sábado, noviembre 19, 2011

LAS REVISTAS DE HISTORIETAS CAUTIVARON A TODOS LOS PENCONES



Convencidas del interés del público por la entretención, las editoriales como Warren, Cea y otras, publicaban toneladas de revistas de ficción o comics o historietas, las que venían en formato de cuadernos con tapas, contratapas y material interior a pleno color. Los quioscos estaban inundados de esas publicaciones ofrecidas a los consumidores, a la vez que florecían los mercados secundarios de revistas usadas o leídas en varios puntos de Penco.
Algunas escenas de BATMAN en historietas.
Por otro lado, como en esos años no había televisión, las salas de cines estaban siempre colmadas de público precisamente por esa carencia. Las películas permanecían semanas en cartelera, para que la viera el mayor número de gente posible. Las primeras transmisiones de televisión que se conocieron en Penco fueron precisamente a través del cine, porque algunos títulos incluían escenas hogareñas –de familias muy acomodadas y norteamericanas, por cierto—donde aparecían aparatos de televisión encendidos, en los que era posible ver ese fenomenal medio de comunicaciones en funcionamiento. Entonces la gente regresaba del teatro de la Refinería a sus casas comentando aquello que hoy es rutina, pero que entonces era una realidad muy lejana. Incluso hubo una película mexicana de un actor cómico que se titulaba “Te vi en TV”, que narraba una historia simplona, pero que en el fondo se proponía mostrar qué era la tele. Y para ese efecto, el teatro CRAV estaba con su capacidad completa.
Pero, volvamos a las revistas. No había casa en Penco, donde uno no encontrara una de esas revistas sobre la mesa. A veces uno se sorprendía porque familias completas estaban leyendo o viendo esas publicaciones, cada uno enfrascado en su tema, como hoy lo es la tele o el iPhone . Puesto que como en cada pieza es posible que haya un aparato, todos ven programas por separado. Algo así era la cosa con las revistas.
Como había tantas y de los más variados temas, la gente las coleccionaba pero no para guardarlas como recuerdo, sino para intercambiarlas. Las personas iban por la calle con turros de revistas bajo el brazo. Si se encontraba con otra que viniera caminando con otro lote, se paraban frente a frente, se saludaban, aunque no se conocieran, y procedían a cielo descubierto a cambiar revistas. Era posible que, incluso, llegaran a cambiarlas todas. Esto era típico, en las esquinas, gente intercambiando revistas. Pero, ¿de qué revistas se trataba?
Eran publicaciones de personajes o de acontecimientos, históricos, religiosos o ficticios. Algunos: Superman, cada revista era una aventura aparte; Batman y Robin con sus cuentos en ciudad gótica; Vidas Ejemplares, centradas en las vidas de santos sin duda detrás estaba la mano de la iglesia católica; Roy Rogers, El Llanero Solitario, Whiatt Hearp, Far West, eran títulos de episodios de vaqueros; Brick Bradford, un justiciero interplanetario; Bucaneros, cuentos de piratas; Tarzán y la Mona Chita. La lista de otros títulos era enorme. La mejor de esas editoriales era la mexicana Cea, los lectores la preferían por la calidad del papel, el color y la historia. Hoy en día una revista nueva de esa editorial comprada en un quiosco costaría unos 1.200 pesos. Así que era cosa de armarse de un lote para intercambiar y leer de segunda mano a costo cero. Pero, en Penco había negocios donde se efectuaban cambios masivos de revistas de segunda mano, claro que ahí había que pagar cien pesos por cada intercambio. Ese era el negocio; la diferencia en la calle era que no se pagaba.
Los niños se contaban los contenidos de esas revistas, hecho que generaba la necesidad por leer y ver la historia: texto y mono. Cuando se juntaban para el rito del intercambio el diálogo que surgía era más o menos el siguiente: No la tengo, la ví, la ví, no la tengo, la ví, te la cambio, no me gusta, está muy charra (descuidada o sucia) o –lo realmente más divertido--: ésa no le leí, pero me la contaron y no me interesa.
El caballo del Llanero Solitario fue un personaje en sí  mismo.
También circulaban revistas truchas que tenían la pura tapa o que llegaban en los barcos que atracaban en Lirquén. Había que tener cuidado porque eran las que tenían el mejor aspecto y la tentación era grande. Yo caí en la trampa en una oportunidad: una revista de intercambio mostraba a un hermoso caballo blanco que tenía historias propias súper entretenidas, especialmente para las personas amantes de los animales y por añadidura era el caballo Plata del Llanero Solitario. Así que entregué una buena revista mía a cambio de esa del caballo. Por cierto que no le leí el título. Cuando la mostré orgulloso en casa, alguien lo leyó en voz alta: “¿Silver?”. Bueno, sólo entonces me di cuenta que la revista estaba en inglés.

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