domingo, noviembre 21, 2010

BROMAS EN LA SUBTERRA DE LIRQUÉN


Imagen referencial.
Penco fue un próspero centro minero con los yacimientos carboníferos de Lirquén, los dos piques de Cerro Verde y la mina El Rosal de Cosmito. Por tanto era común ver a trabajadores del carbón por las calles dotados con sus atuendos: casco negro, con su lámpara eléctrica frontal y gruesos overoles de trabajo. Los mineros mayores usaban una faja hecha con bolsas de algodón quintaleras de harina. Con esta faja se rodeaban la cintura y parte del pecho en forma bien apretada. Se trataba de un rudimentario principio preventivo para evitar dolores a los riñones o a la columna a causa de un trabajo que les exigía estar siempre agachados o desplazarse gateando por las estrechas galerías subterráneas.

La picardía no estaba ausente en estas oscuras labores de la subterra pencona. Según narran viejos mineros de Lirquén, una broma común era un agarrón en el trasero. Por la falta de luz, el afectado no podía identificar al agresor quien se protegía en el anonimato. La víctima pegaba un grito o profería un garabato, evidencia clara que había sido objeto de un agarrón, grito que a su vez desataba las risas colectivas en las profundidades.

Otra gracia en la faenas era un poco más audaz y consistía en dar un pequeño golpe de abajo hacia arriba con la palma de la mano en los genitales de la víctima. A esta talla, los mineros del carbón la llamaban “un alce”.

El gerente de operaciones de la mina de Lirquén, según lo identificó quien me contó esta historia, era una persona llamada llamado Sydney Raby, aparentemente de origen inglés y conocido entre los trabajadores como mister Raby. En una oportunidad el ejecutivo bajó a lo más hondo de la mina para conocer el trabajo en el frente de laboreo, allí donde los mineros golpeaban con sus chuzos (barras de hierro) y con todas sus fuerzas los muros de carbón de piedra y donde otros cargaban los carros con pala para llevar el mineral a la superficie. Para llegar allí, mister Raby, un tipo alto y colorín, tuvo que avanzar a gatas un largo trecho de una angosta galería seguido de una cuadrilla de mineros. En medio de la oscuridad e impedido de intentar mirar hacia atrás sufrió la humillación de “un alce”. Dio un tremendo alarido y lanzó palabrotas. Pero, como era el jefe máximo, todos los que lo oyeron tuvieron que hacer grandes esfuerzos para contener la risa.

Después a la salida del turno, en bares y cantinas de Penco, los mineros protagonistas de esta talla celebraron con estruendosas risas el padecimiento impune del circunspecto gerente mister Sydney Raby, hecho insólito que quedó registrado en la cultura oral de los antiguos mineros de Penco. El autor de la irrespetuosa broma nunca fue identificado.

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