domingo, abril 17, 2011

¡PÓLVORA! EL EXPLOSIVO SE VENDÍA CON PORUÑAS EN PENCO


Cartuchos para escopetas de caza.
--¿Me vende medio kilo de pólvora, por favor?

--De cuál quiere con humo o sin humo…

--¿Cuál es más barata?
 
--Con humo.

--Entonces, medio kilo con humo.

Este tipo de diálogo era frecuente en las ferreterías de Penco, incluso en los almacenes de barrio. Porque se vendía pólvora a discreción, a granel, por las cantidades que fuera menester. Eran, por cierto otros tiempos. Hoy vender y comprar pólvora es algo impensable, la sociedad ha cambiado mucho. ¿Y para qué comprar pólvora?, se puede preguntar uno hoy en día. Entonces, la pregunta tenía respuestas sencillas: simplemente para reciclar cartuchos de caza. Como los vecinos y gente de los campos necesitaba cazar más para conseguir alimentos que como deporte, compraba pólvora y cargaba sus cartuchos.
Manipulando cartuchos.

Por eso en el negocio de la esquina junto con comprar el explosivo se adquirían las municiones, pequeñas esferitas de metal parecidas a las mostacillas de dulces y un puñado de fulminantes. El comprador se retiraba del almacén con tres paquetes en envoltorio de papel de diario, uno conteniendo la pólvora; el segundo con las esferitas o municiones y el tercero era una bolsita con los fulminantes. La carga de los cartuchos se efectuaba en casa. De ese modo, una serie de veinte cartuchos permitían al cazador salir por las noches a buscar liebres o conejos, matarlos de un escopetazo y traerlos de regreso para despellejarlos, limpiarlos y echarlos en vinagre con el fin de comer conejo escabechado en el almuerzo del día siguiente. Los pellejos de estos mamíferos se secaban estacados en las murallas o en cercos. Bastaba con echarles una buena cantidad de sala para que el aire y el sol hicieran el resto. Había gente que juntaba buenas cantidades de estas pieles y con ellas fabricaba cojines, plumones y hasta bajadas de cama. Una alfombra de cuero de liebre en el living de la casa era muy bien visto, daba estatus. De seguro que en ese hogar había un cazador exitoso y, más seguro aún, esa gente se alimentaba con una buena ración de proteínas procedentes de los cerros y, ciertamente, de los balazos reciclados con pólvora a granel y al alcance de todos.

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