apuestas. Nosotros teníamos nuestro propio dinero, eran los “cigarritos”, o sea las cajetillas de cigarro que eran doblados y alisadas como un billete y después hacíamos apuesta de dados, y donde los adultos jugaban dinero de verdad, y fue así que aprendí a jugar dados, otro rey de apuesta era el “pión” toma-todo. Los cigarritos extranjeros valían más, por ejemplo: Camel, Lucky Stricke, yo apenas conseguía el más barato que era el cigarro Opera.

Fue en el recinto que aprendí a ver el dragón, la mujer blanca, el sin-bola. Yo no les cuento mentiras, el dragón era gigante con siete cabezas y salía a la noche y nosotros lo vimos comiendo gente en la Cosaf, y también en Gente de Mar; dicen que en Lirquén fueron treinta en un días, y también.

El tiempo fue pasando, el terremoto también, el verano llegaba y nosotros fuimos sorteados con una casa en la población de emergencia , contruida en las tierras del fundo de Coihueco, antes del barrio Penco Chico, otras aventuras, nuevos amigos, nueva vida.

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