La bohemia de Penco tuvo atisbos de esplendor, que en épocas distintas permitió desarrollar un tipo de turismo para fiesteros y noctámbulos, con fama regional. Hubo lugares donde los penquistas amigos de la dolce vita lucían sus buenos autos y mujeres llamativas. Eran sitios para gastar dinero y para hacerse ver.
Recuerdo la quinta recreo El Paragüita, que se ubicaba en la calle Membrillar, en los altos de Penco. El recinto debía su nombre a un enorme ciprés que daba a la calle y que un jardinero podó prolijamente dándole la forma de un gran paraguas. Hasta el Paragüita llegaban autos encopetados y también vehículos de alquiler trayendo a nuevos ricos deseosos de pasarlo bien. Muchos norteamericanos que trabajaban en Huachipato venían a la quinta recreo acompañados de mujeres de lujo.
El Paragüita quedaba cerca de la calle Penco Chico. Era de imaginar el ruido para los vecinos hasta altas horas de la madrugada con bailes, brindis, orquestas en vivo y riñas, los ingredientes típicos de lugares como éstos. Los pencones no visitaban mucho el Paragüita, porque era muy caro o porque estaba reservado para la elite social penquista, que huidiza se arrancaba a sitios como el señalado para retozar a sus anchas.
Años después del cierre o la clausura del Paragüita abrió las puertas otro recinto para gente conspicua, con buenos resultados económicos, me imagino. El Pollo Dorado, copió su nombre al famoso local nocturno de Santiago. El lugar pencón estaba en calle Talcahuano, entre Freire y Las Heras.
El Pollo Dorado era un lugar para ir a comer. Buena cocina, atención refinada y comedores espaciosos. También había música en vivo los fines de semana y la demanda de clientes era fuerte. Ciertamente era más ordenado que el Paragüita, donde después de cierta hora había chipe libre. El Pollo Dorado se eclipsó al poco tiempo y quedó transformado en un almacén.
Con posterioridad se construyó especialmente un local para la diversión en la esquina de Membrillar con Freire. Nunca bien terminado por fuera, volcaba sus adornos hacia dentro. Era El Impero. Tenía un pequeño escenario para los artistas y una pista de baile. Buena cocina también, pero más que nada trago. Los dueños invirtieron y desplegaron grandes pinturas trabajadas directamente en los muros interiores. Los motivos eran étnicos: distintos aspectos del imperio de los incas.
Una de las características del Imperio era su invitación a que los clientes subieran al escenario a hacer sus propias actuaciones, como un karaoke moderno. Roberto Pirincho Contreras (foto) subía periódicamente a cantar tangos gardelianos con la compañía de algún somnoliento guitarrista presente en las mesas. (Pirincho ya ha partido).
También declinó el Imperio. ¿Habrán preservado los murales multicolores y bien logrados que engalanaban sus paredes?
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